jueves, 20 de marzo de 2014

Juntos hasta el final


Julián dijo que nos encontráramos en su casa a las seis de la tarde, dos horas antes de su fiesta de cumpleaños. Traje todo lo que me pidió: una cuerda, bates de béisbol, una batería de automóvil, cables, un machete, un saco... todo. Llego puntual y él ya me espera en el pórtico de su casa. Estaciono mi coche en su cochera y lo veo observándome con una cara de fastidio que no es nada rara en él. Me bajo y le hago una seña para que venga hasta donde estoy. Se pone de pie y camina como si no tuviera prisa alguna. Al llegar, me extiende la mano y pregunta si todo salió bien. Ha salido bien, lo sabe, por eso sonríe como una hiena. Me pide que abra la cajuela para revisar todo lo que compré. "Está todo lo de la lista, ¿crees que soy estúpido?" Siguió sonriendo con esa asquerosa expresión y me invitó a pasar a su casa. Los muebles de la sala habían sido movidos a otra habitación, en su lugar había largas mesas blancas con diversas bebidas y bocadillos;  al fondo de la sala había un espacio preparado para el Dj. Así de mamona estaba toda la cosa. Julián va a la cocina, dejándome en la sala en lo que él atiende unos asuntos con la ayuda. En todas las paredes hay fotos familiares. En casi todas ellas aparece Julián como un teto, usando chalequitos de tonos claros y sonrisa de bobo. 

Me llama para que vayamos al estudio de su padre a prepararnos un whisky. "Ya sabes cómo son los viejos de aburridos, tuve que comprar todo el alcohol por mi cuenta. El viejo teme que le vomiten su casa y no me soltó ni una botella de las suyas", me dice. Entramos al estudio de su papá y me muestra su colección de armas. "Ninguna está cargada", dijo con pesadumbre. Me sirvió un whisky solo y pidió hacer un brindis: "¡Por que esta noche sea inolvidable!" Nos sirvió otro trago y dijo que tenía que ir a la cocina para ver si ya habían traído el alcohol que encargó. Me quedé de pie frente al librero, observando los distintos títulos que posee el papá de Julián. La mayoría son de arquitectura, pero también hay novelas de las cuales nunca había escuchado. Julián regresa con una jeta de fastidio que me hizo saber que el alcohol aún no llegaba. "Así no puedo trabajar, hermano." Nos sirve otra ronda y nos vamos a su habitación. Julián tiene su cuarto aparte del resto de la casa. Su cuarto, que está en el patio trasero, cuenta con baño y cocina propia.

Estuvimos fumando marihuana el resto de la tarde hasta que alguien toca a la puerta y le informa a Julián que ya llegó el Dj y los primeros invitados. "Mamadas... vamos a la sala, Ramón. Te presentaré a unas viejas." Cuando entramos a la sala vimos sólo hay un par de chavas, amigas de Julián. Lo saludan con abrazos y besos en las mejillas. "¡Qué tengas un lindo cumpleaños, amigo!", dicen al unísono. Quiero vomitar, pero luego se voltean hacia mí, preguntando mi nombre. "Ramón Esquivel", responde Julián, y el par me saluda como si lleváramos años de conocernos. "¡Hola, Ramón! ¿Ibas con nosotros en la prepa, verdad? ¿Cómo has estado?" Antes de poder responder, se voltean hacia Julián y lo comienzan a atacar preguntando si Ernesto vendrá a la fiesta, porque una de ellas, María, rompió con él y qué oso encontrárselo con su nueva novia. Julián se libera de ellas diciendo que tiene que ver si el Dj ya ha llegado. Yo lo sigo a la cocina, temeroso de tener que platicar con ese par de lunáticas snobs. "¿Ya viste con qué clase de idiotas me las tengo que ver? Vamos a mi cuarto de nuevo, no quiero estar ahí para saludar a cada pendejo que vaya llegando." 

"Güey, ¿ya sabes cómo es que lo vamos a hacer?" Pregunté.

"Tú tranquilo, yo nervioso, papá. Te dije que lo tengo todo planeado."

"¿Y no estás nervioso?"

"Nervioso no, emocionado sí. Eso es... estoy emocionado. Sabía que este día llegaría, y ahora que nos encontramos a horas de hacerlo, no puedo más que sentirme feliz. Casi realizado. ¿No lo sientes? El poder que se acumula en tus extremidades esperando ser liberado. Es como un orgasmo. ¿Lo sientes?"

"No es lo que yo llamaría un orgasmo. Tengo nervios. No veo por qué estás tan tranquilo. Yo no podría estarlo. Seguro que tú sí estás loco." 

Nos miramos a los ojos y nos partimos de risa. Tan sólo unos meses atrás Julián y yo nos conocimos y ahora somos grandes amigos. Jamás pensé llegar a encontrar a alguien que le gustaran las mismas cosas que a mí, que fantaseara con las mismas cosas que yo. Le pone más marihuana a la pipa y fumamos nuevamente. "Ya verás la presa que cazaremos, hermanito." 

La primera vez que platiqué con alguien sobre secuestrar a una mujer y someterla a una terrible tortura, fue a Julián. Lo dije sólo como una broma: "¡Vamos a matar putas!" El celebró la idea aumentándola de nivel: "¡Estrangulemos y cortémosle los senos a una puta!". Yo continué: "¡Cortémosle los senos y descuarticemos a una puta!" Sobra decir que el resto de nuestros amigos se mostraron incómodos con nuestro tono. Para mí fue como si algo hubiera cambiado. Más tarde, durante esa fiesta, salí de la casa a fumar un cigarrillo y me encontré a Julián recargado en uno de los automóviles a la entrada. Me contó que no había conocido a alguien que tuviera un humor parecido al suyo. Me confesó que él había fantaseado con matar a alguien en más de una ocasión. El deseo febril que traería el homicidio era algo que le hacía hervir la sangre. Yo también había fantaseado con asesinar a una persona con anterioridad, pero nunca había encontrado con quién hablar de ello, o a alguien que también quisiera hacerlo. Al día siguiente fuimos a un bar a discutir todo aquello que nos pasaba por la cabeza desde la adolescencia. Me dio mucho gusto saber que no me encontraba solo. Que había alguien más que como yo, lo único que quería era llevar a cabo sus sádicos deseos. 

