sábado, 5 de diciembre de 2009

Citas.

"Nadie por ser joven vacile en filosofar ni por hallarse viejo de filosofar se fatigue. Pues nadie está demasiado adelantado ni retardado para lo que concierne a la salud de su alma. El que dice que aún no le llegó la hora de filosofar o que ya le ha pasado es como quien dice que no se le presenta o que ya no hay tiempo para la felicidad. De modo que deben filosofar tanto el joven como el viejo: el uno para que, envejeciendo, se rejuvenezca en bienes por el recuerdo agradecido de los pasados, el otro para ser a un tiempo joven y maduro por su serenidad ante el futuro. Así pues, hay que meditar lo que produce la felicidad, ya que cuando está presente lo tenemos todo y, cuando falta, todo lo hacemos por poseerla."

Epicuro: Carta a Meneceo

miércoles, 7 de octubre de 2009

Sólo una cerveza más, por favor.

Creo que es la bebida, o el viaje que me crea la música. Cada vez que creo enamorarme de alguien y miro a otra mujer, me siento culpable. Como si por interesarme por una chica fuera una ofensa contra mi Helena. Me siento ridículo, estúpido.

La miro de reojo mientras escribo, noto cómo bosteza, me enternecen sus gestos. Quisiera conocerla, pero soy un maldito cobarde, un vouyerista que sólo se conforma con mirar, quizás por miedo a la negativa, al rechazo, por sentirme inferior a cada figura femenina que embriaga mi vista con sus movimientos, su risa, con su mirada que me esclaviza.

Es el último vaso que me sirvo, la cahuama se ha terminado, va siendo hora de partir, y yo, alma solitaria y vagabundante, siento entristecer. Siento su mirada que se escapa ante la mía. Mira al televisor, una película de frankenstein proyectándose. Quizás quiera hablarme, conocerme como yo a ella, pero nada de eso importa, ya que soy un cobarde y ella espera de mi un acercamiento. Quizás toda esta coquetería sea imaginación mía, quizás tenga un enamorado, y yo, loco idealista, me haga de imágenes irrisorias con tal de sentirme atractivo, interesante.

Camino al baño y me imagino cruzando palabras con esta ninfa que me ha cautivado. Mi orina hace ruido al estrellarse contra el mingitorio. Me digo: "tengo que escribir esto, no puedo dejar que se pierda". Cierro mi bragueta. Lavo mis manos. Mi imagen en el espejo del lavabo parece ridícula,(soy patético, me digo). Al salir del baño cruzo un saludo con el dueño del bar. Me siento en el sofá. Continúo escribiendo. Noto las miradas en mi, curiosas, intentando descifrar sobre qué escribo.

Me siento patético en mis lucubraciones alcohólicas. Me mira, amo su sonrisa, sus labios, sus ojos, su rostro. Me siento besarla, sentir su pasión. Noto la mirada de su compañero, he sido descubierto. Pagan la cuenta. Le da su vaso a su amigo para que termine con la bebida embriagante. Toman sus cosas y se levantan para marcharse. La veo marcharse junto a su grupo de amigos. Entristezco. Soy un cobarde, un maldito cobarde. Pido una última cerveza y sigo escribiendo al tiempo en que el mesero pone la botella solicitada sobre la mesa. "Sólo esto me faltaba, ponerme ebrio yo solo". Doy un trago, miro cómo limpian a mi alrededor comunicándome que la noche ha terminado. Prendo otro cigarro y me doy cuenta de que me he quedado solo. Pago mis bebidas y con un suspiro, desaparezco del lugar.

sábado, 5 de septiembre de 2009

Fragmentitos

"Parto de una premisa: todos podemos ser asesinos siempre y cuando encontremos quién desee ser nuestra víctima. Nos pasamos la vida buscando a alguien dispuesto a agonizar en nuestras manos. Cuando lo hallamos, acabarlo es cumplir con la última fase del ritual. El riezgo -porque siempre hay un riezgo- es andar por ahí en busca de una víctima y topar con el verdugo, una persona en cuyas manos estemos dispuestos a morir."




