Otro día inicia. El techo blanco me abofetea con su cínico vacío. El sol brilla y la ciudad vuelve a la vida con sus ruidos metálicos y su smog. Las náuseas se acumulan en mi garganta y tengo que pasar saliva para no sentir que se me vuelve el estómago del disgusto de tener que pasar otra vez por lo mismo. Me quedo inmóvil debajo de las sábanas y hago mi mejor imitación de una roca pese a que la alarma sigue sonando y no se detendrá hasta que yo haga algo al respecto. Pero no hago nada. Mr. Blue Sky hace un inútil intento por motivarme lo suficiente para que levante mi trasero del colchón y comience la rutina, pero mi terquedad y deseos por no hacer cosa alguna son más fuertes. Y el techo blanco, que refleja la luz del exterior y la proyecta como navajas hacia mis ojos.
Seguro
que si inspecciono mi habitación no encontraré rastro alguno de él. Todo estará
limpio, sin rastros de la violencia acontecida la noche anterior. No habrá
sangre, no habrá trozos de carne cercenada o piezas de un cráneo fracturado.
Será como si nada hubiera sucedido. Otra vez. Como el día de ayer y el día
anterior.
No
sería tan desquiciante de no ser porque no queda evidencia alguna. No hay sangre
por limpiar, no hay cadáver por enterrar. Sólo el vacío que es como el de ayer,
pero más profundo, si es que eso tiene sentido. ¿Por cuánto tiempo tendré que
soportar la misma estupidez, el mismo sinsentido que hace de mi vida una puta
broma? Al carajo con todo.
Hago
las sábanas a un lado y me incorporo con celeridad para forzarme a despertar,
pero sólo consigo marearme y provocarme una jaqueca que me durará gran parte de
la mañana. “Qué alegría estar vivo”, me digo en voz baja mientras me tomo la
cabeza con las manos y cierro los ojos. Recuerdo que es miércoles y comienzo a
hacer la lista de libros y cuadernos que tendré que llevar para las clases de
hoy. Dentro de una semana comienzan los exámenes parciales y hay muchas tareas
y trabajos por preparar. Eso sin contar que aún debo estudiar para las pruebas
y que seguro dejaré todo hasta el final, como lo hice el semestre anterior, y
como no faltaré en hacerlo ésta ocasión. Tantas cosas absurdas por las cuales
preocuparse.
El
día transcurre lento e insufrible como la muerte de una anoréxica a causa de la
inanición. No sucede nada interesante o novedoso, los mismos rostros que recorren
los pasillos, y escapar a fumar entre clases esperando un tumor se genere
instantáneamente en mi cerebro y esa promesa de muerte se cumpla de una vez por
todas, amén.
No
es tan malo si lo veo como una posibilidad de distracción. Sí, no sucede nada
nuevo, pero al menos esas interacciones me permiten privarme de otros asuntos
más caóticos y fatalistas. Como el maldito cadáver que desaparece al fin de la
noche. ¿A dónde es que va? ¿O quién se lo lleva? Tal vez todo sea imaginación
mía, pero de ser ese el caso significaría que he perdido la razón, ¿no es así?
Me deschaveté, se me fundió el foco, se me cruzaron los cables, me freí el
cerebro. Vivo a la espera de que me pongan la camisa blanca y me encierren en
una cómoda habitación acolchonada sin derecho a visitas. Lo preocupante es que
ya podría estar en esa habitación blanca y quizás toda esta realidad sea sólo
un constructo de mi mente enferma y severamente medicada. No hay modo de
saberlo. Sólo espero que en esa realidad no termine siendo un vagabundo que
recorre el centro de la ciudad con sus pantalones orinados y mantenga
relaciones amorosas con perros callejeros. Digo, las posibilidades son infinitas
y la vida es una perra, mejor tener contemplados los sitios siniestros en los
que pueda pasar la noche.
Llego
a la soledad de mi hogar, a su paz infernal y su blancura desquiciante. Hogar,
dulce hogar. Me dirijo a la cocina sin un objetivo en mente. Abro el
refrigerador y echo un vistazo. Nada apetecible. Pasa lo mismo con la alacena y
sólo me queda hacer una mueca de frustración. No es que no tenga comida, pero
no hay nada que me haga salivar. Ni hablar, no hay por qué comer si no se tiene
antojo. Tal vez lo mejor sea tomar una siesta. De nada sirve querer funcionar
si la falta de sueño me tiene hecho polvo.
Entro
a mi habitación y enciendo el ventilador. Parece un maldito horno alemán. Ni en
el infierno debe hacer tanto calor. Me tiro sobre la cama y me topo con el
maldito techo blanco. Me recuerda del vacío y demás ideas maricas que me rondan
como buitres esperado mi muerte. Lanzo un bufido a la nada y me giro boca
abajo, todo estará bien en cuanto caiga dormido, la realidad no tiene por qué apestar.
Respiro profundamente un par de veces, sintiendo mi cuerpo relajarse con la
promesa del descanso. Pude imaginar la burlesca carcajada que estalló en mi
mente cuando el estruendo de música banda llegó a mis oídos. Vivo cerca de un
jardín de eventos y es usual que haya fiestas entre semana. Los odio con todo
mi ser.
Me
incorporo con violencia y enciendo el estéreo y la computadora. Pueden irse al
diablo con su música horrenda, no estoy de humor para concesiones a extraños.
