domingo, 26 de enero de 2014

Fortuito frenesí






I.

Me encuentro en cama. Por la ventana, a través de la cortina, comienza a colarse la platinada luz de la mañana. Hace quince minutos que los gallos iniciaron su infernal concierto. Otro día ha comenzado. Recorro mi habitación con la vista y una mueca de asco se forma en mi rostro. Qué pequeño es este lugar. Cuando me mudé a esta casa pensé que no importaba que el lugar fuera diminuto o que no tuviera muchas cosas; pensé que una vida austera me sentaría bien. Pero ahora, la falta de espacio me resulta insoportable.

Son las siete de la mañana. No entro a trabajar sino hasta dentro de tres horas. Detesto el tiempo muerto, desperdiciado cada noche al intentar dormir en vano. Acostado en la oscuridad, con los ojos abiertos como un idiota. Me cubro la cara con la almohada y planifico mi día laboral en la librería. Registrar entradas y salidas de material, depositar la venta del día anterior en el banco… ese tipo de cosas. Desde que me ascendieron a jefe de librería, los altos mandos esperan mucho de mí. La verdad es que no tenían opción. No querían tener a alguien tan joven como jefe de la librería de la alhóndiga, pero con la recomendación de la antigua jefa de librería, y de otros dos jefes, no les quedó de otra. Pese a sus dudas no les doy motivo para quejarse. Mantengo las ventas altas, tengo la contaduría en forma y he pasado cada inspección con sobresaliente.

Por otro lado, Fernanda ha estado muy insistente con la idea de irnos a vivir juntos. Quiere tomar ese gran paso a lo que, desde mi perspectiva, no es otra cosa que tirarse al precipicio. Fernanda… la mujer más celosa y posesiva con la que haya salido. No puede verme hablando con una mujer por más de dos minutos porque se pone como loca. Qué gran capacidad imaginativa tiene para crearse imágenes donde me estoy follando con cuanta amiga tengo. Incluso se imagina que me cojo a mi auxiliar en la librería, no importa que Mariana tenga dieciocho, o que sea lesbiana, Fernanda igual piensa que me la quiero coger porque está morrita. Y ella, que ya se acerca a los treinta, se siente sumamente insegura. Diablos, cualquiera esperaría un poco de madurez de alguien que es mayor que uno, pero eso es pura fachada. Ahora que he decidido mudarme de aquí no me quedará de otra mas que aceptar su propuesta. Quién sabe, quizá no llegue a ser tan terrible como lo imagino.



II.


Son casi las dos de la tarde. En unos momentos llegará Fernanda, tomaré mi descanso e iremos a comer. El día ha estado bastante flojo, sólo han venido unos cuantos estudiantes y un grupo de turistas japoneses que no compraron nada y sólo desorganizaron mi librería. Mariana camina de un lado a otro acomodando libros, siguiendo el caótico andar de los turistas como un rescatista buscando damnificados tras el paso de un huracán. La escucho quejándose del desorden, de los clientes que vienen a curiosear y no compran nada. Me divierte verla hablar sola. El disco de bossa nova que puse está exasperándome. Odio tener esta atmósfera de adulto mayor, pero por ley de la empresa debemos reproducir los discos que tenemos en venta. Claro que a muchos clientes les gusta, pero ellos no tienen que soportar este martirio todo el día, todos los días.

- Mariana.
- Dígame, jefe.
- Ya me dio asco tanta sensualidad, quita ese disco y ponte lo que quieras.
- ¿Led Zeppelin?
- Date gusto.

Mientras Mariana se agacha para cambiar la música, noto por el rabillo del ojo que Fernanda se asoma por la puerta. No es la primera vez que lo hace. Espera atraparme en el acto, siéndole infiel con mi asistente lesbiana. Qué ridículo. Giro la cabeza y la sorprendo observándome. Sonríe pícaramente y se excusa diciendo que pretendía asustarme. Sí, vaya susto me da que una loca me esté espiando. Guardo mis cosas en la mochila y Fernanda le pregunta a Mariana cómo ha estado, si sigue con su pareja y cómo la trato como su jefe. Mariana, que ya sabe de qué va el interrogatorio, se hace la tonta y responde puras burradas. “Ay, Ricardo es un amor conmigo, me consiente mucho y me trata súper bien.” Fernanda sonríe y responde un “qué bueno, si te trata mal me dices para regañarlo” tan hipócrita como le es posible. Ya se cabreó. Me cuelgo la mochila al hombro y le digo a Mariana que saldré a comer, vuelvo a las tres. Antes de salir de la librería con Fernanda prendida a mi mano, Mariana me pide que le traiga galletas “de las que tantos nos gustaron” para tomarnos el café de la tarde. Sé que se divierte haciendo enojar a Fernanda. A mí también me divierte, pero soy yo el que tendrá que pagar por su pequeña broma.

Fernanda me estuvo jodiendo con lo que dijo Mariana durante todo el trayecto al restaurante de sushi, el cómo me lo dijo, de seguro le gusto o yo le ando coqueteando. En cuanto llegamos al restaurante le pido que cambie de tema, que ahora estoy con ella y  no tengo interés de hablar de alguien más. Eso la tranquiliza.

Pasando a asuntos de mi interés, concernientes a su trabajo en el periódico, la policía no tiene pista alguna sobre los dos asesinos que tienen atemorizada a la gente de Cuévano. Se piensa que el par compite por ver quién asesina a más personas antes de que los atrapen, así como por ver quién acapara más los medios de información. Una lucha de egos que está acabando con la tranquilidad de los cuevanenses. Entre ambos, ya juntan un total de doce cadáveres. “El Carnicero del Cerro de los Leones”, y “El Estrangulador Galante”. Vaya nombres que le pone la gente a sujetos así.

Fernanda está de lo más emocionada. El editor en jefe le ha encomendado encargarse de la cobertura de los asesinatos perpetuados por los psicópatas del bajío.


