-Érase yo un alce que vagaba por el bosque, buscando algo que a mi corazón alegrara, aparte de los tres soles que cubrían mi mente como un velo de senilitud. Me encontraba ya en mis cincuentas, era así como decía mi abuelo hacía mucho tiempo, escuché por ahí. No estaba seguro de cuál era el destino de la marmota que nadaba alegremente por el río, ni tampoco el del águila que surcaba los cielos con aire desafiante ante cualquier criatura indefensa, que pudiera atrapar para hacerse una cena a la BBQ. Pero lo que sí sabía, era que mi camino era buscar un destino propio. En el fondo del bar, tras los camerinos de las venados que danzaban como musas en mi cabeza. Era ahí, donde se encontraba Doña Mormoña, la prestamista de Carajuelas y Mejerillos más grande de todo el bosque, y la mujer que me daría, un futuro un tanto elevado.
-Aquella vida de alce que llevas no te dejará nada bueno, decía mi abuela, una vaca vieja y gorda, perteneciente a la comunidad de oradoras de la oveja patrona, una urraca enloquecida que no hace más que decir sandeces a los mamíferos de la zona, al principio, pensé que estaban siendo amaestrados, pero no, estaban siendo reclutados para la secta de los Animales de la Madre. Vaya animales tan idiotizados, preferiría tirarme en el prado a observar las estrellas, que escuchar sermones de bestias sin identidad animal.
-La luna parecíase mas y mas a los cuentos de la abuela Pona, sí, la comadreja pastelera, aquella que tan elegantemente vende placeres y pecados a la gente, pobre gente… Si supiesen que todo es un engaño, y los pasteles son historias contadas ya por la anciana, convertidas en masa, saborizadas y adornadas con ilusiones infantiles de los retoños lampiños. La anciana vive al borde del abismo, donde los niños suben a escuchar cuentos divertidos en su jardín mágico, que los harán tener sueños placenteros por toda la eternidad. Más lo que no saben es que la anciana comadreja, come niños… ricos niños, dice la anciana.
-Alicia, la pequeña zarigüeya, se encontraba balanceándose incesantemente en mis cuernos de alce, lo cuál, con el tiempo, llegó a molestarme. A los pocos días, le pedí amablemente que se largara por donde había llegado, y me permitiese seguir en mi ritual de apareamiento, lo cuál no hizo, al contrario, se dispuso a quedarse ahí hasta que terminase la temporada de veraneo, y hasta que las jóvenes alces conocieran mi verdadera personalidad. Yo, indignado y muy cortésmente, le escupí al rostro, pidiéndole de nuevo que abandonara su empresa poco respetuosa y que me permitiera seguir en actos de fiebre. Entonces fue cuando me llamó pervertido, y al preguntarle el por qué, me dijo que podía observar una perversión en mis ojos, aún mayor que la del chamuco que me invita a tomar café con chocolate todas las noches. Me senté y le pedí de nueva cuenta que se largara a colgarse de la rama de su casa. Y gracias a la Naturaleza, no tuve que esperar mucho tiempo, ya que llegó el conejo. La golpeó con su bastón en el rostro, y después de decirme: “Lo siento caballero, no volverá a salirse de su jaula, lo juro”, la tomó por la cola y la jaló hasta el oscuro agujero del que había salido dicho orejudo.
-Las maravillas de la gente parecen fascinantes, le dije a mi iguana, que asintió alegremente, mientras se preparaba a alimentarme con gran amor. La pecera que me había preparado era muy cómoda y cálida, yo como hombre no pude desear nada mas en ese momento. Cuando de pronto, apareció mi joven amo, un lagartijo con cara inexpresiva que parecía sonreír desde el fondo de su corazón, éste traía consigo una cajita, que contenía a una joven humana, como yo. Desnuda y un tanto asustada, me miró y dijo algo que a mi parecer sonaba al dialecto de los libres, pero no pude entender nada. Y tras haber jugado un poco con ella a la correteada, me la comí. ¡Qué feliz era yo hombre, alimentándome de humanos!