Vicente Alfonso. Partitura para mujer muerta.

jueves, 21 de mayo de 2009

Soñando que escribía que escribía...

La noche dibujaba oscuras figuras en mi habitación. Era ya medianoche. Tenía que escribir algo para el taller literario al que asisto, pero nada servía. Las palabras parecían escurrirse por mi libreta, como si tuviera un derrame cerebral. Así me sentía. Todo iba de mal en peor, escribía unas cuantas líneas, tachaba, escribía otras, tachaba. Carajo, nada era útil, sentíame yo como chica emo escribiendo líneas tristes, deprimentes y patéticas. O me sentía así por lo deprimente de mi trabajo y mi carente técnica de escritura. Necesitaba algo que me elevara a la altura de los grandes escritores. Lamentablemente, mis musas me habían abandonado, se habrán ido de parranda a algún burdel, me dije. Entonces pensé: "¿qué haría Jesús en este momento?". Pero creo que no sirvió de nada imaginarme al hijo de Dios en un antro-harén bailando con todo el beat que sólo el puede tener, rodeado de hermosas jovencitas semidesnudas. Necesitaba algo que me ayudara a escribir, y con urgencia. Traté de motivarme escuchando a Héroes, pero nada, Porter y Juan Son, tampoco, intenté con Fey y Nina Pilots, pero creo que sólo empeoraron mi letargo literario.
Bajé por un vaso con agua, y miré por la ventana de la cocina. La luna iluminaba la cochera con una hermosa y ténue luz blanca. Eso era lo que necesitaba, que la luna fuera mi musa y me iluminara con su hermosura y majestuosidad! Ya lo tenía, solo debía ir por la lap-top, y a escribir. Era tan sencillo. Y para ayudar a espantar a los moscos, un cigarrillo, si que si!
Así que ahí estaba yo, en el patio trasero de mi casa, con la lap en las piernas, motivado, extaciado, alucinado, fumado. Estaba listo. Recordé todo lo que Luis Felipe nos había enseñado, una que otra técnica, una que otra metáfora. Pero de pronto, antes de que pudiera entrar en trance, algo me interrumpió abruptamente, algo molesto, perturbador, idiota. Era el imbécil de mi hermano. Balbuceaba algo acerca del por qué estaba afuera, en el patio, a oscuras, que mejor me metiera. Como si le importara un carajo. Le dije que entrara ver si ya había puesto la marrana, en vez de estar jodiendo. Se marchó enojado, maldiciéndome para si. Pobre idiota, nunca llegará a nada.
Volví a mi texto, lucía casi perfecto, ni parecía escrito por mi. La protagonista, llamada Sofía, se encontraba perdida en una red de amores, promiscuidad, alcohol, drogas y rock and roll. Era tan ridícula e irreal, que podría sucederle a cualquiera que no fuera una cualquiera. Lo leí de nueva cuenta, corregí un error, una coma por aquí y por allá, otro cambio de metáfora, en fin, el moldeo iba quedando bien. Finalicé de corregir y volvía a concentrarme en la historia. Pero lo único que venía a mi mente, era el idiota de mi hermano. Hablando basura de mi, urgando entre mis cosas. Carajo, puede encontrar mis cigarros! Me levanté y entré corriendo a la casa, tenía que encontrar mis cigarros antes que él y esconderlos, de otra forma el puñetero ese me acusaría con mi madre y la que se me armaría.
Entré al cuarto disimuladamente, luciendo tranquilo, relajado. abrí el cajón que se encuentra debajo de mi cama, y ahí estaban, mis BlackStone, aromatizando mi cajón de forma sublime. Los guardé en mi bolsillo y quería salir de ahí cuanto antes, la presencia de mi hermano me produce nauseas. Y justo antes de salir, abriendo la puerta, me pregunta con su tono fresa y burlón que cómo me iba en el trabajo, si seguiría trabajando ahí una vez que entrara a la universidad, que si ganaba bien, que cuánto ganaba, etc... Todo era parte del teatro que hacemos de vez en cuando para hacernos creer que nos importa el otro. Después de que terminé esa absurda e interesada charla con él, estaba ya frente a la computadora. Hora de trabajar, me dije. Y al momento de querer entrar de nuevo en la historia, no pude, me paralicé nuevamente, otro letargo. Maldita sea, todo por distraerme platicando con el fresa "high society" de mi hermano.
Lo intenté, lo juro que lo intenté, pero nada funcionó. La magia se había ido. Apagué tristemente mi computadora, no quedaba nada por hacer. Me fui a recostar. Ya una vez en mi cama, escuchando a José José, tuve una grandiosa idea para escribir, en la cuál no escribía nada, todo gracias al idiota de mi hermano, sí, eso sería.


