Cuarto episodio, "¡No se deje engañar por la competencia, tenemos la mejor oferta para usted, compre ahora!"
Tarde
del 26/10/2012
Comienzo
a preguntarme si todo lo que hago tiene algún sentido, incluso
continuar con esta bitácora. He perdido todos los ánimos, toda
esperanza de continuar. ¿Qué caso tendría? Ahora todo parece una
enorme y gran burla. Fran y yo nos hemos sumergido en una “pequeña”
depresión y Tovar no sé cuándo estallará. Todo lo que hace es
subir, caminar en su cuarto de un lado a otro, volver a bajar,
sentarse en la mesa, luego pararse y repetir todo una vez más, es de
locos. Fran y yo estamos sumergidos en una bruma que, supongo si
alguien mirase sobre nosotros, podría verse flotando sobre nuestras
cabezas, volviéndose cada vez más densa. Quizás ambos estuviésemos
pensando en lo mismo, pero era imposible saberlo, no quería romper
el silencio que Fran mantenía, ni él el mío, supongo. Prendíamos
un cigarrillo tras otro, haciéndonos una leve seña con la mano para
pasarlo. Fue hasta entonces, habiendo apagado el último cigarrillo
que nos quedaba, que Fran habló.
-¿Aún
tienes marihuana?
-Sí,
afortunadamente nos encargamos de comprar un poco la semana pasada.
-Bien,
¿me podrías regalar un poco?
-Sólo
si después me dices lo que has estado pensando, probablemente nos
hayamos cruzado en el camino.
-Va,
me parece.
Subí
a mi cuarto por la marihuana, pasando por donde estaba Tovar. Se
había alaciado el cabello o algo así y miraba por la ventana hacia
el callejón. Era en verdad tristísimo. Cogí la magia y una
cajetilla de cigarros que estaba a medio terminarse y volví al
comedor. Fran regresaba de servirse un vaso con agua en la cocina, se
sentó, sacó un cigarrillo de la caja y comenzó a jugar con él,
pasándoselo entre los dedos o golpeándolo por el filtro. Yo tomé
uno y comencé a sacarle el tabaco.
-¿No
la fumaremos en la pipa?
-No,
me parece que esta situación amerita que hablemos estando relajados,
y que tomemos decisiones igual.
-Jaja,
¿mejor drogados a tensos?
-Así
es, al menos por el momento, ya sabes, la marihuana no es eterna.
Reímos
y yo continué preparando el cigarrillo de marihuana. No tardé cinco
minutos en terminarlo y se lo pasé a Fran para que lo encendiera. Lo
fumamos en silencio hasta que se hubo consumido por completo. Fran me
miraba con los ojos rojos y entrecerrados.
-No
mames, me puse hasta el culo.
-Yo
también, dijo Fran.
-Je,
entonces... ¿ya me dirás qué estabas pensando?
-Pues...
pensaba que tenemos que encontrar la forma de conseguir víveres, la
comida puede durarnos cuando mucho unos cuatro días, pero se está
terminando el agua de la garrafa.
-Sí,
pensaba lo mismo, quizás podríamos ir a la tienda y conseguir lo
que necesitemos.
-¿Pero
no estará quizás, cerrada la puerta de la entrada?
-Es
probable, por eso creo que quizás por el techo podamos llegar.
-¿A qué
te refieres?
-Pues
verás, ya hace tiempo que me había topado a la señora de la tienda
recogiendo su ropa una de las tardes en que yo me encontraba lavando,
y me puse a pensar que cualquiera se puede meter en la casa del
vecino por medio de los techos, la mayoría quedan al nivel, y si
tenemos suerte, podremos conseguir las cosas de la tienda de la
señora.
-Lo
más seguro es que sí se pueda.
-Aunque
si están con vida puede que nos metamos en un lío, y si están ahí
dentro como consumidores, también. De cualquier modo será
arriesgado.
Estábamos
por fin los tres en el techo, cada uno llevaba una mochila o maleta
donde meter las cosas, y su respectiva arma. El sol azotaba contras
nuestras frentes. Una débil gota de sudor me cruzó por la frente.
Nos tomamos un momento para mentalizarnos y comenzamos la marcha con
los nervios en la punta, Fran y yo aún estábamos drogados y seguro
él también se sentía aún más nervioso de lo habitual. Tengo las
manos tensas y no paran de sudarme. Maldito sol, y pensar que había
amanecido nublado e incluso había llovido. Ahora hace un calor
infernal. Quizás lo mejor sea verlo desde otra perspectiva, como si
fuera un videojuego, volverlo todo más irreal de lo que ya es.
Quizás así no sería tan traumático.
Saltamos
de un techo a otro con mucho sigilo. Tratando de hacer el menor ruido
posible y no atraer a los consumidores que se llegaran a encontrar
dentro de alguna casa. Todo estaba terriblemente silencioso. Los
perros que solían ladrar todas las noches ahora estaban pudriéndose
al sol, de ellos no quedaba gran cosa. Sólo los huesos y puñados de
carne aquí y allá. Unas náuseas terribles se apoderaron de mí.
