I.
El
gobernador se pasea de un lado a otro por su oficina. Hace tres días que sus
dos hijos de diez años desaparecieron sin dejar rastro. Su esposa le habla cada
hora para preguntarle, en medio del llanto, si ya sabe dónde se encuentran sus
niños, sus bebés. Cada vez que esto sucede, él debe explicarle que la búsqueda
está tardando, pero ya casi los encuentran. Le miente a su esposa para mentirse
a sí mismo. Sabe que sus hombres no tienen ni idea de dónde se puedan encontrar
sus hijos.
Tocan
a su puerta y él la abre exaltado, deseando sea un milagro. Su secretaria lo
mira con preocupación mientras le entrega una carta que acaba de llegar. El
gobernador se molesta. Arrebata la carta de la mano de su secretaria, y le
ordena que no le transfiera ninguna llamada a menos que sea su esposa, o el
director de Seguridad Pública. El gobernador está a punto de cerrar la puerta,
cuando su secretaria le pregunta si está listo. Esto lo desconcierta.
-
¿Listo para qué?- pregunta irritado.
- Para su conferencia de prensa, señor.
¿Recuerda? Dará un informe sobre el alto índice de homicidios violentos a
mujeres en la entidad a la prensa local y nacional.
-
Puta madre... ¿es hoy?
-
Sí, señor. Dentro de una hora.
El gobernador cierra la
puerta con pesadumbre, se pregunta por qué todo esto tiene que pasarle a él.
¿Cómo va a ser capaz de dar la conferencia de prensa, si tiene a sus hijos en
la cabeza? Repara en el sobre entre sus manos. Lo inspecciona por ambos lados,
no tiene ninguna dirección anotada, ni sellos oficiales. Tan sólo dice: “Para
El Señor Gobernador”, escrito a máquina. Camina hasta su silla y se sienta tras
su escritorio, abre el sobre y extrae una hoja doblada en tres partes. Extiende
la hoja ante sí como si fuera publicidad basura. Hay huellas dactilares del
tamaño de las de un infante, hechas en un tono rojo parecido al de la sangre.
Aparecen debajo del mensaje, a modo de firma. Le sorprende ver que el mensaje
fue mecanografiado. Los locos que suelen escribirle cartas siempre imprimen de
computadora. Se coloca sus gafas y lee:
"Me
resultó de pésimo gusto que no recordara los nombres de esas dos víctimas. Es
casi como si no le importaran. ‘Qué más da que haya confundido sus apellidos?’,
pensará usted. Pues bien, yo no puedo pasarlo por alto puesto que fui cercano a
ellas. Más cercano que cualquier otra persona, se podría decir. Le ayudaré a no
cometer el mismo error dos veces.”
Ese
era el mensaje. El gobernador hace memoria. Recuerda lo abochornado que se
sintió cuando se mofaron de él en twitter por confundir los nombres de dos
mujeres que fueron asesinadas de forma brutal hace tan sólo tres meses. Aplasta
la hoja entre sus manos y la tira a la basura. No tiene tiempo para cartas ni
mensajes absurdos. Día con día, el gobernador tiene que lidiar con llamadas y
cartas de gente inconforme. Es normal que algunos inconformes sean más intensos
que otros. Abre el primer cajón a su derecha, toma un documento, y estudia lo
que dirá en la conferencia de prensa."
II.
Tras
la conferencia de prensa, el gobernador regresa a su despacho preguntando a su
secretaria si ya saben algo sobre el paradero de sus hijos. Su secretaria
responde un doloroso no. El gobernador se siente exhausto, derrotado, pero no
puede permitir que lo vean en ese estado. Maldito sea su trabajo y la imagen
pública. Sin decir más, entra a su despacho con el ánimo hecho polvo. Dentro,
se topa con una gran caja de madera postrada a la mitad de la habitación. Llama
a su secretaria y pide una explicación a tremendo paquete. “Mandaron la caja
desde León. Un joven la trajo cuando usted estaba en la conferencia”, responde
ella.
