domingo, 1 de junio de 2014

El lobo y la liebre




La pequeña y tierna liebre se encontraba dando brincos por el bosque, feliz e inadvertida. De pronto, se topó con un lobo que tenía el hocico cubierto de sangre fresca. La liebre, curiosa y fascinada, se acercó a él sin importarle el peligro. Al ver acercarse a la liebre, el lobo le preguntó:

     - ¿Qué crees que haces, dulce liebre? ¿Acaso eres suicida, o sólo muy idiota? ¿No te enseñaron a mantenerte lejos de quien puede comerte?

La liebre tragó saliva, y tras meditar un poco, le hizo una pregunta al lobo desde lo más profundo de su corazón:

      - ¡Oh, gran lobo! ¡Fuerte, majestuoso y feroz! ¿Qué es lo que hace que todos te teman cuando te ven?

El lobo frunció el ceño, extrañado. No esperaba escuchar tal pregunta del lindo hocico de un herbívoro. Con la sangre de su última víctima aún goteando de su hocico, el lobo decidió responder, en lugar de matarla.

     - Todos saben que no hay bestia más feroz y letal que yo por estos bosques. Soy el depredador que obliga a todos a guardarse temprano, al que todos temen. Soy el motivo por el cual rezan a la Madre Naturaleza en busca de protección.
     
          - Dime, gran lobo, ¿qué podría hacer yo para ser tan peligrosa como tú?

Al lobo le tomó un momento procesar la pregunta de la pequeña liebre, tan blanca y pura como la nieve, antes de carcajearse y llorar a causa de la risa.

     - ¿Quieres ser tan peligrosa como yo, el gran lobo depredador? Te perdonaré la vida sólo por haberme hecho reír así, criatura inferior. Ahora márchate, que no me gusta platicar con la comida.

La liebre se marchó con un dolor en el pecho. Su ego fue herido por el lobo y su risa desconsiderada. Al caer la noche, cuando todos dormían, la liebre masacró a sus padres, hermanos, primos y sobrinos. Una familia de cuarenta y ocho liebres descuartizadas y mutiladas. La liebre, entonces, corrió a pedir el auxilio de los animales del bosque. Del más grande, al más pequeño, todos escucharon su historia, sintiéndose indignados y asqueados por tan atroz crimen. Incluso los osos se sintieron enfurecidos por tan cruel acto de violencia, rugiendo a todo pulmón, que un depredador no tiene necesidad de asesinar sin motivo. Liebres, venados, aves, osos, ardillas y zorros, se dirigieron en busca del lobo.

La red de búsqueda rindió sus frutos. Cuando al fin encontraron al lobo, los osos le cerraron paso y, junto con el resto de los animales, lo asediaron hasta la cueva donde vivía. El lobo, asustado por ver a los animales del bosque cazándolo con tal ahínco, gritaba preguntando el significado de lo sucedido. Los animales gritaban: “¡Asesino, asesino!”, una y otra vez. Entonces, de entre la multitud de animales, surgió la pequeña y tierna liebre con la que había platicado el día anterior. Al reconocerla, el lobo se sintió sumamente confundido. Por tal motivo, el zarpazo de un oso recibió.

Malherido y atolondrado por el golpe, vio a la liebre acercarse hasta él.

     - ¿Por qué me atacan estos animales? ¿De qué crimen se me acusa, si soy un depredador, un animal como todos los demás? ¡Mis actos corresponden únicamente a mi naturaleza!

La liebre sonrió mientras se acercaba al lobo, salto a salto, para decirle unas últimas palabras a su oreja ensangrentada.

     - ¿Qué se siente ser ahora la víctima, la presa indefensa? ¿Disfrutaste de ser la criatura más peligrosa del bosque? No debiste burlarte de mí, canino insolente.

La liebre se apartó del lobo, saboreando la expresión de perplejidad de éste. El lobo observó a la liebre tomar una roca entre sus patitas, y comenzar a golpearlo en el cráneo hasta que sólo hubo oscuridad y silencio. Hasta que sólo quedó una masa de sangre, pelos, sesos y huesos. Hasta que su sed de sangre se hubo saciado, y los animales del bosque se sintieran henchidos de justicia.