jueves, 21 de mayo de 2009

Soñando que escribía que escribía...

La noche dibujaba oscuras figuras en mi habitación. Era ya medianoche. Tenía que escribir algo para el taller literario al que asisto, pero nada servía. Las palabras parecían escurrirse por mi libreta, como si tuviera un derrame cerebral. Así me sentía. Todo iba de mal en peor, escribía unas cuantas líneas, tachaba, escribía otras, tachaba. Carajo, nada era útil, sentíame yo como chica emo escribiendo líneas tristes, deprimentes y patéticas. O me sentía así por lo deprimente de mi trabajo y mi carente técnica de escritura. Necesitaba algo que me elevara a la altura de los grandes escritores. Lamentablemente, mis musas me habían abandonado, se habrán ido de parranda a algún burdel, me dije. Entonces pensé: "¿qué haría Jesús en este momento?". Pero creo que no sirvió de nada imaginarme al hijo de Dios en un antro-harén bailando con todo el beat que sólo el puede tener, rodeado de hermosas jovencitas semidesnudas. Necesitaba algo que me ayudara a escribir, y con urgencia. Traté de motivarme escuchando a Héroes, pero nada, Porter y Juan Son, tampoco, intenté con Fey y Nina Pilots, pero creo que sólo empeoraron mi letargo literario.
Bajé por un vaso con agua, y miré por la ventana de la cocina. La luna iluminaba la cochera con una hermosa y ténue luz blanca. Eso era lo que necesitaba, que la luna fuera mi musa y me iluminara con su hermosura y majestuosidad! Ya lo tenía, solo debía ir por la lap-top, y a escribir. Era tan sencillo. Y para ayudar a espantar a los moscos, un cigarrillo, si que si!
Así que ahí estaba yo, en el patio trasero de mi casa, con la lap en las piernas, motivado, extaciado, alucinado, fumado. Estaba listo. Recordé todo lo que Luis Felipe nos había enseñado, una que otra técnica, una que otra metáfora. Pero de pronto, antes de que pudiera entrar en trance, algo me interrumpió abruptamente, algo molesto, perturbador, idiota. Era el imbécil de mi hermano. Balbuceaba algo acerca del por qué estaba afuera, en el patio, a oscuras, que mejor me metiera. Como si le importara un carajo. Le dije que entrara ver si ya había puesto la marrana, en vez de estar jodiendo. Se marchó enojado, maldiciéndome para si. Pobre idiota, nunca llegará a nada.
Volví a mi texto, lucía casi perfecto, ni parecía escrito por mi. La protagonista, llamada Sofía, se encontraba perdida en una red de amores, promiscuidad, alcohol, drogas y rock and roll. Era tan ridícula e irreal, que podría sucederle a cualquiera que no fuera una cualquiera. Lo leí de nueva cuenta, corregí un error, una coma por aquí y por allá, otro cambio de metáfora, en fin, el moldeo iba quedando bien. Finalicé de corregir y volvía a concentrarme en la historia. Pero lo único que venía a mi mente, era el idiota de mi hermano. Hablando basura de mi, urgando entre mis cosas. Carajo, puede encontrar mis cigarros! Me levanté y entré corriendo a la casa, tenía que encontrar mis cigarros antes que él y esconderlos, de otra forma el puñetero ese me acusaría con mi madre y la que se me armaría.
Entré al cuarto disimuladamente, luciendo tranquilo, relajado. abrí el cajón que se encuentra debajo de mi cama, y ahí estaban, mis BlackStone, aromatizando mi cajón de forma sublime. Los guardé en mi bolsillo y quería salir de ahí cuanto antes, la presencia de mi hermano me produce nauseas. Y justo antes de salir, abriendo la puerta, me pregunta con su tono fresa y burlón que cómo me iba en el trabajo, si seguiría trabajando ahí una vez que entrara a la universidad, que si ganaba bien, que cuánto ganaba, etc... Todo era parte del teatro que hacemos de vez en cuando para hacernos creer que nos importa el otro. Después de que terminé esa absurda e interesada charla con él, estaba ya frente a la computadora. Hora de trabajar, me dije. Y al momento de querer entrar de nuevo en la historia, no pude, me paralicé nuevamente, otro letargo. Maldita sea, todo por distraerme platicando con el fresa "high society" de mi hermano.
Lo intenté, lo juro que lo intenté, pero nada funcionó. La magia se había ido. Apagué tristemente mi computadora, no quedaba nada por hacer. Me fui a recostar. Ya una vez en mi cama, escuchando a José José, tuve una grandiosa idea para escribir, en la cuál no escribía nada, todo gracias al idiota de mi hermano, sí, eso sería.


Por John Reed