- Qué estúpida tiene que ser la policía para no poder dar con ese par de idiotas.
- No creas, por lo que he escuchado, los asesinos son muy cuidadosos en no dejar evidencia alguna. Lo único que los ministeriales encuentran es aquello que el carnicero o el estrangulador dejan a modo de tarjeta de presentación.
- Uy, qué tenebroso. Para mí que sólo han de ser un par de retrasados con problemas de mamá.
- Es probable, aunque estoy segura de que no te has enterado de lo que sucedió esta mañana.
- No me he enterado de nada. ¿Qué sucedió?
- Encontraron el cuerpo mutilado de un niño cerca del lugar donde apareció la primera víctima del estrangulador. Piensan que se trata de un cambio en su modus operandi para confundir a la policía.
- Eso definitivamente no lo sabía.
- Parece que el estrangulador se ha inclinado al abuso de menores.
- ¿Quieres decir que violó al niño?
- Sí, a pesar de que el cuerpo se encontraba en un terrible estado a causa de los golpes y cortaduras, el médico forense afirmó que había rastros de abuso sexual. No quiero ni imaginarme lo que el pobre tuvo que pasar antes de que ese mal nacido le quitara la vida. Quién sabe qué harán esos lunáticos a partir de ahora.
- A saber… tú sólo ten cuidado. Si alguno de ellos presta atención a la prensa, podrían percatarse de que escribes sobre ellos y volverte una persona de su interés.
- No te preocupes por mí, Ricardo.  ¿Qué harías si algo me llegara a pasar?
- Busco al responsable y le hago desear no haber nacido.
- Tan lindo que eres. ¿Ya has pensado en mi propuesta?
- Sí, lo he hecho. Acepto, ya no puedo vivir más en ese lugar. Es deprimente.
- Bien, porque estuve investigando y encontré un departamento fabuloso. Le dije a la dueña que lo ocuparemos mañana que se te venza la renta. Ya he pagado el depósito y la renta del primer mes.
- Parece que ya tenías todo bien planeado. ¿Qué hubieras hecho en caso de que me rehusara?
- Para eso tengo un pañuelo con cloroformo en mi bolsa, cariño.
- Ya estás aprendiendo.



III.


En la ciudad de Guanajuato se siente el miedo, la desconfianza, la incertidumbre. En enero del 2012, un recolector de leña encontró el cuerpo sin vida de una joven a un costado de la carretera que lleva a Dolores. Su cuerpo mostraba evidentes marcas de tortura, múltiples apuñalamientos, y los genitales cercenados. El médico forense determinó que la causa de muerte fue estrangulamiento. El cuerpo estaba acomodado de tal modo que pareciese que la joven dormía. Sobre su pecho yacía una rosa con espinas, y en su rostro se había pintado una sonrisa con su sangre, revelando el trasfondo enfermizo del asesino. La mujer resultó ser una prostituta de veintisiete años, Lourdes Pérez, que desapareció dos días antes de que se encontrara su cuerpo, reportaron las autoridades. En la escena no había pista alguna que pudiera señalar al asesino. La prensa bautizó a este asesino como “El estrangulador galante”, por la rosa encontrada sobre los pechos de las víctimas y la sonrisa dibujada con sangre.

No pasaron más de dos semanas cuando encontraron un segundo cuerpo dentro de una bolsa de basura justo a la entrada del cerro de los leones. Dentro de la bolsa se encontraba el cuerpo desmembrado y decapitado de un hombre adulto. El forense indicó que el cráneo del hombre había sido destrozado con un mazo o un martillo. Posteriormente, el asesino procedió a decapitarlo y cortar sus extremidades con un machete. Sus genitales y corazón fueron removidos con salvajismo. Dentro del tórax de la víctima se encontró su credencial de elector. Joaquín Marín, de cuarenta y cinco años. Se cree que el asesino extrajo el corazón y los genitales para su consumo. Por la forma tan terrible en la que se encontró el cuerpo, la prensa ha llamado al asesino “El Carnicero del Cerro de los Leones”.

En los nueve meses posteriores a las primeras víctimas, fueron encontrados diez cuerpos más. Cinco mujeres –todas prostitutas- que llevaban consigo la marca inigualable del primer asesinato de la joven Lourdes. Las edades de las jóvenes oscilan entre los dieciocho y los treinta años. Los otros cinco cuerpos siguen el patrón del carnicero. Habían sido desmembrados, decapitados, y sus genitales y corazón extirpados. Tres hombres y dos mujeres. A los hombres se les cortó el miembro y los testículos, y a las mujeres los senos, los glúteos, y se les extrajo el útero. Los detectives piensan que el asesino consume el corazón y los genitales como parte de un ritual caníbal.

Grupos civiles y la población en general piden resultados al gobernador y se capture a los responsables. La policía se encuentra perpleja, no tienen indicio alguno sobre los asesinos. Se han arrestado a cinco hombres desde que todo comenzó, pero fueron liberados por falta de pruebas. El Gobierno del Estado se ha visto obligado a pedir ayuda a los mejores científicos forenses del país en su intento por llevar a los culpables ante la justicia.

El hallazgo de un menor torturado y abusado sexualmente en el lugar donde se encontró a la primera víctima del llamado Estrangulador Galante, ha causado una gran conmoción en la sociedad en general. El forense afirma que el menor fue víctima de violación, después fue golpeado y torturado, para al fin perder la vida al ser estrangulado; su cuerpo fue mutilado post mortem. El lugar donde se encontró su cuerpo, así como la mutilación y el estrangulamiento, apuntan a que el responsable es El Estrangulador. “Ciertamente es un cambio drástico de patrón”, afirma el agente de ministerio público Fernando Rejón Rodríguez, “pero los principales rasgos de su conducta son consistentes con lo que hasta el momento sabíamos de él”. Se cree que el cambio de patrón es parte del plan del Estrangulador para desconcertar a los investigadores, así como un reto lanzado a su rival mediático, El Carnicero del Cerro de los Leones.

Las teorías hechas por la policía se inclinan a que el par de asesinos compiten por la atención de los medios de información. Una lucha de egos entre dos maniáticos con un muy alto precio a pagar. Ahora que uno de ellos ha tomado la vida de un menor, y el modo en el que lo hizo, la pregunta en el aire es: ¿A qué niveles de violencia y perversión llegarán los asesinos en su contienda? ¿Será que ya nadie está a salvo del juego enfermizo entre estos dos psicópatas?



IV.


Estoy sentado frente al computador con la vista fija en un libro de Goya ubicado en la pared frente a mí. Mariana canta y baila con AC/DC mientras dos chicas curiosean en la sección de libros de Tierra Adentro. Quisiera gritar de coraje, arrancarme el cabello, golpear a alguien. ¿Cómo es posible que la policía sea tan idiota? ¿Acaso no pueden ver que se trata de un asesino completamente distinto? Ya no estamos hablando de que la víctima sea una prostituta o una mujer cualquiera, sino de un niño. Por deducción obvia, alguien que mate mujeres no cambiaría tan drásticamente su victimología. Tendría que ser alguien más. Alguien que trata de encubrir sus crímenes utilizando de chivo expiatorio a El Estrangulador. Alguien que cree poderse salir con la suya. Alguien con un severo retraso mental.