"Espera a que lleguen las sabrosuras que invité a la fiesta. No podrás decidirte entre una u otra. Recuerda que sólo podremos llevarnos a una, así que elige bien, hermano, porque esta noche es para pasárnosla genial."

"Sé que sólo podremos llevarnos una, pero espero que no todas sean como esas pendejas de hace rato."

"No lo serán. Y esas pendejas, como las llamaste, son las hijas del gobernador, así que ellas quedan fuera del plan, no queremos llamar mucho la atención. Pensaba más en una chica como Nora Jiménez. ¡Esa sí que es una lindura!"

"Ya te dije que no me hables de ellas como si las conociera. Tú sólo señala a las participantes y yo elegiré a la campeona."

Repasamos el plan una vez más antes de regresar a la casa: yo elegiré a la chica a la que secuestraremos. Julián la separará del resto de la fiesta y la llevará al patio trasero, cerca del pasillo que lleva a la cochera en la parte lateral de la casa. Yo, que estaré esperando tras los árboles, saldré de la sombras y la golpearé con un bate en la cabeza, dejándola inconsciente. Julián regresará a la fiesta como si nada hubiera pasado, mientras yo llevo a la chica a una casa abandonada propiedad de la familia de Julián, camino al mirador. Allí la amarraré, la amordazaré y la encerraré en una habitación en el segundo piso. Incluso si despertara antes de que nosotros regresemos a jugar con ella, nadie la escuchará gritar, nadie podrá ayudarla. No tendrá modo alguno de escapar. Después regresaré a la fiesta y me embriagaré de lo lindo en compañía de Julián y sus amigos. Aunque alguien lo llegara a ver con la chica que secuestraremos, él nunca se iría de la casa. Nadie sospechará de Julián porque estará todo el tiempo en la fiesta. Los invitados darían constancia de su presencia. Tenemos la coartada perfecta.

Tocan a la puerta de su cuarto para avisarle que ya llegó el alcohol que pidió y que sus invitados preguntan por él. "Bueno, lo mejor será que regresemos a la casa. No olvides el plan y todo saldrá a la perfección, hermano." Nos damos un abrazo y salimos en dirección a la sala. Hoy será una noche espectacular.

martes, 18 de marzo de 2014

Amor como el mío




Mi querida y dulce Marta. Mi adorada, mi musa, mi todo. Ha pasado una semana desde nuestro último encuentro. Una semana que se asemeja a un milenio de dolor en el cual me fue imposible verte. En la penumbra de la habitación me regocijaba con tu palpitante recuerdo. No lo negaré, me tocaba pensando en ti. Anhelando tus besos fríos por sobre todas las cosas. Pero no es sólo mi deseo por ti el que me hace pensarte a cada momento. No, no es sólo eso. Lo he meditado desde nuestro primer encuentro y desde entonces no me abandona aquel sentimiento, aquella emoción febril que raya en lo infantil. Te amo. Estoy tan convencido de ello, como lo estoy de que lo único que deseo es pasar el resto de mi vida contigo. Sé que es apresurado, pero jamás había estado tan seguro de algo en mi vida. No he sentido algo así por alguien como lo hago por ti, mi Marta, mi pequeña.

Lamentablemente, sabemos que lo nuestro no tiene futuro. Que sólo podremos vernos dos veces más, si acaso. Me parte el corazón saberlo, me destroza por dentro y la angustia de saber que ese momento se acerca me oprime el pecho, impidiéndome sentir más que dolor. No quiero pensar en ello, pero me es inevitable. Supongo que no debo pensar en lo que pasará, sino en lo que es. Recuerdo el primer momento en el que te vi a la orilla de la carretera. Cargabas una gran mochila para acampar que a tu lado se veía enorme. Lucías adorable. Fue por eso que me detuve para darte aventón. En el instante en el que te vi supe que iba a caer enamorado sin remedio. No tuve opción alguna, estaba escrito. Estabas tan emocionada por tu viaje, feliz de ir por primera vez de campamento con tus compañeros de la universidad. Hablabas tan deprisa que apenas podía entenderte, pero aún así conseguiste robarte toda mi atención. Y mi corazón. Tuve que fingir que trabajaba en el parque al cual ibas a acampar. La mentira era lo que me mantendría más tiempo contigo. Fue una simple fortuna que hubieras quedado de verte con tus amigos en la entrada del parque. Eso lo hizo todo más fácil. Qué risa me dio cuando pasamos a su lado y no se dieron cuenta de que estabas oculta en el asiento trasero de mi camioneta. Sé que tú también querías aprovechar para conocernos más. Que como yo, habías estado esperando un largo tiempo por un amor como el que sólo nosotros podíamos darnos. Un amor que traspasara tiempo y espacio, que no conociera barrera alguna. Gracias a eso es que podremos estar juntos ahora, teníamos que deshacernos de todo y de todos para estar a solas y conocernos en la intimidad. 

¿Recuerdas cuando, jadeantes y cansados, nos prometimos amor eterno? Tú apenas y podías hablar. El aliento no llegaba a ti. Me tumbé a tu lado, exhausto de tanto amarte, y te contemplé como a la más bella de las creaciones de dios. Aún con ramas y hojas en tu cabello y ropa, te veías hermosa. La felicidad no me cabía en el pecho. Pensar que encontraría al amor de mi vida a la orilla de la carretera y que terminaríamos haciendo el amor a mitad de la sierra, era algo que jamás me había pasado por la cabeza. Pasamos el resto de la tarde recostados sobre la tierra, observando al sol caer y perderse tras las montañas. Fue un magnífico día.