A todo esto, deja de soñar y ponte a hacer algo mas productivo que estar soñando con criaturas que vuelan en tu mente, como si fueran seres que pertenecen a la realidad… Fin… Y si yo tuviera alas… me estrellaría el rostro contra el pavimento al caer?
Y al darme alas…
Me construí unas alas con los primeros materiales que encontré, hojas, ramas, y újule, cómo fue me fue difícil aprender a volar, a mi, a un ser completamente terrestre. Con ellas, viajé a Irlanda. En el camino observé a unas palomas que vivían en una vieja y hermosa capilla, en la cuál oraban, y al ver que cagaban dentro de la misma capilla en la cuál rezaban, reí. Al llegar a mi destino, observé un arco iris que dibujaba el cielo con hermosos colores. Al descender, conocí al comienzo de éste, a una duende, que bailaba alegremente alrededor de una fogata en la cuál sólo habían ya cenizas. Bailé con ella, disfrutamos, fue como una fusión de espíritus y de mentes. Y al terminar de bailar, nos besamos y me regaló un poco de su oro, su más preciado tesoro. Emprendí mi vuelo nuevamente, queriendo llegar al cielo, y como vi que no me costó trabajo hacerlo, sobrepasé la atmósfera, buscando llegar a la luna. Al llegar, aterricé al lado de una liebre que se encontraba meditando profundamente sobre los conocimientos que había obtenido de observar a los de mi especie. Platicamos durante horas, acerca de la existencia de los que no existen realmente, y tras un tiempo, me hizo ver mi ignorancia acerca de los que me rodeaban, y sobre mi mismo. Me dijo: Dependes tanto de esas alas para volar y llegar a lugares como éste, y cuándo las pierdas, qué harás? Sólo respondí lo que a mi corazón llegaba en aquél momento: Uso mis alas para volar, más al perderlas, no dejaré de viajar, seguiré mi camino, el cuál sólo conozco con las rutas que voy descubriendo en el sendero invisible de mi mente. Volvió a meditar, nos besamos y nos despedimos. Así que emprendí mi vuelo hacía la parte oscura de la luna, donde había una ratoncilla que batallaba con sus demonios internos. Le quise mostrar mi apoyo, tratando de sacarla del hoyo en el cuál se encontraba, pero al ver que no tenía por qué ayudarla, nos despedimos, nos besamos y me marché. Tiempo después, conocí a una sirena, que habitaba húmedamente en los pensamientos del leviatán con el que peleaba incansablemente. Cuánto parecido teníamos aquella sirena y yo, ella luchando contra el leviatán, y yo luchando contra la quimera de mis sueños que no era más que una zarigüeya asustadiza, escondida tras una máscara de monstruo. Recordé a las ninfas que me llamaban para que me uniese a su acto impuro y vacío. Por un momento me uní a su obra, pero que tras aburrirme por su falso ser y actuar, me alejé arrastrándome, herido casi de muerte, por el ataque de éstas al descubrir que no era de mi interés entrar en su bosque de la perdición. Con estas alas volaré, siempre y cuando tenga un destino incierto y prometedor en los lugares donde pueda conocer criaturas tan sorprendentes, como la duende, la liebre y la sirena. Amo volar, y sólo por eso, aterrizar en aquella tierra desierta, donde la tierra lo come uno, y no uno a la tierra, nunca será una opción. A menos que quiera ver el resplandor, en vez de ser yo aquél resplandor que todos observen hilarantes desde sus vidas sin rumbo. La luna me marca a donde ir, e ilumina cada vacío del fondo de mi ser, el cuál no conoces y al que no perteneces. Vuela… y déjame volar a mi también, ave de rapiña, que observas todo con ojo vigilante y que sólo por engañarte, finjes no estar completamente ciega. Lánzame de nuevo hacía abajo, y encontraré la manera de salir, sólo para darte un sopapo y restablecer mi orden, con este cambio de piel que me haz creado. Intenta llegar a mi corazón, si es que evitas perecer en el intento en mi locura que lo cubre todo, como la oscuridad de una noche sin estrellas. Y sin aquella luna, que es mi locura.
Al cambiar de piel, si no cuido donde caen mis pellejos, podrían llegar a caer en mi cereal y comerlos… n_n'