No me percato cuando Mariana se para a mi lado y pone su mano en mi hombro.
-Jefe, ¿estás bien? Te noto meditabundo desde que volviste de comer.
- Estoy bien, Mariana. Sólo estoy un poco cansado, sigo sin poder dormir.
- Con una novia como la tuya no me sorprende que no puedas pegar un ojo en toda la noche. Ja, ja.
- Vamos, no te burles, que gran parte del pleito de hoy se debió a tu chistecito de las galletas.
- No me vengas con que no te causó gracia. Debiste ver su rostro. Seguía sonriendo, pero su mirada me acribillaba con desprecio . No cabe duda de que me detesta. Fuera de mis pequeñas bromas, no hago nada indebido, ¿o si? Por favor, dime, ¿qué es lo que se imagina que hacemos cuando nadie nos ve?
- Tiene la ridícula idea de que nos encerramos en el baño a coger cuando no hay clientes.
- Ojalá fuera eso, mi rey. Pero sigues sin hacer caso a mis coqueteos e indirectas.
- No empieces, donde Fernanda te escuche, cambia de ser periodista, a homicida en un parpadeo.
- Pff… vaya novias elige, jefe.


Por la noche me reuní con Fernanda en mi casa. En la tarde hablé con la arrendadora y le informé de mi cambio de domicilio. Era la última vez que dormiría en ese diminuto cuarto y quería darle su apropiada despedida. Una vez dentro, en la sala, me dediqué a besar a Fernanda en el cuello, mejillas y párpados, dándome el tiempo suficiente para saborear su aroma. Se encuentra menstruando y su cuerpo desprende un aroma más fuerte que calienta mi sangre al punto de ebullición. Beso sus labios, los muerdo despacio y jugueteo con su lengua. Me encontraba tan excitado que podría haberla devorado si me rindiera a mis instintos. Se dejó quitar el saco y desabotonar la camisa. Mis manos acariciaban la suave textura de su estómago y de su espalda mientras la llenaba de besos en las clavículas y mordía su cuello. Se dejó hacer al tiempo en que le quitaba la camisa y desabrochaba su sostén para poder besar sus senos y lamer sus pezones erectos. La sentía más mía que nunca y eso me ponía al borde del desenfreno. Las manos me temblaban a causa de la excitación y mi pensamiento se evaporaba con la fiebre.

Me senté en el sofá y la atraje hacia mí, capturándola firmemente por la cintura. Acaricié lentamente sus muslos hasta llegar a sus nalgas y su cintura. Hice que me diera la espalda y levanté su falda por encima de la cintura para besar, lamer y morder sus glúteos, intentando retener la voracidad que me consumía. La temperatura de su cuerpo aumentó a medida que mis caricias alcanzaban el interior de sus muslos, sin llegar a rozar sus pantimedias. Su espalda se arqueaba a cada roce, a cada mordida bien dada en sus piernas marmóreas. “No muerdas mis piernas por debajo de la altura de la falda, se quedan las marcas de tus dientes y no puedo ir así al trabajo”, dice entre jadeos. Le pedí que no hablase más y se dejara hacer. Yo me encargaría de todo. Sin poderme resistir más, me puse en pie y la cargué hasta la habitación. Me recosté en la cama y le ordené que se terminara de desnudar despacio. No me perdí uno solo de sus movimientos. Las manos me temblaban y no podía contenerme. Una vez desnuda le instruí que se subiera a la cama en pie. Estaba sobre mí, con mi cuerpo entre sus piernas. Me incorporé y la besé en las pantorrillas y muslos. La recorrí con las manos desde los tobillos hasta las nalgas, pasando por su vientre, hasta llegar a su entrepierna tersa por la depilación. La sentí mojada. Llevé mi mano húmeda por sus jugos hasta mi boca para saborear el elíxir que de ella emanaba. Estaba más que lista y yo no podía esperar más tiempo. Me pasé la lengua sobre los dientes y le ordené que se sentara sobre mi cara. Aspiré sus maravillosos olores a medida que su cuerpo descendía. Tan pronto la tuve cerca comencé a besar y morder el interior de sus muslos, de sus ansiosos y fervientes labios vaginales. Fernanda resoplaba y movía su pelvis al ritmo de los embates de mi lengua. Se mojaba más y más a medida que recorría sus labios el clítoris con la punta de mi lengua. Tenía la cara húmeda de saliva y secreciones vaginales. Mordí y succioné su clítoris haciéndola retorcerse con la fricción del piercing en mi lengua con su clit henchido. Junto a su sabor habitual, percibo el metálico sabor de la sangre brotando de ella. 

Ya no era yo, muté en una bestia ciega por la lujuria. Le di una nalgada y se puso en pie lentamente a causa de los temblores en las piernas. No hice que se viniera, preferí que se quede tan encendida y ansiosa como fuera posible. Se dio vuelta y se sentó nuevamente sobre mi rostro. “Es mi turno”, dijo. Me desabrochó el pantalón con una mano, mientras que con la otra frotaba mi miembro a través de la mezclilla. Yo continué comiendo de ella como si me encontrara en estado de inanición. Sacó mi miembro y comenzó a lamer la cabeza, a darme suaves mordidas con las muelas. Cerré los ojos y me concentré en sentir el calor de su boca y su saliva en todo mi sexo. No pude seguir pensando con claridad, mi cuerpo se estremecía y contraía en oleadas de placer. De pronto me vino a la mente la imagen del niño asesinado. Una ira insospechada comenzó a acumularse en mi interior al tiempo que Fernanda me acercaba al orgasmo. No podía estar pensando en eso. Respiré tan hondo como me fue posible, intentando retrasar la eyaculación. Fernanda se retorcía y me pidió que la penetrara, ya habíamos jugado lo suficiente. La posicioné en cuatro y comencé a penetrarla lentamente, sintiendo cada centímetro de mi miembro sumergirse en el incendio de sus entrañas. Poco a poco aumenté la velocidad de mis embates. Mi pensamiento se desintegraba, dejando en su lugar solo ira. Le di una, dos nalgadas. Ella gemía y me miraba de soslayo, estaba complacida. Le quité la funda a la almohada y  le até las muñecas por la espalda. Con una mano sujeté la atadura y con la otra la nalguee cada vez más fuerte hasta que su trasero se tornó carmesí. No podía pensar, la ira me consumía. Su vagina se contrajo en un orgasmo y  sangre y  jugos corrieron por mis muslos. Yo aún no acababa y continué embistiendo con furia. Entre jadeos me preguntó si aún no me corría. Le di una nalgada y le pedí que no hablase, pues me desconcentraba. No tardé mucho en estallar dentro suyo. Me estremecí y todo mi cuerpo se tensó con el orgasmo. Comencé a sentirme ligero como el helio, mi respiración se volvió pausada y regular. La cabeza me palpitaba intensamente y mi vista se nubló. Desaté el nudo de sus muñecas mientras aún me quedaban fuerzas y me tumbé a su lado. Pasé una mano por mi cara para limpiarme el sudor y vi mis dedos enrojecidos con su sangre. Eso es lo último que recuerdo antes de haber perdido el conocimiento.



