lunes, 23 de mayo de 2016

Every Day Is Exactly The Same






Otro día inicia. El techo blanco me abofetea con su cínico vacío. El sol brilla y la ciudad vuelve a la vida con sus ruidos metálicos y su smog. Las náuseas se acumulan en mi garganta y tengo que pasar saliva para no sentir que se me vuelve el estómago del disgusto de tener que pasar otra vez por lo mismo. Me quedo inmóvil debajo de las sábanas y hago mi mejor imitación de una roca pese a que la alarma sigue sonando y no se detendrá hasta que yo haga algo al respecto. Pero no hago nada. Mr. Blue Sky hace un inútil intento por motivarme lo suficiente para que levante mi trasero del colchón y comience la rutina, pero mi terquedad y deseos por no hacer cosa alguna son más fuertes. Y el techo blanco, que refleja la luz del exterior y la proyecta como navajas hacia mis ojos.

Seguro que si inspecciono mi habitación no encontraré rastro alguno de él. Todo estará limpio, sin rastros de la violencia acontecida la noche anterior. No habrá sangre, no habrá trozos de carne cercenada o piezas de un cráneo fracturado. Será como si nada hubiera sucedido. Otra vez. Como el día de ayer y el día anterior.

No sería tan desquiciante de no ser porque no queda evidencia alguna. No hay sangre por limpiar, no hay cadáver por enterrar. Sólo el vacío que es como el de ayer, pero más profundo, si es que eso tiene sentido. ¿Por cuánto tiempo tendré que soportar la misma estupidez, el mismo sinsentido que hace de mi vida una puta broma? Al carajo con todo.

Hago las sábanas a un lado y me incorporo con celeridad para forzarme a despertar, pero sólo consigo marearme y provocarme una jaqueca que me durará gran parte de la mañana. “Qué alegría estar vivo”, me digo en voz baja mientras me tomo la cabeza con las manos y cierro los ojos. Recuerdo que es miércoles y comienzo a hacer la lista de libros y cuadernos que tendré que llevar para las clases de hoy. Dentro de una semana comienzan los exámenes parciales y hay muchas tareas y trabajos por preparar. Eso sin contar que aún debo estudiar para las pruebas y que seguro dejaré todo hasta el final, como lo hice el semestre anterior, y como no faltaré en hacerlo ésta ocasión. Tantas cosas absurdas por las cuales preocuparse.

El día transcurre lento e insufrible como la muerte de una anoréxica a causa de la inanición. No sucede nada interesante o novedoso, los mismos rostros que recorren los pasillos, y escapar a fumar entre clases esperando un tumor se genere instantáneamente en mi cerebro y esa promesa de muerte se cumpla de una vez por todas, amén.

No es tan malo si lo veo como una posibilidad de distracción. Sí, no sucede nada nuevo, pero al menos esas interacciones me permiten privarme de otros asuntos más caóticos y fatalistas. Como el maldito cadáver que desaparece al fin de la noche. ¿A dónde es que va? ¿O quién se lo lleva? Tal vez todo sea imaginación mía, pero de ser ese el caso significaría que he perdido la razón, ¿no es así? Me deschaveté, se me fundió el foco, se me cruzaron los cables, me freí el cerebro. Vivo a la espera de que me pongan la camisa blanca y me encierren en una cómoda habitación acolchonada sin derecho a visitas. Lo preocupante es que ya podría estar en esa habitación blanca y quizás toda esta realidad sea sólo un constructo de mi mente enferma y severamente medicada. No hay modo de saberlo. Sólo espero que en esa realidad no termine siendo un vagabundo que recorre el centro de la ciudad con sus pantalones orinados y mantenga relaciones amorosas con perros callejeros. Digo, las posibilidades son infinitas y la vida es una perra, mejor tener contemplados los sitios siniestros en los que pueda pasar la noche.

Llego a la soledad de mi hogar, a su paz infernal y su blancura desquiciante. Hogar, dulce hogar. Me dirijo a la cocina sin un objetivo en mente. Abro el refrigerador y echo un vistazo. Nada apetecible. Pasa lo mismo con la alacena y sólo me queda hacer una mueca de frustración. No es que no tenga comida, pero no hay nada que me haga salivar. Ni hablar, no hay por qué comer si no se tiene antojo. Tal vez lo mejor sea tomar una siesta. De nada sirve querer funcionar si la falta de sueño me tiene hecho polvo.

Entro a mi habitación y enciendo el ventilador. Parece un maldito horno alemán. Ni en el infierno debe hacer tanto calor. Me tiro sobre la cama y me topo con el maldito techo blanco. Me recuerda del vacío y demás ideas maricas que me rondan como buitres esperado mi muerte. Lanzo un bufido a la nada y me giro boca abajo, todo estará bien en cuanto caiga dormido, la realidad no tiene por qué apestar. Respiro profundamente un par de veces, sintiendo mi cuerpo relajarse con la promesa del descanso. Pude imaginar la burlesca carcajada que estalló en mi mente cuando el estruendo de música banda llegó a mis oídos. Vivo cerca de un jardín de eventos y es usual que haya fiestas entre semana. Los odio con todo mi ser.