Ahora nos encontraremos una vez más en el mismo lugar. Nuestro lugar. Estoy seguro que te encuentras tan emocionada como yo. Traigo conmigo un obsequio para ti. Fui al centro comercial y te compré un vestido rojo que te quedará de maravilla. Y no sólo eso, también traje maquillaje. Haremos de esta una reunión perfecta. Quedarás bellísima, ya lo verás. Estaciono mi camioneta al final del camino, detrás de una colina para evitar que la vean desde la distancia. Después de aquí, es una caminata de diez minutos al lugar donde te encuentras esperándome. Casi voy brincando del gusto. ¡Las ganas que tengo de verte! 

La segunda vez que nos vimos me encontraba sumamente nervioso. Lo juro. No sabía qué decir, cómo comportarme a tu lado. Una semana había pasado desde nuestro primer encuentro y no sabía en qué estado te encontraría. Regresé a nuestro lugar con un poco de maquillaje que compré de camino hacia acá. Me hiciste peinarte y dejarte bella. Usabas la misma ropa que en nuestra primera cita. Por eso es que ahora traje un vestido, sé que te encantará verte femenina para mí. También traje una cesta con una botella de vino tinto, una manta y unos cuantos bocadillos para pasar la tarde. Me siento tan hambriento de ti que podría comerte. Sin duda eres la mujer más maravillosa que haya conocido en mi vida. He tenido novias, pero ninguna me ha hecho sentir un amor tan inmenso como el que siento por ti, mi Marta. 

Me abro camino por los arbustos y entro a una pequeña cueva a la orilla de la montaña. Ningún campista llega a esta zona, no hay nadie que nos pueda molestar, nadie que nos juzgue. Un amor como el nuestro debe esconderse, nadie lo comprendería. Ese es uno de los motivos por los cuales nos tendremos que separar, mi querida Marta. El terrible y juicioso mundo en el que vivimos, además de que tu condición no nos permitiría disfrutar mucho tiempo nuestro amor. Antes de que deba enterrar mis sentimientos por ti, te disfrutaré a plenitud. Me tendrás por el resto del tiempo que nos quede juntos. Antes de que el sol se meta y nuestro amor desaparezca con el ocaso. 

He llegado ante ti, mi bella durmiente. Me arrodillo a tu lado y te beso con pasión creciente. ¡Cuánto te extrañaba! ¡Cuánto te necesitaba! Me separo de ti para observar tu belleza. Tu ropa está sucia de tantos días de dormir en el suelo. Te arreglo un poco el cabello y te beso nuevamente. Prometo ponerte bella. 

Extiendo la manta en el suelo y te ayudo recostarte sobre ella. Retiro tu blusa, el brasier y el pantalón. Dejaré tus pantimedias para que sea más excitante removerlas antes de amarte. No puedo dejar de contemplar la belleza de tu cuerpo mientras recorro tu piel con los dedos. Un cuerpo como el tuyo merece un monumento. Saco el cepillo de la canasta y comienzo a limpiar tu cabello de hojas y tierra mientras te cuento sobre mi semana lejos de ti, del dolor que sentí al no tenerte conmigo a cada momento del día. Sé que no me escuchas, pero no importa. Mi único interés es estar contigo. Termino de arreglar tu cabello y saco el vestido del interior de la canasta y lo extiendo a tu lado. Creo que elegí la talla correcta. Antes de ponértelo me acuesto sobre ti para besarte, no puedo creer que toda mi vida estuve lejos de ti, de tu aroma, de tu cuerpo que me hace estremecer. No puedo esperar más, me desabrocho el pantalón y lo bajo hasta las rodillas, restregando mi miembro contra tu ropa interior. Te beso y muerdo los pechos, no quiero alejarme nunca de ti. Tus besos tienen un sabor más fuerte, han pasado ya dos semanas, es natural que huelas un poco mal después de estar tanto tiempo de campamento. Te retiro las pantimedias y me abro paso hacia tu interior, besándote en la boca con la pasión del poeta, con la fiereza de una bestia. Te hago el amor dulce y despacio, disfrutando cada instante en tu interior. 

De pronto escucho gritos a lo lejos: "¡Allá están, por allá!". Perros que ladran, más gente gritando. Apresuré mis embates para terminar antes de que nos separen. Juro por dios que no me detendrán, no alcanzarán. Descienden por el monte, se abren paso entre los matorrales hasta el claro afuera de la cueva. "¡Deténganlo!" Sólo un poco más, eso es todo lo que necesito. Un par de brazos me levantan con brusquedad y me arrojan a metros de ti. Me golpeo la cabeza en la caída y todo parece muy confuso. Uno de ellos se monta sobre mi espalda y me toma por las muñecas. "¡No! ¡No! ¡No pueden hacerlo, no pueden hacerlo! ¡No!" Sabía que nadie comprendería un amor como el nuestro, como el mío. Me ponen de pie mientras envuelven tu cuerpo con la manta. El ocaso de nuestro amor llegó.

domingo, 16 de marzo de 2014

Una más

Llegué treinta minutos antes de la hora acordada. Mónica dijo que era urgente que nos viéramos pues tenía algo muy importante que platicar conmigo. Intenté que me dijera sobre qué iba todo el asunto, pero se negó a decir palabra alguna hasta que nos encontráramos cara a cara. Son las cinco con treinta y la cantina se encuentra desierta. Pido una cerveza, temiendo la naturaleza de la noticia que está por darme. Desde hace dos meses que no sabía nada de ella y de pronto reaparece. Bebo la cerveza al hilo y pido otra. No quiero estar sobrio para lo que sé que pasará. El cantinero me mira con curiosidad.

"¿Día difícil, joven?", pregunta.

"Y está por ponerse peor", suspiré.