Por John Reed 

sábado, 31 de enero de 2009

Noche de pasión, música, danza y una que otra muerte prematura...

Aquella noche me encontraba bajo la lluvia, pensando en qué debía hacer en ese momento. Eran ya las tres de la madrugada en aquél oscuro y tétrico callejón. Había un poco de tristeza en mi interior, ya que me encontraba bajo la lluvia y solo, lo cuál, para mi abuela, no era un buen augurio. Cuando de pronto, comencé a escuchar una canción cuyo volumen iba en aumento. Tras haber escuchado un poco de ésta música, logré reconocer la pieza que tan milagrosamente había llegado a mí en aquella noche. Inconfundible, dije en voz alta y con un tono de emoción infantil. Tal melodía, no podía ser otra más que "El Vals del Emperador", de Strauss. Caminé y dancé hacia la fuente de tan dulces ondas melódicas. Y al no dar con dicho lugar, dejó de importarme y preferí dedicarme al disfrute de la música y la danza. Una inmensa alegría invadió mi espíritu, sentía el fervor de mil personas dentro de mí. Una sensación casi orgásmica, podría decirse. El baile, la música y la lluvia, no hubiesen podido hacer mejor combinación en otra noche como ésta. Cuando de pronto, abrí los ojos y me percaté de que una anciana junto con sus veinte gatos, me observaban desde lo alto de un balcón. Apenado por el suceso, agaché la cabeza en súplica de disculpa por tan extraño comportamiento mío. Fue entonces cuando la canción terminó. Me sentí triste por no haberla podido disfrutar a plenitud. Miré a la anciana, y noté que volvía a colocar la aguja sobre el disco de vinilo. No podía ser posible, ¿acaso ella era la que ponía la música para que yo danzara? Y en caso de serlo, a quién le importaba realmente, si de nueva cuenta podía escuchar la majestuosidad de los valses de Strauss. Continuando con "Voces de Primavera" y finalizando con el "Danubio Azul". Volví a perder el conocimiento y la razón mientras me perdía en la danza conmigo mismo. Los lunáticos como yo disfrutábamos de aquellos momentos en que la soledad es nuestra única compañera y la perdición, nuestro destino.

En una noche tan hermosa como aquella, en que nunca nadie hubiese llegado a imaginar, que aquella anciana que me miraba danzar, me asesinaría con una pistola desde lo alto de su balcón, tras lanzar un beso al tiempo en el que jalaba del gatillo. La bala atravesó mi pecho lentamente, mientras la música en mi interior se iba apagando poco a poco. Pero la sonrisa en mi rostro y la expresión de felicidad y goce, nunca desaparecieron.
Ni aún cuando la amargura de aquella mujer felina, ofendida por mi jovialidad lobuna y por mi gusto por las artes, hubo querido destrozar en aquella noche mi locura y mi espíritu libre, permanecí danzando por las calles de aquella siniestra ciudad. Llevando en mi interior la música de aquellos hermosos valses.

martes, 13 de enero de 2009

Cuentos del Abuelo Cañero…


-Érase yo un alce que vagaba por el bosque, buscando algo que a mi corazón alegrara, aparte de los tres soles que cubrían mi mente como un velo de senilitud. Me encontraba ya en mis cincuentas, era así como decía mi abuelo hacía mucho tiempo, escuché por ahí. No estaba seguro de cuál era el destino de la marmota que nadaba alegremente por el río, ni tampoco el del águila que surcaba los cielos con aire desafiante ante cualquier criatura indefensa, que pudiera atrapar para hacerse una cena a la BBQ. Pero lo que sí sabía, era que mi camino era buscar un destino propio. En el fondo del bar, tras los camerinos de las venados que danzaban como musas en mi cabeza. Era ahí, donde se encontraba Doña Mormoña, la prestamista de Carajuelas y Mejerillos más grande de todo el bosque, y la mujer que me daría, un futuro un tanto elevado.