El
gobernador no tiene tiempo para lidiar con tonterías, sus hijos desaparecieron,
nada es más importante para él. Dirige una mirada de odio a la caja,
preguntándose quién fue el imbécil que le mandó un paquete tan grande. Examina
la caja por los costados antes de abrirla. Hay una bolsa plástica adherida a
uno de los lados con una nota dentro. Rompe la bolsa con los dedos y extrae la
hoja. En esta hoja también hay huellas dactilares rojas a modo de firma. El
gobernador camina a su escritorio por sus gafas. Se pregunta hacia dónde se
dirige todo esto. Regresa a un lado de la caja mientras se coloca los lentes.
Con la misma letra mecanografiada, se lee:
“No
tenía contemplado darme a conocer de este modo, pero es necesario que usted
aprenda una lección. Algunos dirán que es una locura, pero es así como me gusta
hacer las cosas. Le recuerdo que esto viene de su error garrafal el mes pasado.
Algunos lo encontraron gracioso. Eso es imperdonable. Todos deben aprender la
lección, tarde o temprano. Ahora le tocó a usted. Antes eran dos, y ya no se
sabe cuál es cuál. Arme las piezas, fíjese bien, no vaya a ser que en su parecido,
no sepa quién es quién.”
El
gobernador no comprende el mensaje. “¿Qué es lo que este imbécil trata de
decir?”, se pregunta. Se encuentra a punto de abrir la caja, cuando entra una
llamada. Se apresura en responder, pueden ser buenas noticias. Descuelga el
teléfono, llaman desde su casa. Su esposa recibió un paquete, al igual que él.
Consternada por el contenido del mensaje, decidió llamarle a él antes de hacer
otra cosa.
- No sé qué hacer, Rodolfo. De pronto llegó un muchacho en una camioneta y le
entregó la caja a Rosario. La tenemos en el recibidor. Cuando leí la nota supe
que tenía que hablar contigo inmediatamente.
- Hiciste bien. ¿Qué dice la nota, mujer?- Su corazón se acelera, no puede
ser coincidencia.
- “Qué triste debe ser su realidad en estos momentos. Lamento tener qué
hacerle esto a usted, ya que no tiene la culpa por los errores de su marido.
Pero no se preocupe más, lo que más ama vuelve a su vida. Roto. Deshecho. Hecho
trizas como un cristal que se rompe al caer al suelo. No llore por mucho tiempo,
tiene muchas piezas qué juntar. Espero encuentre la paz muy pronto."
El
gobernador trata de esconder el pánico que se acumula en su nuca y garganta, le
pide a su esposa no hacer nada hasta que él la llame: “no es grave, pero no
vayas a abrir la caja hasta que yo te diga que puedes hacerlo, ¿me entiendes?”
El gobernador sabe que algo terrible está sucediendo. Se comunica con su
secretaria y le ordena traer al director de Seguridad Pública a su oficina
cuanto antes. Sus manos tiemblan, sudan. Toma una navaja de uno de los cajones,
dudoso de lo que está por hacer. Se pone de pie y camina con temor hacia la
caja. Una parte de él desearía no tener que hacerlo. Desaparecer y no saber del
mundo. Rompe los sellos de la tapa con la navaja mientras intenta mantener la
serenidad. Deja caer la navaja al suelo y levanta la tapa con mucho cuidado,
tratando de contener el temblor en sus manos.
Tan
pronto ve el contenido, el gobernador queda paralizado como por un rayo
invisible. No grita. No llora. No hace el menor gesto. El cerebro del
gobernador se apagó por cerca de un minuto. Recuerda un domingo cualquiera en
un pasado impreciso. Salió de paseo con los gemelos al centro de la ciudad, les
compró un helado a cada uno y un cono de chocolate para él. Los niños charlaban
y reían felices. Hacía frío por esos días, pero el sol brindaba calor y
confort. “¿Cómo llegué a esto?”, se pregunta antes de comenzar a sollozar
ruidosamente. El temblor se hace más intenso, pero eso no evita que él dirija
sus manos hacia el interior de la caja. El rostro de uno de sus hijos está
dentro de una bolsa ziploc. La piel fue cortada de modo que parecieran las
piezas de un rompecabezas. Hay más bolsas como esa. Piernas, brazos… todo
cortado en partes pequeñas, irreconocibles. El vómito subió intempestivo por su
garganta. Los cuerpos de sus hijos están hechos trizas, como las piezas de un
cristal que se ha roto al contacto con el suelo.