Elijo una lista de reproducción aleatoria en itunes, me recuesto nuevamente boca abajo y cubro mi cabeza con una
almohada. El enojo no se ha marchado y puedo imaginarme irrumpiendo en la
fiesta con rifles de alto poder, listo para acabar con todos los presentes en
mi camino al dj, al cual pondría de rodillas y lo miraría a los ojos con un
revólver apuntando a su cabeza, lágrimas que se acumulan bajo sus párpados y resbalan
por sus mejillas a causa de la gravedad. “Sólo quería dormir”, le diría antes
de disparar el proyectil en su ojo derecho, esparciendo sus sesos en el suelo
como una pintura de Pollock. Mi agente llegaría a mi lado y me diría que es la
mejor de mis obras hasta el momento. Hablaría de hacer una exposición e invitar
a Grimes para que sea la curadora. “El martes tienes una entrevista con Jimmy
Fallon y quieren que seas coanfitrión en Saturday Night Live junto con Taylor
Swift y Chris Pratt…”
La
oscuridad impera y me siento desorientado. La música se detuvo horas atrás y
sólo queda el silencio. Debí dormir de más, es normal que suceda. Lo que no sé
es por qué tenía que despertar. Escucho el ruido de una reja que se abre en la
calle y me quedo estático y atento a ese sonido. ¿Podría ser la reja de mi casa
la que están abriendo? No, tal vez no sea aquí. ¿Pero cómo saberlo con certeza?
¡Carajo! Me pongo de pie y voy a la habitación que da al frente de mi casa pero
no hay nadie afuera. Eso no me tranquiliza. Tal vez ya han brincado la cerca y
ahora tratan de abrir la puerta principal, por eso es que no los veo. Otra vez
la paranoia.
Me
doy por loco y entro al baño a vaciar mi vejiga. Si hago ruido tal vez se den
cuenta que la casa no está sola y se marchen. Pero no hay nadie afuera, lo sé y
eso sigue sin dejarme en paz. Doy otro vistazo a la calle antes de regresar a
mi cama, pero me congelo al escuchar movimiento en mi alcoba. Ahí está. Camino
cuidando de no hacer ruido y bajo a la cocina por un cuchillo. Esta vez no me
sorprenderá desarmado, no señor.
Llevo
el cuchillo en la mano derecha, listo para utilizarlo en contra de la bestia
infame que repta y escupe bilis negra por todo el suelo. Criatura maldita, nos
volvemos a encontrar. Mi habitación se encuentra a oscuras y me acerco
sigilosamente al interruptor, pero la luz no viene cuando la llamo. Este debe
ser otro de sus trucos. Me aferro con fuerza al cuchillo y mi cuerpo se tensa
con la expectativa. Cada paso al interior se vuelve más pesado, el aire llega
con dificultad a mis pulmones y puedo sentir al desgraciado observándome desde
alguna esquina. El jadeo de la bestia comienza a hacerse cada vez más evidente.
Ya no le preocupa mantenerse callado, trata de construir una atmósfera adecuada
para consumirme. Cree que no me doy cuenta de ello, pero hemos hecho esto
tantas veces que conozco bien sus intenciones. Golpea la mesa y un par de
objetos caen al suelo. Las pulsiones en mi cabeza amenazan con debilitarme en
esta batalla, no veo ni un carajo y sé que se acerca cada vez más.
Primero
el grito desquiciante que perfora e inyecta el miedo en mí, luego su ataque
cobarde que me hace caer al suelo y me pone a su alcance. Lanzo patadas en
todas direcciones pero no acierto un solo golpe. Su risa me rompe los nervios y
la ira me hace estallar en una serie de improperios. Blando el cuchillo listo
para exterminarlo, despedazarlo con mis manos y dejarlo reducido a nada. Lo
provoco y lo animo a enfrentarme en lugar de andarse con juegos absurdos.
Obedece y se lanza sobre mí, rasguñando y golpeando mi rostro incesantemente
mientras intento sujetarlo y encajar el cuchillo en su putrefacto ser. Un
líquido espeso me empapa conforme la navaja penetra su ser y lo hace chillar
incontrolablemente. Lo golpeo en el rostro para que se calle y me lanzo encima
de él, sujetando su cabeza contra el suelo y lanzando furiosos ataques a su
cuello. Se atraganta con su propia sangre y me la escupe al rostro como un
último recurso a la burla que ya no puede profesar. Desgarro su garganta y
encajo el cuchillo sin control alguno mientras siento su carne separarse y su
sangre salpicar todo a nuestro alrededor. El frenesí se apodera de mí y no me
detengo hasta separar su cabeza del torso y sostenerla con mi mano izquierda en
señal de victoria.
Arrojo
la cabeza a un lado como la basura que es y me pongo de pie con dificultad. El
cuerpo molido por la contienda contra la bestia, mi ser bañado en su sangre y
el cuchillo aún en mi mano. Es hora de dormir. Arrastro los pies hasta la cama
y me recuesto sintiendo la levedad llegar a mis extremidades. Me cubro con las
sábanas y dejo el cuchillo bajo la almohada en caso de necesitarlo, nunca se
sabe. Pierdo la conciencia y me abandono al vacío de una noche sin sueños.
Otro
día inicia…