-Aquella vida de alce que llevas no te dejará nada bueno, decía mi abuela, una vaca vieja y gorda, perteneciente a la comunidad de oradoras de la oveja patrona, una urraca enloquecida que no hace más que decir sandeces a los mamíferos de la zona, al principio, pensé que estaban siendo amaestrados, pero no, estaban siendo reclutados para la secta de los Animales de la Madre. Vaya animales tan idiotizados, preferiría tirarme en el prado a observar las estrellas, que escuchar sermones de bestias sin identidad animal.


-La luna parecíase mas y mas a los cuentos de la abuela Pona, sí, la comadreja pastelera, aquella que tan elegantemente vende placeres y pecados a la gente, pobre gente… Si supiesen que todo es un engaño, y los pasteles son historias contadas ya por la anciana, convertidas en masa, saborizadas y adornadas con ilusiones infantiles de los retoños lampiños. La anciana vive al borde del abismo, donde los niños suben a escuchar cuentos divertidos en su jardín mágico, que los harán tener sueños placenteros por toda la eternidad. Más lo que no saben es que la anciana comadreja, come niños… ricos niños, dice la anciana.


-Alicia, la pequeña zarigüeya, se encontraba balanceándose incesantemente en mis cuernos de alce, lo cuál, con el tiempo, llegó a molestarme. A los pocos días, le pedí amablemente que se largara por donde había llegado, y me permitiese seguir en mi ritual de apareamiento, lo cuál no hizo, al contrario, se dispuso a quedarse ahí hasta que terminase la temporada de veraneo, y hasta que las jóvenes alces conocieran mi verdadera personalidad. Yo, indignado y muy cortésmente, le escupí al rostro, pidiéndole de nuevo que abandonara su empresa poco respetuosa y que me permitiera seguir en actos de fiebre. Entonces fue cuando me llamó pervertido, y al preguntarle el por qué, me dijo que podía observar una perversión en mis ojos, aún mayor que la del chamuco que me invita a tomar café con chocolate todas las noches. Me senté y le pedí de nueva cuenta que se largara a colgarse de la rama de su casa. Y gracias a la Naturaleza, no tuve que esperar mucho tiempo, ya que llegó el conejo. La golpeó con su bastón en el rostro, y después de decirme: “Lo siento caballero, no volverá a salirse de su jaula, lo juro”, la tomó por la cola y la jaló hasta el oscuro agujero del que había salido dicho orejudo.


-Las maravillas de la gente parecen fascinantes, le dije a mi iguana, que asintió alegremente, mientras se preparaba a alimentarme con gran amor. La pecera que me había preparado era muy cómoda y cálida, yo como hombre no pude desear nada mas en ese momento. Cuando de pronto, apareció mi joven amo, un lagartijo con cara inexpresiva que parecía sonreír desde el fondo de su corazón, éste traía consigo una cajita, que contenía a una joven humana, como yo. Desnuda y un tanto asustada, me miró y dijo algo que a mi parecer sonaba al dialecto de los libres, pero no pude entender nada. Y tras haber jugado un poco con ella a la correteada, me la comí. ¡Qué feliz era yo hombre, alimentándome de humanos!


A todo esto, deja de soñar y ponte a hacer algo mas productivo que estar soñando con criaturas que vuelan en tu mente, como si fueran seres que pertenecen a la realidad… Fin… Y si yo tuviera alas… me estrellaría el rostro contra el pavimento al caer?