Me incorporo con violencia y enciendo el estéreo y la computadora. Pueden irse al diablo con su música horrenda, no estoy de humor para concesiones a extraños. Elijo una lista de reproducción aleatoria en itunes, me recuesto nuevamente boca abajo y cubro mi cabeza con una almohada. El enojo no se ha marchado y puedo imaginarme irrumpiendo en la fiesta con rifles de alto poder, listo para acabar con todos los presentes en mi camino al dj, al cual pondría de rodillas y lo miraría a los ojos con un revólver apuntando a su cabeza, lágrimas que se acumulan bajo sus párpados y resbalan por sus mejillas a causa de la gravedad. “Sólo quería dormir”, le diría antes de disparar el proyectil en su ojo derecho, esparciendo sus sesos en el suelo como una pintura de Pollock. Mi agente llegaría a mi lado y me diría que es la mejor de mis obras hasta el momento. Hablaría de hacer una exposición e invitar a Grimes para que sea la curadora. “El martes tienes una entrevista con Jimmy Fallon y quieren que seas coanfitrión en Saturday Night Live junto con Taylor Swift y Chris Pratt…” 

La oscuridad impera y me siento desorientado. La música se detuvo horas atrás y sólo queda el silencio. Debí dormir de más, es normal que suceda. Lo que no sé es por qué tenía que despertar. Escucho el ruido de una reja que se abre en la calle y me quedo estático y atento a ese sonido. ¿Podría ser la reja de mi casa la que están abriendo? No, tal vez no sea aquí. ¿Pero cómo saberlo con certeza? ¡Carajo! Me pongo de pie y voy a la habitación que da al frente de mi casa pero no hay nadie afuera. Eso no me tranquiliza. Tal vez ya han brincado la cerca y ahora tratan de abrir la puerta principal, por eso es que no los veo. Otra vez la paranoia.

Me doy por loco y entro al baño a vaciar mi vejiga. Si hago ruido tal vez se den cuenta que la casa no está sola y se marchen. Pero no hay nadie afuera, lo sé y eso sigue sin dejarme en paz. Doy otro vistazo a la calle antes de regresar a mi cama, pero me congelo al escuchar movimiento en mi alcoba. Ahí está. Camino cuidando de no hacer ruido y bajo a la cocina por un cuchillo. Esta vez no me sorprenderá desarmado, no señor.

Llevo el cuchillo en la mano derecha, listo para utilizarlo en contra de la bestia infame que repta y escupe bilis negra por todo el suelo. Criatura maldita, nos volvemos a encontrar. Mi habitación se encuentra a oscuras y me acerco sigilosamente al interruptor, pero la luz no viene cuando la llamo. Este debe ser otro de sus trucos. Me aferro con fuerza al cuchillo y mi cuerpo se tensa con la expectativa. Cada paso al interior se vuelve más pesado, el aire llega con dificultad a mis pulmones y puedo sentir al desgraciado observándome desde alguna esquina. El jadeo de la bestia comienza a hacerse cada vez más evidente. Ya no le preocupa mantenerse callado, trata de construir una atmósfera adecuada para consumirme. Cree que no me doy cuenta de ello, pero hemos hecho esto tantas veces que conozco bien sus intenciones. Golpea la mesa y un par de objetos caen al suelo. Las pulsiones en mi cabeza amenazan con debilitarme en esta batalla, no veo ni un carajo y sé que se acerca cada vez más.

Primero el grito desquiciante que perfora e inyecta el miedo en mí, luego su ataque cobarde que me hace caer al suelo y me pone a su alcance. Lanzo patadas en todas direcciones pero no acierto un solo golpe. Su risa me rompe los nervios y la ira me hace estallar en una serie de improperios. Blando el cuchillo listo para exterminarlo, despedazarlo con mis manos y dejarlo reducido a nada. Lo provoco y lo animo a enfrentarme en lugar de andarse con juegos absurdos. Obedece y se lanza sobre mí, rasguñando y golpeando mi rostro incesantemente mientras intento sujetarlo y encajar el cuchillo en su putrefacto ser. Un líquido espeso me empapa conforme la navaja penetra su ser y lo hace chillar incontrolablemente. Lo golpeo en el rostro para que se calle y me lanzo encima de él, sujetando su cabeza contra el suelo y lanzando furiosos ataques a su cuello. Se atraganta con su propia sangre y me la escupe al rostro como un último recurso a la burla que ya no puede profesar. Desgarro su garganta y encajo el cuchillo sin control alguno mientras siento su carne separarse y su sangre salpicar todo a nuestro alrededor. El frenesí se apodera de mí y no me detengo hasta separar su cabeza del torso y sostenerla con mi mano izquierda en señal de victoria.

Arrojo la cabeza a un lado como la basura que es y me pongo de pie con dificultad. El cuerpo molido por la contienda contra la bestia, mi ser bañado en su sangre y el cuchillo aún en mi mano. Es hora de dormir. Arrastro los pies hasta la cama y me recuesto sintiendo la levedad llegar a mis extremidades. Me cubro con las sábanas y dejo el cuchillo bajo la almohada en caso de necesitarlo, nunca se sabe. Pierdo la conciencia y me abandono al vacío de una noche sin sueños.


Otro día inicia…