Tendré que acostumbrarme a este panorama, a los olores, a los
sonidos.
Llegamos
al techo de la casa de la señora de la tienda sin muchos problemas.
Los tres estábamos cubiertos en sudor, más por los nervios que por
el calor. Dejamos las mochilas en el techo y echamos un ojo. No se
veía movimiento alguno al interior de la casa. Nos miramos sin decir
nada. Empuñé el cuchillo que llevaba y descendimos por las
escaleras. Había macetas con plantas secas colgadas a lo largo de la
pared de las escaleras. Bajo nuestros pies crujían las hojas ya
muertas. Nuestros pasos eran cautos para evitar hacer el menor ruido. Descendimos a la planta baja sin problemas. No había rastro alguno de vida, ni
siquiera se podía ver a los canes que poseían. Entré en el
corredor donde estaba su tienda y todo estaba exactamente como
seguramente lo había dejado la señora. No parecía faltar nada.
-Estamos
de suerte, les dije, hay de todo.
-Creo
que hay alguien en la cocina, dijo Tovar, está acostado en la mesa.
-Vamos
a ver, dije.
-¿Hay
alguien dentro?, dije en voz alta, esperando que el sonido de mi voz,
o fuera escuchado por una persona, o por un escurridizo consumidor,
en cuyo caso sería más sencillo confrontarlo de una vez, a tener
que esperar a que nos salte por la retaguardia. En el callejón se
escucharon algunos pasos, pero dentro de la casa no hubo ni un solo
murmullo.
Subimos
las escaleras que llevan a la cocina. Nos asomamos por la ventana y
efectivamente, había alguien sobre la mesa, pero no era sólo uno,
eran varios. Abrí la puerta con precaución y tras recibir un tufo
terrible, pasamos a la habitación. La familia completa parecía
estar ahí. Todos sentados al rededor de la mesa, con la cabeza
recostada sobre sus manos. Los perros, un pastor alemán y un poodle,
estaban recostados juntos a un lado de la señora. Todos llevaban las
mangas arremangadas y bajo ellos, una superficie marrón que cubría
gran parte de la mesa. Incluso estaba sobre sus pantalones y en el
suelo. “¿Qué podrá ser?”, dije. “Mira ahí”, me señaló
Fran. Había un cuchillo cubierto de sangre al lado del que parecía
ser el esposo de la señora.
-Debieron
haberse cortado las venas al enterarse de la noticia. Miren, cada uno
lleva un rosario atado a la muñeca, murmuró Fran más hacia sí
mismo.
-Ay,
dios, vámonos de aquí, exclamó Tovar un tanto perturbado con la
escena.
.Sí,
vámonos de aquí, esto está muy freak... Terminé por decir yo, que
estaba asqueado por el olor. Sin percatarme de ello, una idea se
había sembrado en mi interior.
Subimos
por las mochilas, haríamos el traslado de las cosas lo más rápido
posible.
-Adelántense,
yo los alcanzo en un momento, dijo Tovar, que estaba temblando y
respirando de forma alterada.
-Está
bien, cualquier cosa nos avisas, ¿vale?, dije.
-Sí,
yo a-ahorita voy, murmuró entrecortadamente, nos daba la espalda a
Fran y a mí, viendo hacia el ocaso. Muy dramática la imagen.
Fran
y yo bajamos casi corriendo, teníamos que apurarnos a regresar antes
de que anocheciera o podríamos tener problemas. Siempre se es más
vulnerable en la noche, y especialmente cuando esas cosas no
necesitan ver para encontrarlo a uno. Llenamos las mochilas de
alimentos enlatados, pan dulce, frituras y todo cuanto en ese momento
nos pareció indispensable debido al monchis. Estando en el patio,
antes de irnos, le pedí a Fran que me acompañara al interior de la
casa. Como ya estaba oscureciendo, el interior de la casa se
encontraba en penumbra. Entramos de nuevo por la cocina. Ver los
cuerpos sobre la mesa en tal oscuridad, era de lo más terrorífico.
Ya estaban muertos, sí, pero a uno le viene a la memoria aquel temor
infantil hacia la oscuridad, a las figuras que esconde tras su velo.
-Me
estoy cagando del miedo, dije.
-Yo
también, ¿qué venimos a buscar aquí?
-Tú
sígueme, pero primero hay que checar que funcione la luz. Encontré
el interruptor del otro lado de la cocina, a un lado del refrigerador. Lo presioné y la luz me cegó por un momento. Diablos, con la luz
encendida, ver a la trágica familia que se quitó la vida junto con
sus mascotas, resulta muy deprimente.
