No es de extrañarse que una criatura tan indefensa como ella sea víctima de los monstruos que esta sociedad engendra. Es una flor nacida en medio de una acera concurrida. Constantemente lastimada, pisoteada. Sobrevive de la mejor manera que puede, preguntándose por qué la vida es así. “Tal vez me lo merezco”, piensa la pequeña flor, decidida a aceptar el castigo y transformar el dolor en una parte fundamental de su vida. Para la pequeña flor no existen muchas opciones, salidas. Sus únicos momentos de consuelo son aquellos en que se le permite que la soledad lama sus heridas, y ella no tenga que defenderse de los gigantes que amenazan con aplastarla a cada momento del día.
Cuando conocí a Cindy
quedé impresionado por su luz. No era una luz clara, cristalina. No, aquel era
un brillo que traspasaba el velo de su sufrimiento. Se sobreponía al mal tiempo
y lograba deslumbrar a cuanto tuviera la fortuna de estar ahí para
presenciarlo. Su sonrisa sólo era la sombra de la muralla tras la cual se
protegía de sus demonios.
Cindy no hablaba mucho de
sí misma. En cambio, concentraba toda su energía en las chicas que visitaban el
foro en busca de ayuda, de consuelo, de alguien que las comprendiera y pudiera
decirles que todo estará bien. Así era ella. No importaba qué tan desgarrada
estuviera por dentro, no dudaba en hacer todo lo posible para ayudar a quien la
necesitaba. Desde la chica que se comunica porque ha tenido un mal día y las
ansiedades comienzan a presionar su pecho, hasta la chica que sostiene un
cuchillo contra sus venas, o que está lista para tomarse un frasco entero de
antidepresivos… ella estaba ahí para todas ellas. Matarse no cuesta nada, lo
difícil es seguir viviendo, seguir soportando el peso de nuestra propia
existencia. Por eso ella debía ser más fuerte, lo suficiente para ayudar a
otras que sufrían tanto como ella.
Reviso la última
conversación que tuvimos antes de reunirnos hace un par de horas. Ella estaba
desesperada. El ataque de pánico era implacable, amenazaba con desquiciarla si
ella no hacía algo por detenerlo. ¿Pero qué podía hacer? Su madre estaba
perdida en el mar de un sueño inducido por narcóticos, su padre se había
marchado hace años. No tenía a quién recurrir. Ella, que había sido soporte
para otras, se veía a punto de derrumbarse. Ninguna de las palabras que había
llegado a pronunciar en tantas ocasiones lograría salvarla. Las fórmulas no
eran mágicas, no cuando era ella quien debía proporcionárselas. Por más que lo
intentara, no tenía la fuerza para sacarse a ella misma de esa zanja.
Rondé el sitio web por
meses, observando las temáticas y el tono de lo que se hablaba en el foro y en
cada uno de los chats. No era una página de acceso público. Para entrar era
necesario contar con una contraseña que sólo otro miembro podría brindarte.
Esto porque no toda la gente se siente cómoda hablando en sitios públicos sobre
sus problemas, esta era una página para quien quería hablar sin sentirse
expuesta. Las reglas eran simples, ser cordial y respetuoso de los demás,
tratar los temas con la delicadeza correspondiente, e intentar ayudarse
mutuamente. Hay chicas con desórdenes alimenticios, otras que se mutilan,
drogadictas, depresivas, suicidas… almas que se han visto envueltas en las
situaciones más tristes y deplorables que uno pueda imaginarse. Cindy es la
administradora principal, y la que más aporta para la sobrevivencia de sus
miembros y amigas.
Ninguno de mis colegas ha
mostrado tanta entrega para que alguno de sus pacientes con una depresión
severa logre salir del agujero en el que se encuentran. Y ella, que padece sus
propios demonios, los relega a un plano secundario con tal de sacar a alguien
más adelante, aun si ella es la que termina en el fondo del abismo. Eso fue lo
que me hizo buscarla y mantenerla cerca. Su pureza es algo que debería
preservarse para la eternidad. Y yo debía ser quien la tome para protegerla.