V.


Estoy de rodillas en el suelo. En mi mano derecha reposa la navaja que utilizaré para apuñalar y destajar el paquete frente a mí. Las manos me tiemblan y me cuesta sostener la navaja con firmeza. He hecho esto un centenar de veces, no sé por qué se me dificulta tanto cortar la maldita cinta canela. Me pongo en pie dándome por vencido y llamo a Mariana para que desempaque y revise el pedido de libros. Yo puedo encargarme de ingresarlos al sistema. Voy al baño y cierro con seguro. Enciendo el bombillo y me veo reflejado en el espejo sin que me agrade la apariencia del sujeto frente mí. Unas horrendas ojeras cuelgan bajo mis ojos. Me veo demacrado.

Esto es imperdonable. Pensé que la semana pasada me había desmayado a causa de tantas noches sin dormir, pero resulta obvio que fue a causa de ese infeliz viola niños. El cansancio me ha cambiado el semblante. Las noches se me pasan pensando en cómo haré para encontrar a ese hijo de perra y hacerlo pagar por lo que me ha hecho. Día tras día he salido a parques y jardines donde suele haber concentraciones de infantes en un intento por cazar al asesino. Dijeron que el cuerpo del primer y segundo niño fueron encontrados al amanecer, así que el maldito debe ser un depredador nocturno.

Cada noche salgo a la caza de mi presa, visitando los parques más visitados por niños para tener un panorama más preciso de sus técnicas de caza y poder estudiar mejor a los transeúntes. Si tengo razón, el sujeto tomaría la misma postura que yo, observando, estudiando a su presa antes de decidirse a capturarla, fantaseando con poder ponerle sus garras encima. Si descubro a alguien solitario prestando demasiada atención a los infantes, sabré quién es mi posible presa. Jamás me imaginé en esta posición, en la cual me vería obligado a atrapar a un asesino serial, pero este tipo en verdad me destroza los nervios. El segundo cuerpo, según lo preví, fue descubierto en las cercanías del lugar donde encontraron a la segunda víctima del Estrangulador. Ese imbécil no sabe en lo que se está metiendo.

Noche tras noche he vuelto a casa abatido y frustrado. Gracias a que Fernanda está muy ocupada en el trabajo, he podido darme la libertad de salir a buscar al bastardo. Hoy es uno de esos días. Llego a casa y cruzo hasta la cocina sin encender las luces. Me siento más cómodo cobijado por la oscuridad. No paro de darle vueltas al asunto, debe haber algo que esté pasando por alto con la poca información que tengo.

Saco un envase de leche del refrigerador y marcho a la habitación con un brownie que me regaló Mariana. Me siento en la cama y enciendo el televisor en el noticiero. “La cifra de ejecutados por el narco el día de hoy asciende a diecinueve”… “Obrador habla una vez más sobre los riesgos de privatizar Pémex”… la misma mierda de siempre. Me comí el pastelillo de tres mordidas y di un gran trago a la leche. Mariana mencionó que el pastelillo me haría dormir como un bebé. Le pregunté si estaba hecho con marihuana pero se negó a responder. Veo al comentarista hablar, mostrar imágenes y gráficas a las cuales no presto atención. En lo único que puedo pensar es en cómo atrapar al asesino de esos niños. No puedo simplemente esperar a que se me pare enfrente, me estreche la mano y se presente. Tengo que hacer que venga a mí. Pero… ¿cómo?



VI.


He tratado de meterme en su cabeza, pensar como piensa él. Nada sirve. Estoy pasando algún detalle por alto. He querido visitar los lugares donde el impostor ha dejado los cuerpos, estoy seguro de que podría encontrar una pista que me lleve hasta él. El problema es que han incrementado la vigilancia y no podría acércame lo suficiente sin parecer sospechoso. La policía no ha descubierto gran cosa, aún piensan que el asesino de los niños es El Estrangulador. Con una mentalidad tan limitada como la suya no lograrán encontrarlo nunca.

Mañana se cumplirá una semana desde su segundo asesinato. Del primero al segundo hubo un intervalo de dieciocho días. Se siente tan confiado que continuará matando cada que se le presente la oportunidad y su fantasía exija ser satisfecha. El primer niño tenía siete años, el segundo seis. Le gustan pequeños. Son más fáciles de someter, eso lo comprendo. He visto fotografías de los infantes por internet, ambos tenían el cabello rizado, piel morena y rasgos finos. Su siguiente víctima no será muy distinta. Los dos niños fueron raptados de pastitos entre las ocho y las nueve de la noche. En su declaración, las madres niegan haber visto a sus hijos hablar con algún desconocido o alguien sospechoso. Cuando se dieron cuenta, los niños se habían esfumado.

Como un buen depredador, el asesino debe atraer a su víctima sin que ésta sospeche del peligro en el que se encuentra, llevarla a un lugar seguro y alejarla de miradas ajenas. Para eso tiene que montar un pequeño teatro, brindarle confianza a la víctima y que ésta no perciba la amenaza hasta el momento en que se encuentre atrapada entre sus fauces. Asesinos como él o como Ted Bundy buscan un tipo especial de víctima. En el caso de Bundy, cazaba jovencitas de buen estatus social, de piel blanca, cabello castaño, lacio y con partido en medio. Todas guardaban un gran parecido con la mujer a la que él consideró el amor de su vida. En el caso de este psicópata, se trata de niños pequeños que comparten ciertos rasgos. Es probable que en su infancia haya sido abusado por algún familiar o conocido de su familia, de ahí la necesidad de recrear el abuso que él sufrió y pasarle ese sufrimiento a otros. Al hacerlo, encuentra una pequeña y temporal cura para su dolor. Vaya cliché. Podría hacerle eso a cualquier niño, pero elige a aquellos que quizás le recuerdan a sí mismo. La víctima debe cumplir con sus requisitos, de otro modo la fantasía no se vería satisfecha.