Dos hombres entran y se sientan frente a la barra para charlar con el cantinero. Bromean, piden cerveza. Su alegría me resulta insoportable. Cada minuto que pasa me hace sentir más molesto, nervioso. Ya no tarda en llegar Mónica. No sé por qué eligió este lugar para encontrarnos. Aquí fue donde estuve con ella hace dos meses. Antes de que la maldita desapareciera. Su celular apagado, nadie que la localizara. Ese día nosotros éramos los que estábamos en la barra, sentados muy juntos. Recuerdo haberle dicho que quería treparla en la barra y cogérmela ahí mismo, a la vista de todos como un par de animales. Ella sólo reía, me daba una palmada en la mano y me decía que me estuviera quieto. Le encantaba todo eso, mis palabras obscenas, mi fiero deseo por ella. Sus ojos brillaban, me invitaban a continuar.

Pido otra cerveza. Hace tres meses comenzamos a tener relaciones. Justo cuando tuvo su pelea con "Armando", como se hace llamar la pendeja de su ex novia. Resultó que una amiga de Mónica le contó que vio a Armando besándose con una chavita de prepa en la Plaza Cibeles, en Irapuato. Mónica confrontó a Armando y, tras una larga y violenta discusión, cortaron. Ella vino a Guanajuato a llorar sobre mi hombro. Yo, como buen imbécil que soy, no perdí la oportunidad y busqué sacarle el mejor provecho. Mónica me encantaba, pero como según ella era lesbiana y tenía por novia a una mujer que se hace llamar Armando, me mantuve a distancia. Forjé una relación de amistad sincera con ella, nos divertíamos juntos. En más de una ocasión le comenté mi atracción por ella, y en más de una ocasión ella respondió con un gracias y nada más. Pero qué caray, acababa de cortar y necesitaba sentirse querida, deseada.

El cantinero hace una pausa en su charla con los señores, y me pregunta si quiero otra cerveza. Al carajo, ¡otra más! Los dones me saludan y me invitan esa cerveza. Hoy es un día para festejar, dijeron, ¿y por que no? Después de todo, puede que hoy sea un día terrible. Brindo con ellos un momento y regreso a mi mesa. Recuerdo que la cantina se encontraba llena ese día. Nadie se percató de que entramos juntos al baño. Nadie la escuchó cuando gimió como loca y tuve que ponerle mi mano en la boca para evitar que gritara. El sólo recordarlo me provoca una erección. ¡Pendejo! Ahora no es el momento para pensar con el pito. Lo más probable es que esté embarazada y todo se vaya al carajo. Ya la imagino frente a mí, con los ojos llorosos, preguntándome qué es lo que vamos a hacer. Y yo como pendejo sin decir una palabra. Viendo todos y cada uno de los pilares de mi vida derrumbarse, hacerse añicos frente a mí.

Lo mejor será que no me haga ideas hasta que la vea. Quizás necesitaba darse un tiempo o algo así, yo qué sé. Pido otra cerveza, que sigan viniendo. Cuando salimos del baño había una larga fila de mujeres esperando entrar. Mónica resintió sus miradas de sorpresa al vernos salir juntos y me pidió que nos fuéramos a mi casa. A mi casa... Me dijo que quería fumar marihuana y olvidarse de todo. Paramos en un oxxo y compramos un veinticuatro de tecate light. A unos metros de mi casa, subiendo por la Calzada de Guadalupe, dijo necesitar un descanso, estaba agotada. Me paré a su lado y puse las bolsas en el suelo, yo también necesitaba reposar. Sin previo aviso, se me lanzó encima, besándome con avidez. Ni siquiera me dio oportunidad de dar un respiro. Luego se separó de mí y me miró a los ojos con suma seriedad, como si estuviera buscando un rastro de mentira en mis ojos. Me preguntó si yo la amaba. Dudé un instante sobre mi respuesta, un momento que pasó desapercibido por el ladrido de un perro a la distancia.

Me termino la cerveza y pido otra. Qué-más-da. Que todo se vaya al caño, yo a la cabeza. ¿Cómo pude ser tan idiota? Lo peor será decirles a mis papás. Puta... la cagada que me darán. "¿Qué crees que hiciste?" "¿Estás consciente de la estupidez que acabas de cometer?" "¿Tú vas a trabajar para mantenerlo?, porque nosotros no lo vamos a hacer." Sí, ya lo veo.

Creo que nunca me había parecido tan hermosa como ahora, la idea del suicidio. Poner una bala en el barril, hacer que gire y que la muerte llegue cuando mi suerte acabe. Esa sería una buena salida para mi problema. Pero, ¿dónde puedo comprar un arma y cuánto cuesta? No hay remedio. Será como cuando mi papá me enseñó a nadar. Su método era simple e infalible: "Si nadas de perrito, te vuelvo a arrojar." A ser hombrecito y afrontar las consecuencias.

No estoy hecho para ser padre. Lo puedo jurar ahora y cuando el niño, o la niña, tenga dieciocho años: no fui hecho para ser padre. Nunca lo había contemplado hasta ahora, y eso es por algo. Creo que eso de tener una familia es para un valiente, algo así como un héroe moderno. Alguien que esté dispuesto a cargar con todo ese peso, con todas esas obligaciones y responsabilidades. Alguien que no soy yo. No me veo yendo a recoger a mis hijos al colegio, o pagando las mensualidades de una mini van, y mucho menos cambiando un pañal. No puedo ni imaginarme haciendo todo eso.

No creo que el aborto sea una opción. La idea de que licúen al feto como si fuera un smoothie de fresa me parece escalofriante. Ciertamente no me hubiera gustado que me hicieran eso cuando ni siquiera podía opinar, qué humillante. ¡Otra cerveza!