No fue difícil acercarme a
ella. Dentro de la descripción del foro hay un link con el cual te puedes
comunicar con las administradoras. No estaba seguro de que Cindy pudiera ser la
que buscaba, pero tras estudiar a la mayor parte de los miembros que entraban
día con día, ella pareció ser la indicada. No podía decirle quién era yo en
realidad, ni qué tipo de salvación podía ofrecerle. Me hice pasar por
Alejandra, una antigua paciente mía a la cual no pude ayudar. Le conté de mis
problemas en casa, de cómo desearía que un rayo me fulminara para dejar de
existir, para dejar de sentir. Le conté todo cuanto sabía de Alejandra y sobre
su forma de sentir y ver el mundo. Ella se sentía igual en ocasiones, pero dijo
que teníamos que resistir para poder descubrir si había un futuro más brillante
en nuestro camino.
Sus esperanzas no estaban
perdidas, aún albergaba amor en su corazón. Tras meses de platicar y volvernos
amigos, supe que estaba en mis manos que esa inocencia no se perdiera.
Ahora Cindy descansa en
cama mientras yo la observo cautivado. Qué tranquila se ve. Los cortes que se
hizo en el brazo han dejado de sangrar, y una vez que limpié de su rostro el
rímel corrido por las lágrimas, ha quedado hermosa de nuevo. El efecto del
cloroformo pasará dentro de poco y entonces despertará.
Me pongo de pie y camino
hacia la puerta, donde dejé la maleta con el vestido que usará Cindy el día de
hoy. Un vestido blanco, puro y reluciente, como el alma de esta bella niña.
Temía no dar con la talla adecuada, pero ahora que lo extiendo a su lado en la
cama, veo que tomé la decisión correcta. Sé que esto no fue lo que ella
esperaba, que yo no soy quien dije ser. Pero no había otro modo de ayudarla.
Así como ella se ha sacrificado por el bien de las otras jovencitas, es mi
turno de hacer un sacrificio por ella. Es mi deber salvarla de los monstruos
que la acosan y que no descansarán hasta verla destruida.
Aprovecho ahora para
desnudarla y ponerle el vestido. Cuando esté despierta no querrá hacerlo.
Entrará en pánico y querrá detener lo inevitable. Lo sé, en la primera ocasión
en la que ayudé a uno de estos ángeles, ella despertó justo cuando la desnudaba
y pensó que mi intención era abusar de ella. Uno aprende de sus errores y
entiende cuál es la mejor forma de hacer las cosas. Aprendes que el deseo de
estas chicas por aferrarse a la vida es más poderoso cuando es otro el que
tiene las tijeras para cortar el hilo. Aunque en su momento no puedan verlo,
estoy liberándolas de toda posibilidad de corrupción. Es importante que yo se
los haga saber. No pueden irse sin saber que serán eternas, ángeles capaces de
escapar de toda la oscuridad y la maldad que espera por ellas en el futuro. Lo
hago por su bien.
Su cuerpo desnudo es una
visión del paraíso, de todo lo bueno y santo que desapareció cuando el pecado y
los demonios se apropiaron de nuestro mundo. No permitiré que arruinen su alma,
que envenenen su ser con mentiras y realidades que no son la suya.
El vestido le ha quedado
de maravilla. Ahora sí parece un ángel. Terminé de vestirla justo a tiempo.
Comienza a despertarse. Si lo hubiera hecho mientras la vestía, podría haber
tenido una impresión errónea de la situación.
Abre los ojos lentamente.
Podrá haber despertado, pero el efecto del cloroformo no ha desaparecido por
completo. Parpadea un par de veces y gira la cabeza a ambos lados, tratando de
identificar dónde se encuentra. Pasan cerca de veinte segundos con ella
completamente inmóvil. Entonces, hace un primer intento por incorporarse, pero
siente su cuerpo tan pesado que necesitará más de un intento para lograrlo.
- No te esfuerces
demasiado, estás exhausta. –Dije mientras me acercaba a la cama para que
pudiera verme.
- ¿Qui-quién eres?
–El miedo se apoderó de ella más rápido de lo que esperaba.- Vine a encontrarme
con una amiga, podría ayudarme a llegar con ella.