Falta poco para que termine la jornada laboral. Gracias a la visita de un grupo de turistas alemanes vendimos más de siete mil pesos. Podrá no ser mucho, pero para una librería es una buena suma. Mariana se ha encerrado en el baño con su novia. Lo juro, debería ser nominado a jefe del año. Miro el reloj de la computadora, son las cinco con cuarenta. Veinte minutos más y nos vamos. Saliendo de aquí llamaré a Fernanda para asegurarme de que saldrá tarde del trabajo. Miro hacia fuera de la tienda y veo a un chico que observa la librería sin decidirse a entrar. Desde donde estoy él no puede verme. Tiene alrededor de veinte años, delgado. Su rostro es fino, como el de una chica. Sus cabellos rizados caen graciosamente sobre su frente. Se ve sucio. Se acaricia las manos insistentemente, como alguien que sufre de ansiedad. A lo lejos se escucha la risa de un niño y él gira su cabeza instintivamente en su dirección. Regresa la mirada a la librería y entra tímidamente. Viviendo en un pueblo como este, llegas a identificar a la gente con el paso del tiempo. Pero a éste tipo no recuerdo haberlo visto antes. Sin duda lo recordaría.

Una vez dentro le doy las buenas tardes. Se limita a responder con un vago “sí”. Ni siquiera repara en mí. Observa con atención los estantes de libros sin detener la vista en algo en particular. Sabe qué busca pero no lo encuentra. Voltea insistentemente en dirección a la entrada, como si temiera que la puerta se cierre con él dentro. Sobra decir que es un excéntrico, no alcanzo a escuchar, pero parece que habla consigo mismo, cruza los brazos, se pasa las manos por el cabello. Está nervioso. Finalmente gira en mi dirección y me mira con aire molesto.

- ¿Tienes libros infantiles? No los veo.
- Reorganizamos la librería hace poco, así que no hemos tenido oportunidad de acomodarlos para su exhibición. ¿Buscabas algo en particular?
- Busco un libro para un niño pequeño…
- Seguro… sígueme, te mostraré la caja donde hemos guardado el material infantil.

Salí del mostrador hacia un pequeño cuarto que tenemos en la parte trasera de la tienda. Él no lo notó, pero en el instante en el que le di la espalda vi que me lanzó una mirada de desprecio. Le llevé la caja y él se sentó en el suelo para hurgar su contenido. Regresé a mi silla, detrás del mostrador, y lo observé sin quitarle la mirada de encima. Pasaba su atención de un libro a otro con celeridad. Movía su boca como si estuviera hablando, pero de sus labios no salía sonido alguno. Hace muecas de disgusto y no parece estar muy seguro sobre llevar un libro de Franklin, la tortuga, o de Charlie Brown. Algo en él me inquietó desde que lo vi, además de la forma en la que dijo “niño pequeño”. Me sonó más a las frías palabras de una serpiente, que a lo que un chico normal sonaría. Y su mirada… cargada de odio. No es un tipo corriente. ¿Podrá ser él?

Mariana y su novia salen del baño entre besos y risas. El chico les lanza una mirada de asco. Reprueba el amor. Finalmente se decide por el libro de Franklin, se pone en pie y mira el texto entre sus manos. Mariana lanza una carcajada y él las fulmina con la mirada. Camina hacia mí y deposita el libro sobre el mostrador.

- ¿Cuánto cuesta?
- Sesenta y cinco pesos.
Del bolsillo trasero del pantalón saca una cartera de mala calidad con la imagen de Batman. ¡Jo! La abre y cuenta el dinero.
- Sólo tengo sesenta.
- Déjalo así, puedes llevártelo.

Escaneo el libro y le cobro. Tan pronto le entrego el libro dentro de una bolsa de la empresa, lo toma y sale de la tienda sin siquiera dar las gracias. Una vez que lo pierdo de vista, registro mi salida, tomo mi mochila y le digo a Mariana que se encargue de cerrar la tienda y hacer el corte de venta. Hace un puchero, pero en cuanto le digo que tendrá la librería para hacer lo que ella quiera a puerta cerrada, le cambia el semblante. Y pensar que encontrarlo resultó más sencillo de lo que hubiera podido imaginar. No cabe duda que estos tipos son unos idiotas. Fernanda mencionó que las ropas del primer niño se encontraban a unos metros del cuerpo. Se encontraron todas las posesiones del menor. Todo a excepción de una cosa: su cartera de Batman.



VII.


Salgo de la alhóndiga justo detrás de él, dándole el tiempo suficiente para que abra su paraguas y se sumerja bajo el torrente que azota a la ciudad. Desciende por un costado de la explanada de la alhóndiga, cuidando no mojarse con el riachuelo que baja junto con nosotros. Qué tierno, el muy marica no quiere mojarse sus zapatitos. Por otro lado, no llevo ni dos minutos bajo la lluvia y ya estoy empapado. Mi corazón palpita de emoción. La alegría no me cabe en el pecho. ¿Cuántas noches habré pasado en vela, esperando, imaginando este momento? Me siento como el adolescente que está a punto de perder la virginidad. El frío me cala hasta los huesos, me hace temblar como oligofrénico. Pero sé que no es el frío el que me causa este estremecimiento, no. Una bomba ha estallado en mi interior y contengo la explosión tan bien como me es posible. Mi cuerpo se contrae, mis músculos se tensan como lo harían al acercarse al orgasmo. Debo tranquilizarme. Nada bueno saldrá de esto si no mantengo la cabeza fría.

Jamás me había sentido así. Ni siquiera cuando lo hice por primera vez.

Pasamos frente a la Comercial Mexicana. Como lo suponía, debe vivir cerca de pastitos. De otro modo le sería más complicado seducir a los niños el tiempo suficiente para llevarlos a su casa sin que ellos sospechen el peligro en el que se encuentran. Entre los objetos encontrados cerca del primer niño había un cochecito hot wheels; cerca del segundo había una figura de acción de Iron man. Ahora intentará atraer a su siguiente víctima con el libro de Franklin. Bueno, lo intentaría de no ser porque yo lo mataré antes. Llevo una sonrisa de mejilla a mejilla que no puedo ocultar incluso bajo esta lluvia. Sin duda me he de ver como un maniático. No importa, no lo comprenderían.

Palpo mi mochila para asegurarme de que he traído mis utensilios. Todas las noches de las pasadas tres semanas he salido con mis juguetes en caso de que encontrara a este bastardo, y ahora que lo tengo a mi alcance, no puedo esperar a utilizarlos. Me pregunto cuánto gozaré al tener a este imbécil bajo mi poder. Sin duda que esta ocasión será mejor que la primera vez. La excitación, las ansias, el desespero que me hace temblar.

El chico comienza a caminar más deprisa, como si supiera que lo estoy siguiendo. Intenta escapar de mí. Gira a la izquierda por la calle Pardo, justo como esperaba. El cielo ruge iracundo, descargando su furia sobre nuestras cabezas. Es un día perfecto para un asesinato digno de una película de horror. ¿Así se habrán sentido Bundy, Fish o Kemper al momento de cazar a sus presas? ¿Sus corazones palpitarían con el mismo frenesí que el mío?