El cantinero me mira angustiado. Me entrega la última cerveza y la cuenta. "Creo que ya está muy bebido, joven", me dice. Le doy las gracias y pago mi cuenta. No supe cuanto fue. Miro el reloj en mi celular y me sorprendo al ver que son las seis. En cualquier momento llegará Mónica. Estoy hasta el culo de ebrio y no quiero que me vea así: derrotado. Me siento tan angustiado que podría romperme a llorar junto con ella por el hijo que tendremos. No hay otro modo. Le doy los últimos tres tragos a mi cerveza, me despido del trío, y salgo de la cantina con rumbo incierto. Mónica puede esperarme otro día más. Otro día en que no quiera romper a llorar como un bebé.

domingo, 9 de marzo de 2014

Aurora



Como todos los miércoles, Aurora salió con sus amigas a los bares de siempre. Desde las siete, hasta entrada la noche. Cuando el ánimo decaía en un bar, era tiempo de volar al siguiente. La noche es larga y dormir no es una prioridad. Gracias a que Aurora es bonita, linda y coqueta, siempre ha podido disfrutar de ir a uno u otro bar y no pagar ni un céntimo. Quienes pagan son ellos, que caen en sus redes de seducción y piensan que pueden conquistar a la princesa poniéndola peda. Aurora sabe leer a los hombres. Sabe qué anhelan y cómo engancharlos con ello. Mientras más grande sea la cartera del pobre diablo, mayor será su recompensa.

Son las tres de la mañana y la mayoría de los bares están cerrando sus puertas. Sus amigas debían de estar en Los Lobos, pero no las encontró ahí. Ahora se reprocha haberse tardado tanto con aquel chico de su salón que siempre le invita cervezas, Ulises. Se sienta afuera de las bancas del bar, saca su celular y le manda un mensaje a Marta, su mejor amiga. El alcohol comienza a darle sueño, bosteza, se sabe cansada. Un mensaje ha llegado. No es de Marta, es de Luis, diciéndole de una fiesta por el Cafetal. No le responderá, lo primordial es reunirse con sus amigas antes de que le de más sueño y decida marcharse a casa.

Los minutos pasan y no hay respuesta de Marta. Su impaciencia crece, quiere un cigarro. Se pone de pie y se acerca a un grupo de jóvenes que platican fuera del bar. Les pide un tabaco y ellos se lo obsequian gustosos. Quieren invitarla a charlar con ellos, pero ella les dice que tiene que marcarle a su amiga. Se aleja del grupo y le marca a Marta. Después del sexto tono suena la contestadora. No hay respuesta. ¿Adónde es que se fueron? Si tan sólo no se hubiera entretenido tanto con Ulises...

Vuelve a sentarse en la banca a esperar un mensaje que está temiendo no llegue. ¿Qué tal si Marta no tiene crédito? ¿Qué tal si decidieron dar la noche por terminada? Y ella ahí, esperando como pendeja. Una extraña sensación le recorre la espalda. Mira hacia la derecha y ve a un tipo observándola desde la otra acera. Ella se hace la desentendida y saca su celular para mandarle un mensaje a otra de las chicas. "Hola", le dicen. Alza la mirada y ve al chavo que estaba observándola un momento atrás. "Hola", responde ella. "¿Y tus amigas?", le preguntó. Su voz suena pesada, está ebrio. "Las estoy esperando, gracias", dijo Aurora, intentando quitarse de encima al desconocido. "¿No te acuerdas de mí, verdad?", se balancea un poco hacia adelante, esperando a que ella lo mire y lo reconozca. Aurora levanta la vista y estudia su rostro sin reconocerlo. "No, no te me haces conocido", dijo ella, "¿tienes un cigarro?" El sujeto saca una cajetilla de Camel y le extiende uno. "Soy Álvaro, te invité una cerveza en el Golem, ¿recuerdas?" Aurora apenas y le presta atención. No para de revisar su celular y mirar de un lado a otro en busca de sus amigas.

El tipo no se marcha y Aurora comienza a desesperarse. "¿Dónde dices que te conocí?", pregunta. "En el Golem, te invité una cerveza." "Ay, es cierto. ¿Qué tal, cómo estás?" Aurora no tiene intenciones reales de platicar con él, pero no sabe cómo decirle que mejor se largue por donde vino. "¿Vives por aquí?", pregunta él. "No realmente", responde Aurora. Le escribe otro mensaje a Marta, pidiendo su auxilio y la libere del bobalicón que tiene a un lado. Álvaro no dice nada más, en cambio se sienta a un lado de Aurora y la rodea con un brazo. "Hace frío", dice. Un escalofrío le recorre la espalda y la hace ponerse de pie, lejos de él. "¿Qué, ya te vas?", pregunta Álvaro, parece enojado. "Sí, yo creo que ya me voy", responde Aurora, que comienza a preocuparse por la actitud de su nuevo amigo. "Te acompaño a tu casa si quieres. Es tarde y puede ser peligroso", se pone de pie y se acerca a ella, "vamos, te llevo". "No, aún no", dice Aurora. Las cosas se ponen raras y Aurora no se siente del todo segura con un desconocido como Álvaro a su lado. "¿Pues no que ya te quieres ir?" El sólo pensar que él la acompañe a su casa le causa una sensación de terror. Cuando el pánico comienza a invadirla, de pronto ve un rayo de salvación. "¡Rodrigo!", grita Aurora. Alza los brazos y llama a uno de sus amigos del salón. Rodrigo le grita a Aurora y corre a su encuentro. "Hola, nena. ¿Cómo estás?" Rodrigo le sonríe como si llevara años de no verla. "Muy bien, a ti mero me quería encontrar", dice ella, aliviada de encontrarse un rostro conocido. Álvaro los observa sin decir una palabra, tan sólo hace muecas de exasperación. Tras unos minutos de plática entre Aurora y Rodrigo, Álvaro se despide con un "hasta luego" que no es correspondido por ninguno de los dos. Aurora por fin se siente a salvo. Le cuenta a Rodrigo que había estado con las chicas en el Golem, pero que ellas se fueron antes, que Marta no le responde y que el tipo raro quería acompañarla a casa. Ambos ríen y Rodrigo le asegura que puede sentirse a salvo, él la acompañará a su casa si así lo desea.