- Me temo que ya
estás frente a ella. O mejor dicho, frente a mí. Yo soy Alejandra. Lamento que
no sea lo que esperabas que fuera, al menos no en cuanto a algunas de las cosas
que dije acerca de mí. –Sus ojos inyectados de pánico, su boca se entreabre y
tuerce en una grotesca mueca. No me gusta verla así.- Mi nombre es Pablo y soy
psicoterapeuta. Soy la persona con la que has estado hablando por meses. La
persona en la que confiaste y a la que le abriste tu corazón. Te comprendo
perfectamente, sé por lo que estás pasando. Sé del infierno en el que se ha
convertido tu vida. Sé de tu dolor, de tu sufrimiento, de todo aquello que te
incinera por dentro y que deseas que termine, que caiga una lluvia que logre
apagar el fuego y refrescar las heridas. Lo sé porque tú me lo dijiste. Porque
tú querías que fuera yo quien te ayudara. Por eso es que me pediste que nos
viéramos el día de hoy, porque ya no podías tolerarlo más. Y es por eso que estoy
aquí, para salvarte. Para liberarte de tu prisión.
- No entiendo a qué
se refiere. Por favor, déjeme ir con mi amiga. No le diré a nadie de esto, lo
juro. Por favor, sólo quiero ver a mi amiga. –Rompe en un llanto triste y
lastimoso. Me acerco a ella y la abrazo quedamente, acercándome a su oído.
-
Shh… no te preocupes más, Cindy. Todo terminará muy pronto y no volverás
a sufrir más. Estoy aquí para ti. No tendrás que desangrarte sola en el baño de
tu casa. No tienes por qué manchar tu alma con el suicidio. Yo voy a hacer que
todo esté bien. Que con tu muerte se salvaguarde tu belleza y tu pureza,
protegiéndote de todo mal venidero. –Me separo de ella y su llanto se hace más
fuerte. Ya no dice más.
Enseguida me subo a la
cama y me arrodillo sobre ella, cuidando que sus manos queden bajo mis rodillas
para que no pueda liberarlas. Intentó resistirse, temerosa del maravilloso
infinito que le espera tras esta breve transición. Dejo caer todo mi peso sobre
su cuerpo para limitar en mayor medida sus movimientos. Es gracias al
cloroformo que no ha recuperado toda su fuerza y me es muy sencillo someterla.
Me inclino sobre su rostro y lo acaricio con a punta de los dedos, retirando
los cabellos que obstruyen su frente. Me pierdo en esos ojos tan profundos como
constelaciones a las que ningún hombre ha puesto nombre aún. Desciendo mis
manos por sus mejillas y la mandíbula hasta llegar a su fino cuello.
- Shh… no te
preocupes, yo me encargaré de que todo esté bien.
Tomo su cuello con ambas
manos y cierro los ojos, sintiendo el calor de su piel, la sangre corriendo por
sus venas, el aire que transita hasta sus pulmones. Tengo su vida ente mis
manos y ya es momento de hacerla mía. Aumento la presión poco a poco. Su
respiración se vuelve más pesada, su pulso se dispara. Abro los ojos y me
encuentro con su mirada llorosa. Es hermosa.
Obedeciendo el impulso de
no querer que sufra por más tiempo, la estrangulo con todas mis fuerzas. Todos
mis músculos están en tensión mientras que su cuerpo se pone rígido bajo el
mío, luchando por recuperar el control. La sangre inyectada en sus ojos, su
cara cambiando de color como el atardecer. Su mirada es suplicante. “¡Acaba de
una buena vez!”, la imagino gritando en su mente. No quiero que esto se
prolongue por más tiempo. Inclino mi cuerpo hacia adelante para que mis manos
reciban todo mi peso. Siento sus sacudidas, cómo su alma se desgarra y separa
de su cuerpo hasta elevarse por encima nuestro y partir a donde nadie podrá
alcanzarla jamás. Su rostro se relaja, así como el resto de su cuerpo. La vida
la ha abandonado y es momento de que yo también la deje ir. Luce en paz, sin
emoción alguna que tiña su alma de colores impuros. No habrá mal, tampoco
existirá el bien. Permanecerá etérea, sublime. Me cuesta trabajo desprender mis
manos de su piel. Mi cuerpo se estremece de placer aun después de que todo ha
terminado. He cumplido mi deber.