Trato de serenarme. Debo poner los pies en la tierra, pensar con frialdad. Conozco la rutina de memoria, aunque ahora es distinto. A nadie le había querido poner la mano encima tanto como a este idiota. Él mismo firmó su sentencia de muerte en el instante en el que decidió asesinar a un niño y hacerse pasar por el Estrangulador. Tonto, tonto, no debiste fastidiarme. Por eso es que sufrirás más que cualquiera de los dos niños que violaste y asesinaste. Créeme, me encargaré de ello. Juntos nos divertiremos a montones, ya lo verás.

Las calles se encuentran semidesiertas. Tengo que agradecer a los dioses por el clima de hoy. Temía no poder atraparlo por la posibilidad de que alguien me sorprendiera haciéndolo. No debe haber testigos. Cruzamos el túnel y pasamos de largo el Jardín del Cantador al comprobar que no había infantes a la vista. A pesar de que la lluvia se ha debilitado, aún no se reanima la vida en las calles. Al llegar a Pastitos se lleva la sorpresa de que no hay nadie. Ni jóvenes, ni adultos… ni niños.

Da una patada al suelo en un berrinche. Lo de cabreado y frustrado que ha de estar. Diría que lo comprendo, pero yo no suelo cazar un tipo especial de víctima, con el tiempo aprendes a no ser tan quisquilloso y eso te ayuda a sobrevivir. Se da por vencido y emprende la marcha hacia el callejón más cercano, el callejón El Resbalón. Su guarida debe estar cerca. “Anda, llévame a casa, criatura. Llévame a tu escondite”, pienso feliz. El callejón se encuentra desierto y la lluvia renueva su ímpetu catastrófico. Ya no me importa guardar distancia. Sólo debo mantener la distancia adecuada para poder atacarlo en el instante en el que ponga un pie dentro de su casa. Meto la mano derecha en la mochila y empuño el martillo. El chico se detiene tres metros delante de mí. El estruendo de la tromba ahoga el sonido de mis pasos. No se ha percatado que estoy a dos pasos de él, que mi brazo espera con ansias la orden de ataque. Saca la llave de su bolsillo, la introduce en la ranura, gira y abre la puerta en una secuencia que me pareció durar siglos. Al poner el primer pie dentro de la casa, recibe el furioso golpe de mi martillo en la nuca.



VIII.


La casa se encuentra en silencio sepulcral. El polvo ha invadido cada espacio, siendo el único testigo de la vida que lleva esta escoria, de los horrores que les hizo pasar a esos dos pequeños. Han transcurrido cuarenta minutos desde que lo dejé inconsciente. Cuarenta minutos que me tomé para prepararme adecuadamente para cuando despierte y comience la diversión. Conmigo he traído las herramientas usuales: una máscara de lobo, soga, martillo, una navaja, un desarmador, agujas para tejer, tijeras, alcohol etílico, un encendedor y un cuchillo de caza. Lo indispensable para una fiesta tan especial. Lo amarré de pies y manos para evitar que escape, y la mordaza impedirá que los vecinos escuchen gran cosa.

Su hogar, si es que así se le puede llamar, está hecho una pocilga. Hay basura tirada por todos lados y la cocina casi me vuelve el estómago. No comprendo cómo es que alguien puede vivir así. En la planta alta hay dos habitaciones y un baño. La primera habitación parece no haber sido perturbada en un largo tiempo. En la segunda sólo hay un colchón viejo, raído por ratones y manchado de sangre, orina y excremento. El aroma que desprende es horrible. Aquí es donde debió abusar de ellos. Busqué fotografías o cualquier cosa que me dijera a quién pertenece la casa, pero no encontré nada. El chico es un verdadero misterio. Ni siquiera tiene credencial de elector o alguna otra identificación.

Bajé a ver cómo se encuentra mi anfitrión pero sigue dormido. Qué aburrido. Me pongo la máscara y aprovecho que sigue inconsciente para cargarlo y llevarlo a la habitación donde violó, torturó y asesinó a los pequeños. Seguro lo encuentra hilarante. Lo arrojo al colchón y su cuerpo rebota, golpeándose de cabeza contra la pared. Ups… Es hasta entonces que abre los ojos y se sacude como salmón fuera del agua. Ya se ha percatado de la situación en la que se encuentra. Entonces me mira, sus ojos muestran mudo pánico. Intenta gritar, pedir auxilio. Es inútil. Me acerco a él lentamente, apoyándome en manos y pies, ladeando la cabeza y olfateando como un sabueso. Está aterrado. Me acerco lo suficiente a su cara como para ver mi rostro lobuno reflejado en lo más profundo de su ser. Reza, suplica que nada de esto sea cierto. Me retiro la máscara para que pueda ver mi rostro, pero él cierra los ojos queriendo escapar de su realidad. Le doy una bofetada, no quiero que arruine mi actuación.

- Anda, mírame, pequeño bastardo.
Abre los ojos y veo la sorpresa que se lleva al ver que soy yo a quien tiene enfrente.
- Así es, pequeño. Soy yo, tu querido vendedor de libros. ¿O acaso esperabas a alguien más?
Intenta gritar, liberar sus manos y pies.
- Shh… guarda silencio, primor. No arruines el momento con palabras. Ahora, veamos. Quiero que me digas lo que quiero saber, ¿entiendes? Es sólo una pequeña cosita. Insignificante, en verdad. Y no quiero que me mientas, pues sabré si lo haces. Y de hacerlo, las cosas no saldrán muy bien para ti. No querrás que te lastime por mentir, ¿cierto?
Sacude la cabeza en una negativa. Comprende que no estoy jugando.
- Bien. Debes saber que ahora mismo soy tu mejor amigo, y también puedo ser tu peor enemigo, y que dependiendo de tu respuesta, el dolor puede ser ligero o lo peor que en tu miserable vida hayas experimentado. Así que créeme cuando digo que puedo hacer que te arrepientas de haber nacido, o mejor aún, desearás estar muerto. Entonces, permíteme repetir mi pregunta una vez más. ¿Me dirás la verdad?