Aliviada, accede a irse con Rodrigo. Caminan tomados del brazo, sin prisas. Aurora se sigue sintiendo extraña, pero se dice a sí misma que no hay nada de qué preocuparse, Rodrigo es fuerte y él puede protegerla de quien sea. Mira hacia atrás y ve a Álvaro a la distancia, caminando hacia ellos, pendiente de qué dirección toman. Entran al estacionamiento del Hinojo y la sensación de peligro se hace más fuerte. Aurora le pide a Rodrigo que se detenga, su celular vibra. Es un mensaje de Marta. Aurora se molesta de que le respondiera hasta esta hora. Guarda su celular en la bolsa y comienza a caminar más deprisa. Rodrigo le pregunta si todo se encuentra bien y ella le cuenta lo molesta que está con Marta por haberla dejado esperando tanto, que si le hubiera respondido a tiempo, no tendría que habérselas visto con el chavo ese. Rodrigo ríe y trata de tranquilizarla. "No te preocupes, ahora estás conmigo". Entran por una callejuela oscura y Rodrigo le dice que se detenga para que él pueda sacar su celular e iluminar el camino. Ella espera paciente. Rodrigo se esculca los bolsillos. "¿Le respondiste a Marta o le dijiste que estabas conmigo?", preguntó Rodrigo. Aurora puede escucharlo buscar algo en sus bolsillos pero no logra verlo. "No, no le dije nada. Estoy muy molesta con ella. ¿Aún no?", pregunta ella, desesperada, "si quieres saco el mío, no hay problema." "No, ya lo tengo"

Lo primero que siente es el puño de Rodrigo impactando contra su nariz, arrojándola hacia atrás. Después de eso siente el par de poderosas manos aferrándose a su garganta, presionando con terrible fuerza. Aurora intenta arañarle la cara, zafarse de su agarre, pero no puede hacer nada. El aire se termina, todo gira a su alrededor. No puede ver gran cosa, sólo la oscuridad. La oscuridad que la consume sin que ella pueda hacer algo para detenerlo. Aurora pierde el conocimiento y se desploma sobre el suelo. Rodrigo camina de un lado a otro intentando serenarse y tranquilizar su corazón. Escucha pasos que bajan por el callejón, toma el cuerpo inerte de Aurora y la carga sobre su hombro. Bajan por el callejón al estacionamiento, se acerca a su coche, abre la cajuela y deposita el cuerpo de Aurora con prisas y sin cuidado. Se sube al automóvil, enciende el motor y sale del estacionamiento como si nada hubiera pasado. Aurora todavía respira y la noche aún no termina.




viernes, 7 de marzo de 2014

Bosquejo de personaje #1



'¿Sabes sobre qué deberías escribir?' Me preguntó a través del estruendo de la música. El volumen es tan alto que no puedo escuchar del todo lo que dice. Lo cual es excelente, porque no tengo interés en ninguna de las cosas que me está diciendo. Pero eso último sí lo escuché. Aparto mi vista de la multitud que baila en la planta baja del antro y me giro hacia ella. La miro a los ojos conteniendo el impulso de tomarla por la nuca e impactar su rostro contra la columna a nuestro lado. 'No, ¿sobre qué?', respondí entre dientes. Sonríe mordiéndose un labio y dice: 'sobre mí'. 'Puede que así lo haga', respondí con fugaz galantería. 'Es que si te contara todas las cosas que me han pasado, te quedarías con la boca abierta. Un chavo con el que andaba intentó suicidarse porque...' Time to pretend, de MGMT, suena en las bocinas captando mi atención sobre la chica que acabo de conocer. No está nada mal. Mide un metro setenta, aproximadamente. Cabello largo, lacio, que desciende hasta la altura de unos senos copa C, presumiblemente. Usa un vestido negro, ceñido a la cintura y algo corto, que deja sus bronceadas piernas y hombros al descubierto. De complexión atlética, con un trasero bastante apetitoso y unas piernas torneadas. Creo que estudia turismo o ingeniería ambiental. No es muy brillante. De no ser por su cuerpo, no llamaría la atención en absoluto. Me rasco la nariz mientras asiento a lo que está diciendo. Son casi las tres de la mañana y una leve sensación de cansancio me hace bostezar. Hace quince minutos que Enrique tenía que estar aquí con la cocaína. Fue a conseguirla con un dealer a uno de los bares del centro. No debía de llevarle más de media hora. Detrás de mí está Pablo, bailando con Beatriz, su novia. La botella de whisky va por la mitad. Nadie parece estar bebiendo además de mí. Volteo a ver a Pablo y me llevo el dedo índice a la nariz, preguntándole por Enrique y la coca. Alza los hombros y sigue bailando como si no le importara. Beatriz me lanza una mirada de desaprobación y acerca a Pablo para decirle algo al oído. Regreso la vista a la pista de baile, sin darle importancia a lo que sea que le llegara a decir, Beatriz no me tolera. Mi impaciencia crece progresivamente hasta tensar mi quijada. Antes habíamos estado en Los Lobos, pero nos sacaron porque Pablo insistió en encender una colilla de chronic en pleno bar. Al salir, sin tener a dónde mas ir, vinimos al Grill, donde estaba Beatriz y sus amigas. No había pillado esa noche y Pablo prometió que las amigas de Beatriz estaban buenas y que nos la pasaríamos bien tan solo consiguiéramos polvo. Y todo estaría bien de no ser porque no habíamos conectado aún.

Justo cuando estoy por mandarlos al carajo y marcharme a casa, veo a Enrique entrar por la puerta principal, con los brazos en alto en señal de victoria. En cuanto me ve, me guiña un ojo y señala en dirección de los baños. Pamela, como creo que se llama, continúa hablando sin haberse percatado de que la he estado ignorando todo este tiempo. Me excuso diciendo que tengo que ir a orinar. 'En un momento regreso y me sigues contando, hermosa.' Me encuentro con Enrique afuera de los baños, donde un empleado del antro custodia la puerta. Entramos y me entrega una pequeña bolsa, antes de meterse en una cabina con escusado. Yo hago lo mismo, cerrando la puerta con seguro.