-Sígueme,
le dije. Había dos puertas en la cocina además de la que nosotros
utilizamos para entrar. Abrí la que quedaba a mi derecha con los
nervios crispados. Era un cliché clásico el abrir una puerta y que
un monstruo apareciera de la nada y ¡bam!, estás perdido. La abrí
por completo y retrocedí inmediatamente, a la espera de cualquier
cosa que pudiera surgir de las tinieblas. Fran estaba detrás de la
mesa, en posición de ataque. Esperamos cerca de un minuto sin
movernos, pero no pasó nada. Nos miramos y avanzamos hacia la
puerta. Con la mano que tenía libre busqué el interruptor en las
paredes y lo encendí. Era el comedor. Había una mesa de madera,
grande y de apariencia vieja, ocho sillas, un cuadro horrendo de unos
niños jugando en una pradera con un perro terrier, que le daba un
toque muy kitsch a la habitación. Y por supuesto, un minibar.
-Esto
era lo que estaba buscando, le dije a Fran con una sonrisa.
-¿Nos
llevaremos alcohol?, me dijo algo sorprendido.
-Se
me antoja hacer una pequeña fiesta, como una bienvenida a lo que es
el nuevo mundo, dije solemnemente.
-Jaja,
embrace the apocalypse?
-Exacto.
Tomamos
bolsas para el mandado que estaban en la cocina y las llenamos de
alcohol, luego volvimos al refrigerador de la tienda y tomamos las
debidas bebidas para preparar el menjurje Teniendo todo lo necesario
sobre nuestros hombros, escuchamos los espeluznantes gritos de Tovar.
“¡Fran, John, ayúdenme!” Nos miramos y dejamos todo en el
suelo, corriendo lo más rápido que podíamos hacia la azotea.
Cuando llegamos Tovar ya no estaba ahí. “¡Rápido, vengan!”,
gritaba. Corrimos por los techos hacia nuestra casa, cuando llegamos
le grité: “¿¡Tovar, dónde estás!?”, “¡En el callejón,
rápido!” Solté un “puta madre” y corrí a la reja desde donde
se veía el callejón. Los consumidores tenían rodeado a Tovar, que
los mantenía a raya con una escoba. Llevaba consigo su maleta.
Gracias a sus berridos, más consumidores subían por el callejón.
Les atrae que su alimento chille de terror.
-¿Qué
haremos?, preguntó Fran.
-No
lo sé, no podemos contra tantos. Cuando menos debe haber una
veintena ahí abajo, más los que están subiendo por el callejón.
-¡Hagan
algo, me van a comer!, gritaba Tovar.
-Mierda,
dijimos nosotros.
Bajamos
corriendo por las escaleras metálicas. Ya estando en el segundo piso
detuve a Fran. Se escuchaban ruidos en la parte inferior de la casa.
“Sólo falta que haya dejado la puerta abierta y entonces sí
estamos jodidos”, le susurré a Fran. Bajamos los escalones para
el segundo piso lentamente, asomando tan sólo la cabeza. En efecto,
el muy descuidado de Tovar dejó la puerta abierta. Un consumidor iba
saliendo de la sala, caminando en dirección al comedor, se
detuvo y volteó a ver en dirección a la puerta, de donde provenían
los gritos de nuestro compañero. Luego volteó en dirección nuestra
olfateando, sus ojos blancos apuntaban a donde nos encontrábamos.
Caminó lentamente hacia nosotros, sin decidirse aún por el olor que
percibía. Topó con el primer descanso de la escalera y se cayó
hacia adelante. Confundido, movía piernas y brazos para poder
ponerse en pie nuevamente. En ese momento bajé haciendo el menor
ruido posible y le encajé el cuchillo en el ojo derecho. Sentí el
peso de su cuerpo convulsionarse mientras retorcía la navaja al
interior de sus sesos. Las convulsiones terminaron y su cuerpo cayó
laxo. Saqué el cuchillo de su cráneo, sangre y otros líquidos,
trozos de ojo y de cerebro resbalaban por mi mano. Maldito asco.
Corrí y emparejé la puerta mientras Fran inspeccionaba el resto de
la planta baja en busca de algún otro consumidor que haya entrado.
-No
hay más, dice con la respiración agitada.
-No
creo que podamos ayudarlo, dije, ven a ver esto. Fran se acercó a la
puerta hasta ver lo que yo veía. Tovar estaba completamente rodeado
por consumidores. Sus gritos eran apagados por el jadeo ferviente de
esos seres. Morían de hambre y no podían esperar a ponerle mordida
encima a su presa. De pronto los gritos de Tovar se hicieron más
intensos, al parecer ya habían logrado morderlo, pues todos
parecieron excitarse en demasía. Los que estaban lejos del bocado
comenzaron a ponerse agresivos contra aquellos consumidores que
estaban comiendo. Parecían estar peleando por el alimento. Tovar
seguía gritando por auxilio y no había nada que nosotros pudiéramos
hacer. Cerré la puerta y le pasé llave. Nos sentamos en el suelo y
fumamos un cigarrillo en silencio, mientras que afuera esas cosas
jadeaban de felicidad y regocijo.