Lloriquea y gime desesperado. Jamás pensó que algo así le llegase a ocurrir a él. Encontrarse del otro lado, en el papel de víctima. El terror y la impotencia se plasman en su rostro deforme a causa del llanto.
- Vamos, princesa, te he hecho una pregunta.
Le doy otra bofetada para despertarlo, traerlo de vuelta a la realidad. Asiente una y diez veces más. Se sabe sometido, indefenso ante un ser de peor naturaleza que la suya.
- Desafortunadamente para ti, no basta con que digas sí o no. No es así de sencillo. La vida no es así de fácil. Al menos, la tuya no lo es. Entonces… responde y sé sincero conmigo, detesto que me mientan en la cara. ¿Reconoces esta cartera? Pertenecía a Joaquín Salguero, el primer niño que asesinaste.
Saco la cartera de mi bolsillo trasero y la pongo ante sus ojos. Su llanto cesa, se paraliza. Mira la cartera sabiéndose descubierto. Su expresión lo dice todo. Sus ojos viajan de la cartera a mis ojos. De la cartera a mi sonrisa de satisfacción antes de romper nuevamente en llanto.
- Espera, no digas más. ¡Já!, ojalá pudieras ver tu rostro. Tu expresión es in-va-lua-ble. Iré por mis juguetes, no te vayas a mover.
Me pongo en pie y doy media vuelta.
- Pero antes de irme, te dejo algo para que no me extrañes en demasía.
Giro sobre mis talones y le propino un puntapié en plena nariz. Chilla y gimotea de dolor. Satisfecho, salgo de la habitación dejando la puerta abierta para darle la fugaz esperanza de que si se libera de los amarres, quizás pueda escapar. La mar de bien que me la estoy pasando. Jamás me había divertido tanto, palabra. Ni siquiera con los otros.
Puedo escucharlo sacudirse, intentando escapar mientras desciendo las escaleras. Pobre diablo. Me tomo mi tiempo, doy cada paso lentamente intentando no hacer ruido. Quizás piense que me he marchado, que he decidido no torturarlo más. Llego a mi mochila y saco un par de guantes de látex que me coloco con cuidado, sin prisas. No pienso dejar evidencia alguna de mi persona. Inspecciono mis herramientas. ¿Cuál de ellas utilizaré primero? Incendiar su preciada cabellera suena prometedor. ¿O quizás moler, destrozar sus huesos con el martillo? ¿O atravesar sus muñecas y tendones de Aquiles con las agujas para tejer? Así no podrá escapar de otro modo que no sea arrastrándose como la sabandija que es. El desarmador puedo usarlo junto con el martillo para trozar los dedos de sus pies, destruir sus rodillas y codos. Vaya, es increíble lo creativo que puede volverse uno en situaciones así. Tomo mi mochila y camino de vuelta a mi presa, no quiero dejarlo esperando.
Pongo pie en el primer escalón y lo escucho arrastrándose. El bicho piensa que escapará. Vuelvo a colocarme la máscara y emprendo el ascenso en completo silencio, subiendo lo suficiente para que mis ojos queden al ras del suelo. Entonces lo veo. Sus chinos se asoman por la entrada de la alcoba. Un poco, cada vez más. Contengo la risa lo mejor que puedo. Espero a que su cabeza esté completamente fuera para llamarlo.

- Psst, psst…
Voltea a verme con el pánico inyectado en su mirada. Levanto la mano izquierda en señal de saludo. Gimotea. Creo que masculla algo como: “no, no, no puede ser”. Finalmente subo y camino hasta quedar a centímetros de su cabeza, levanto el pie derecho y lo dejo caer con fuerza sobre su cráneo, como quien pisa una indeseable cucaracha.
- Vaya si lo has hecho bien, lograste avanzar… ¿tres metros? Si de esfuerzo se tratara, ya te habrías ganado una estrellita en la frente, campeón.
Levanto mi pie nuevamente y lo dejo caer ésta vez con más fuerza.
- Vamos, mariquita, esto aún no termina. Es más, no he comenzado siquiera. ¿Qué, estás llorando? Vamos, no llores. Me harás llorar a mí también. ¡Ja, ja, ja!
Lo levanto en brazos y vuelvo a arrojarlo en dirección al colchón, errando, por supuesto. Su cuerpo cayó tieso sobre el suelo.
- No, criatura, aún no puedes morir. Debes pagar por lo que me has hecho. ¿Qué? ¿Qué tú no me has hecho nada? Pff… piensa un poco. ¿Quién además de los familiares de los niños o de la policía querría ponerte las manos encima? ¿No?, ¿te rindes? Anda, te daré una última pista. Los lugares donde tiraste a tus víctimas… ya habían servido de basurero por alguien más antes que tú. Creo que sabes bien por quién. ¿Aún no? Vaya, debes de ser muy estúpido para no recordarlo. Pues bien, te lo diré. Esos lugares ya habían sido marcados por el famoso Estrangulador Galante… ¡O sea yo, imbécil, yo! ¿Tienes idea… la más remota idea de la ofensa que me ocasionaste? ¿La humillación que sentí al escuchar que la policía confundió mi trabajo con la porquería que tú hiciste? Ahora todos piensan que soy un vulgar violador de niños. ¿¡Me escuchas!? Yo no soy ningún violador de niños, maldito bastardo. Podré ser un asesino de prostitutas o de gente común, porque seguro que no lo sabías, pero también ostento el título de El Carnicero del Cerro de los Leones. Así es, yo soy ambos personajes. Soy el terror, el acechador nocturno. El más grande depredador que este pueblo haya podido imaginar. Y tú, tú sólo eres un insignificante abusador de menores. No eres más que la escoria debajo de mis zapatos. La mierda que todo el mundo pisa en la calle. Y gracias a ti mi nombre ha sido manchado. Es por eso que no puedo perdonarte. Además, ¿qué es eso de violar niños? Dime, ¿acaso tu papá o algún tío te tocaba cuando eras pequeño? No importa, tal vez sólo eres un pervertido que no encontró mejor víctima que un infante. Son más fáciles de someter, lo comprendo, pero ese es un límite que ni siquiera yo he pensado en cruzar. No encuentro la diversión en arruinarle la vida a alguien que apenas comienza a vivir. Seguro que alguien se encargó de joderte cuando niño y ahora sólo piensas en repartir tu misma fortuna entre aquellos que te recuerdan a ti. ¿Eso ahuyenta tu dolor, satisface tus fantasías? No porque te hayan jodido, significa que puedas joder a los demás. No, no me mires así. No tienes nada que reprocharme. A diferencia tuya, hago esto por diversión. Es como un gran juego. Un juego entre la policía, la ciudadanía y yo. Tú eres un mozalbete que pensó que utilizándome de cebo podría saciar sus urgencias. Eres un idiota, el más grande de todos.