Inspecciono la bolsa antes de abrirla. Dos gramos, lo suficiente para la noche. Tomo papel de baño y limpio la superficie del tanque de agua para poder hacer las líneas. Saco una credencial del Instituto Kipling, de cuando iba en segundo de primaria, y hago tres líneas que inhalo con ayuda de un billete de cien enrollado. Salgo del retrete y reviso mi aspecto en el espejo en busca de rastros de cocaína en mis fosas nasales, pero se encuentran limpias. Me quedo de pie frente al espejo, mirando mi reflejo a los ojos. Siento el rostro caliente y mi cuerpo arder. La cocaína está haciendo efecto. Enrique sale del escusado bailando y cantando Wrecking ball, de Miley Cyrus.

'¿Crees que debamos darle su paquete a Pablo?', pregunta mientras se acerca a lavarse las manos en el lavabo a un lado del mío.

'No creo, Beatriz está aquí y ya sabes cómo se pone de perra. No tengo ganas de estar aguantando sus jetas.'

'¿Y qué tal la nalguita que te agarraste?' Esto último lo dijo con un tono de envidia que no es nada raro en él.

'Ya sabes, excelente. Lo más probable es que me la lleve a casa cuando salgamos de aquí. Por como baila, ha de coger como diosa.' Sonrío orgulloso a su reflejo.

'No me digas que sí te funciona toda esa mierda de ser escritor.' Dijo el incrédulo, alzando una ceja.

'No es mierda, es la realidad. Soy escritor. Y claro que funciona. Es mucho mejor a decir que tan solo eres un imbécil como los demás. ¿O no recuerdas a July?' July es una chava con la que Enrique estuvo saliendo hace poco. Nada serio, en realidad. Él quería ser su novio, pero ella prefirió ser mi "musa".

'¡Bah, viejas como esa hay en donde sea!' Su semblante se ha ensombrecido. He dado un golpe bajo que le recordará no ser impertinente conmigo.

Sonrío a su reflejo y salgo del baño sin decir una palabra. Él camina a unos pasos detrás de mí, en dirección a nuestra mesa. Paula, o Pamela, baila sola con su bebida de vodka en la mano. Está un poco ebria y el movimiento de su cuerpo es torpe, a la vez que terriblemente seductor. Llego por detrás, rodeando su cintura con las manos, preguntándole muy cerca al oído, rozando apenas mis labios con el lóbulo de su oreja, si es que bailaría conmigo. Ella deja caer su cabeza hacia atrás, me toma por las muñecas y se contonea lentamente, restregando su cuerpo contra el mío como un felino. Enrique me mira con desprecio. Mari, o Ari, otra amiga de Beatriz, se suponía que sería la pareja de Enrique para esta noche. Para su desgracia, el ex novio de Mari le mandó un mensaje y ella se marchó cuando él se fue a conseguir la droga. Pablo se ha sentado con Enrique mientras que Beatriz habla por teléfono. Le digo a Paulina que iré a servirme otra bebida y me siento con ellos a discutir qué haremos al salir de aquí.

'¿Qué pasa?', pregunto.

'Este marica ya se quiere ir.' Dice Pablo señalando a Enrique, que da grandes tragos a su bebida.

'Si tanto le molesta estar solo, puede libremente invitar a cualquier chava a bailar.' Digo, esperando me escuche.

'¡Qué lo va a andar haciendo! Más importante, ¿Dónde está por lo que pagué?' Como un niño pequeño, comienza a esculcar mis bolsillos en busca de la cocaína.

Le doy una bofetada y le ordeno que se detenga, Enrique la tiene. Entonces lo comienza a molestar a él, intentando también sacarlo de su estado de miseria. En la segunda planta, donde nosotros nos encontramos, no hay mucha gente. Saco mi cajetilla de cigarros y enciendo uno. Inmediatamente, antes de que la guardara, ellos me piden uno. Beatriz y Paula se marcharon juntas, quizás al baño. Ahora suena Me pregunto, de Belanova.

'Entonces, ¿se echan una conmigo o qué?' Pregunta Pablo, moviendo los vasos para poder hacer preparar las líneas sobre la mesa. Enrique y yo aceptamos, cuidando de que no vinieran las féminas mientras nos drogábamos. Tras una gruesa línea, la cual sentí como un disparo entre los ojos, brindamos con un shot de whisky.

'¿Qué te pareció Paola?', me pregunta Pablo con interés.

'¿Así se llama?', pregunté extrañado. 'Bueno, ya conoces mis gustos. Estoy maravillado con su cuerpo, pero la pobre tiene el foco apagado.'

'¿Qué quieres decir con eso?' Pablo.

'Que la niña no es lista.' Enrique, con tedio.

'No mames. Ve el culazo que te presenté, ahora dime si es justo que la rechaces solo por no tener tu nivel intelectual, señor escritor. Este pendejo de aquí quisiera estar con ella, pero no, lo estás tú. Así que no hagas que me arrepienta y dale algo de amor a esa chica.'

'¿Algo de amor?', pregunto frunciendo el ceño. 'Si te refieres a que le diré qué tan linda es, que no me cansaría de ver su rostro noche y día, haciendo de su belleza mi mayor fuente de inspiración, lo haré. Le daré mi amor.' Ambos me miran extrañados, casi con asco por la cursilería que acaba de salir por mi boca mientras yo sonrío con falsa emoción.