- ¿Sabes cómo supe que eras tú?, ¿quieres saberlo? Seguro que la pregunta te carcome por dentro. Verás, los dos niños que asesinaste de modo tan poco original, son… eran muy parecidos entre sí. Facciones finas, cabello rizado, piel morena. Así es, princesa, como tú. Y lo que hizo que todo encajara, después de verte entrar en la librería, fue el pequeño recuerdito que guardaste del primer niño: su preciada cartera de Batman. Nunca entendí del todo a los de tu tipo. Si quieres asesinar y continuar haciéndolo tanto como quieras o puedas, tratarás de dejar el menor número de evidencia posible. Alejar de tu persona todo rastro de sospecha. Entonces, ¿por qué guardar o quedarte para ti alguna prenda u objeto que pertenezca a la víctima? ¿Un trofeo? No lo creo. No es un trofeo, es evidencia incriminatoria. Es tu tumba. Lo sabrías si hubieras hecho tu tarea. ¿Por qué crees que atraparon a John Wayne Gacy, además del hedor de los veintisiete cuerpos que tenía enterrados bajo su casa? Seguro que no lo conoces. Tu estupidez e ignorancia son tus mayores pecados, y por ellos serás juzgado. El resultado era obvio, si no te atrapaba yo, lo terminaría haciendo la policía.

Respiro hondo, intentando serenarme. Hasta este momento no me había abierto con nadie como lo he hecho con este muchacho. En cierto modo, he compartido más intimidad con él que con cualquier otro ser humano. Caigo en cuenta de la situación y me siento asqueado. Es imperdonable. Tomo el martillo y lo golpeo con furia en las rodillas para imposibilitar el movimiento de sus piernas.

- Me cansé de hablar, cariño. En verdad que me has hecho enojar esta vez. ¿Sabías que por tu culpa he pasado noches sin dormir? ¿Que por tu culpa no pude satisfacer a plenitud a mi mujer? No, no lo sabes. Trataré de hacer esto lo más rápido que pueda. Ya he estado una hora aquí contigo. Demasiado. En cualquier momento podría llamarme mi novia y tendré que desaparecer de aquí. No, no te alegres. De cualquier modo esto no termina bien para ti. Ya deberías saberlo: has visto mi rostro, sabes dónde trabajo; no hay modo en que te permita salir vivo de aquí.

- Permíteme ilustrarte un poco. Si pudieron dar con la descripción física de Ted Bundy o de Richard Ramírez, fue porque o su víctima logró escapar, o porque la dieron por muerta cuando aún respiraba. Vive y aprende de los errores propios y de los demás. Es la mayor lección de sabiduría que puedo darte cuando estás en este negocio. Lamentablemente no te servirá de nada. Por lo que acabo de decirte, ya sabrás que no voy a permite seguir viviendo. No, no me mires así. A mí también me duele hacerlo, créeme. Lo estoy pasando fenomenal contigo, en serio. Pero se acabaron los juegos.

Intenta gritar, llora, gime, se retuerce y sacude como un loco. De mi mochila extraigo cuatro agujas para tejer. La primera la clavo en el pie izquierdo hasta atravesarlo; la segunda en el pie derecho. Saco el desarmador, lo coloco en su codo izquierdo y martilleo hasta separar los huesos. Hago lo mismo con su brazo derecho. Se retuerce en medio de convulsiones de dolor. Ya no grita, solo se ahoga con su saliva y con el aliento que no termina de entrar hasta sus pulmones. Me pregunto qué estará pasando por su mente en estos momentos. Con todas mis víctimas me sucede lo mismo. La curiosidad por saber cómo es que afrontan una situación así. ¿Buscarán reemplazar la realidad con una fantasía más placentera? Si pudiera saberlo… Al igual que con sus pies, clavo las agujas restantes en sus muñecas, simbolizando los estigmas de la crucifixión. Tomo la navaja y hago cortes en su frente y a lo largo de su cuero cabelludo como serían las heridas por usar una corona de espinas. Cuántos detalles. El corazón me late deprisa, quiero acabar lo más pronto posible, antes de que pierda el conocimiento a causa del dolor. Mi teléfono vibra y suena insistentemente, lo saco de mi bolsillo delantero para ver quién llama: es Fernanda. Diablos, ¿qué hago? Contesto:

- ¡Hola!
- Rich, salí temprano del trabajo, ¿dónde estás?
- ¡Nanda!, estoy en casa de Manuel, acá en el cantador.
- Bien, te veo en el Juárez para ir a cenar, ¿vale? No tardes, te necesito. Compré una prenda que sé que te prenderá, ja.
- Vale, no puedo esperar a verte. Ya mismo salgo para allá.
- Te veo, amor.
Cuelgo.
- Lo siento, chico. Mi novia pide sexo y no pienso dejarla esperando, ya sabes cómo es esto. O tal vez no.

Lo giro boca arriba. En verdad que parece niña. No pierdo más el tiempo y pongo mis manos alrededor de su frágil cuello. “Esto es por los dos niños que asesinaste, por la humillación que me causaste.” Aprieto cada vez más fuerte, sintiendo la ira tomar control de mis manos. Se sacude débilmente, el dolor lo dejó inconsciente. No dejo de presionar hasta pasados unos minutos, ya debería estar muerto. Reviso su pulso… nada, se ha ido. Tomo la navaja y lo apuñalo múltiples veces en el pecho, por debajo de las costillas y en el estómago para asegurarme de que haya muerto. He terminado. He vencido. Para finalizar, me mojo la punta de los dedos con su sangre y escribo un colorido mensaje para los azules.  Saco la botella de alcohol etílico y el encendedor. Acomodo el cadáver contra la pared, abro la botella de alcohol y la vierto sobre su cabello y hombros. Enciendo la llama y le prendo fuego. Parece una gran vela de cumpleaños.

Guardo mis cosas en la mochila y salgo de la habitación, en dirección a la salida. Antes de irme, abro la puerta y me retiro los guantes ensangrentados, ya los tiraré en algún basurero. Me asomo por las ventanas y me cercioro de que no haya nadie en el callejón. Abro la puerta con el dorso de la mano y me escurro al callejón, en dirección al Juárez, Fernanda me espera. Me pregunto cómo será la pieza de lencería que compró. De tener suerte, probablemente la lleve al baño del restaurante al que iremos y se lo haga ahí mismo.

Me acerco a un teléfono público para llamar a la policía al pasar frente al Jardín el Cantador. Marco 066… contestan, “Policía, escucho ruidos extraños en el número treinta y seis del callejón el resbalón. Parece que hubiera una pelea.” No les doy tiempo de preguntar nada y cuelgo. Las nubes se deslizan con suavidad en el cielo semiestrellado. Se ha despejado y no parece que vaya a llover en toda la noche. Una corriente de viento pasa y me hace estremecer. Mi ropa está húmeda, lo mejor será llegar pronto a casa y darme una ducha caliente.















Fin.