'Güey, no te vayas a pasar de verga con ella, de por sí no le caes bien a Beatriz. Si le haces algo a su amiga, me castrará a mí', suplicó. Lo comprendo. Yo mismo he sido testigo del nivel de histeria al que es capaz de llegar Beatriz cuando se enoja. No es agradable. Una vez presencié cómo le gritaba a Pablo por haber estado platicando con una compañera nuestra del salón. Totalmente inocente, hablando de una exposición que harían juntos en la semana. Cuando terminan de platicar y nuestra compañera se marcha, Pablo, inadvertido del tsunami acercándose por la costa, recibió la embestida de una bestia ciega y llena de ira. Frente al Juárez, a la media noche, en martes. Los transeúntes no sabían cómo reaccionar. Beatriz se transformó en una pesadilla en frente de todos. En otras circunstancias, uno tendría la impresión de que es una muchacha linda y elocuente.  Pero en ese momento era algo completamente distinto. Era una mujer de un metro y setenta y cinco centímetros, gritándole a un pobre diablo de un metro y sesenta centímetros. Literalmente le escupía en el rostro cada vez que abría la boca. Yo, por supuesto, me reía a carcajadas de la situación, confundiendo aún más a la gente, que no sabía si se trataba de algo real o de una actuación. Es por eso que no tengo interés en irritar a esa bruja. Temo perder el control y estrangular a la perra hasta que su cuerpo deje de sacudirse por la falta de aire.

'¿Qué clase de persona crees que soy? No es como si fuera a tener sexo con ella, asesinarla y tirarla en la carretera Guanajuato- Silao.' Menciono, restándole importancia a su advertencia.

'No empieces. Por cierto, ¿cómo vas con el libro? Ya se acerca la fecha límite de la editorial, ¿no es así?' Maldita sea, tenía que mencionarlo. En ese momento veo a las chicas saliendo del baño en compañía de otras dos muchachas. Se detienen al pie de las escaleras para platicar.

'Mejor deberías preparar otras líneas antes de que llegue tu dominatrix y vuelvas a ser aburrido.' Dije sin perder de vista el grandioso culo de Pamela.

Inhalamos coca una vez más justo antes de que regresaran a la mesa. Me limpio la nariz y reviso que no tenga polvo sobre la camisa. Paola me toma de la mano y me pone de pie para que baile con ella Don't stop de music, de Rihanna. No me puedo negar. Como un sabueso, sigo el rastro de su aroma a través de la peste a tabaco y sudor de mil humanos. Estamos el uno frente al otro. Yo la tomo por la cintura, ella me rodea el cuello. Bailamos lentamente, repasando nuestros cuerpos a deleite. No separamos los ojos del otro. Percibo en su mirada algo similar al deseo. No digo nada, solo sonrío y me dejo llevar por el movimiento de sus caderas, juntándonos más y más. Puedo oler el sudor en su cabello junto con el aroma a tabaco y a perfume Dolce&Gabbana, como el que usa mi hermana. Se separa un poco de mí y le doy media vuelta, abrazándola por detrás, con sus nalgas frotando mi miembro hasta despertarlo. Lo nota y comienza a mover su culo de forma circular, arriba y abajo. Ella hace todo el trabajo. sacudo la cabeza para despejarme. La cocaína ha llegado a la cima y una lujuria desenfrenada se apodera de mí. Vaya chica, comienzo a ver su potencial. Me toma por las manos y se gira hacia mí, rodeando su cuello con mis brazos para darme uno de los mejores besos que he recibido en este año. Tiene labios carnosos y húmedos y una lengua juguetona que se toma las cosas muy en serio. Tan pronto nos separamos unos cuantos centímetros, ella aún con los ojos cerrados, percibo un pequeño pedazo de "algo" en mi boca. Se siente como un pedazo de papel. Ella sigue sin abrir los ojos, dejándose llevar por la música. Fue un cartón de ácido lo que me pasó con ese beso. Eso explica su soltura conmigo. No importa, hace una semana que no tengo sexo y ya me es necesario. Se termina la canción y me pide que nos sentemos un momento. Ella me lleva de las manos y me sienta a la mitad del sillón, justo para que pudiera acostarse y recargar su cabeza sobre mis piernas.

Pablo y Beatriz bailan Get lucky de Daft Punk, sin prestarnos atención. Es probable que Beatriz también haya tomado un ácido. Enrique está sentado a mi lado con una horrenda expresión de apatía y quise molestarlo un poco.

'¿Has visto a July últimamente?', pregunto inocentemente, acariciando el cuello y clavículas de Paula, que se retuerce de placer al tacto de mis dedos. No volteé a verlo, pero sé que en cuanto escuchó mi pregunta, quiso golpearme. Pero no lo hizo, ¿por qué? Porque tengo a Paulina recostada sobre mis piernas, y porque es un maldito cobarde. Mi relación con él nunca ha sido tan amistosa como los demás piensan. Y por más que él quiera golpearme, no lo hará. Lo sabe y eso lo confunde, porque no sabe cómo reaccionar. Le miro apretar los puños, apartar la vista de mí y vomitar un 'hace mucho que no hablo con ella'.

Termina la canción y comienza otra que no reconozco, probablemente Beyonce. Un mesero se acerca a nuestra mesa y nos informa que ya están por cerrar la barra. Pablo se acerca a ver qué sucede. Paola vuelve a la vida, se sienta y se recarga en mi hombro, preguntándome al oído qué pasa. El mesero se explica nuevamente, 'en quince minutos cerramos'.

'¿Ya nos vamos?', pregunta una Paola amodorrada.

'Sí, ya vámonos.' Enrique, fastidiado.

'¿Y a dónde vamos?' Paola, en incertidumbre.

'Podemos ir a mi casa.' Yo, asertivo.

'No, yo creo que nosotros ya nos vamos, ¿no, Pablo?' Beatriz, cansada.

'Sí, ya hay que caerle.' Pablo, cachondo por la coca.

Salimos a una cálida noche de Abril. Cada quien tomo su camino. Paola y yo nos dirigimos hacia mi casa, en Mexiamora. Caminamos lentamente a través del Jardín de la Unión, subiendo por un costado del Teatro Principal, hasta llegar a mi casa. Una vez dentro, tomamos shots de whisky hasta terminarnos la botella. Reímos, nos besamos y lucimos felices. La noche aún es joven.