Y al darme alas…


Me construí unas alas con los primeros materiales que encontré, hojas, ramas, y újule, cómo fue me fue difícil aprender a volar, a mi, a un ser completamente terrestre. Con ellas, viajé a Irlanda. En el camino observé a unas palomas que vivían en una vieja y hermosa capilla, en la cuál oraban, y al ver que cagaban dentro de la misma capilla en la cuál rezaban, reí. Al llegar a mi destino, observé un arco iris que dibujaba el cielo con hermosos colores. Al descender, conocí al comienzo de éste, a una duende, que bailaba alegremente alrededor de una fogata en la cuál sólo habían ya cenizas. Bailé con ella, disfrutamos, fue como una fusión de espíritus y de mentes. Y al terminar de bailar, nos besamos y me regaló un poco de su oro, su más preciado tesoro. Emprendí mi vuelo nuevamente, queriendo llegar al cielo, y como vi que no me costó trabajo hacerlo, sobrepasé la atmósfera, buscando llegar a la luna. Al llegar, aterricé al lado de una liebre que se encontraba meditando profundamente sobre los conocimientos que había obtenido de observar a los de mi especie. Platicamos durante horas, acerca de la existencia de los que no existen realmente, y tras un tiempo, me hizo ver mi ignorancia acerca de los que me rodeaban, y sobre mi mismo. Me dijo: Dependes tanto de esas alas para volar y llegar a lugares como éste, y cuándo las pierdas, qué harás? Sólo respondí lo que a mi corazón llegaba en aquél momento: Uso mis alas para volar, más al perderlas, no dejaré de viajar, seguiré mi camino, el cuál sólo conozco con las rutas que voy descubriendo en el sendero invisible de mi mente. Volvió a meditar, nos besamos y nos despedimos. Así que emprendí mi vuelo hacía la parte oscura de la luna, donde había una ratoncilla que batallaba con sus demonios internos. Le quise mostrar mi apoyo, tratando de sacarla del hoyo en el cuál se encontraba, pero al ver que no tenía por qué ayudarla, nos despedimos, nos besamos y me marché. Tiempo después, conocí a una sirena, que habitaba húmedamente en los pensamientos del leviatán con el que peleaba incansablemente. Cuánto parecido teníamos aquella sirena y yo, ella luchando contra el leviatán, y yo luchando contra la quimera de mis sueños que no era más que una zarigüeya asustadiza, escondida tras una máscara de monstruo. Recordé a las ninfas que me llamaban para que me uniese a su acto impuro y vacío. Por un momento me uní a su obra, pero que tras aburrirme por su falso ser y actuar, me alejé arrastrándome, herido casi de muerte, por el ataque de éstas al descubrir que no era de mi interés entrar en su bosque de la perdición. Con estas alas volaré, siempre y cuando tenga un destino incierto y prometedor en los lugares donde pueda conocer criaturas tan sorprendentes, como la duende, la liebre y la sirena. Amo volar, y sólo por eso, aterrizar en aquella tierra desierta, donde la tierra lo come uno, y no uno a la tierra, nunca será una opción. A menos que quiera ver el resplandor, en vez de ser yo aquél resplandor que todos observen hilarantes desde sus vidas sin rumbo. La luna me marca a donde ir, e ilumina cada vacío del fondo de mi ser, el cuál no conoces y al que no perteneces. Vuela… y déjame volar a mi también, ave de rapiña, que observas todo con ojo vigilante y que sólo por engañarte, finjes no estar completamente ciega. Lánzame de nuevo hacía abajo, y encontraré la manera de salir, sólo para darte un sopapo y restablecer mi orden, con este cambio de piel que me haz creado. Intenta llegar a mi corazón, si es que evitas perecer en el intento en mi locura que lo cubre todo, como la oscuridad de una noche sin estrellas. Y sin aquella luna, que es mi locura.


Al cambiar de piel, si no cuido donde caen mis pellejos, podrían llegar a caer en mi cereal y comerlos… n_n'

jueves, 8 de enero de 2009

Hundirme En Ti...


Me gustaría tirarme en un lago, en aquél lago llamado tú. Y hundirme lenta y tranquilamente, sintiendo como cada centímetro de mi piel y de mi mente se va humedeciendo poco a poco con aquél líquido de tu ser, sumergiéndome y esclavizándome al placer de tu persona. Sin hacer nada, sólo sumergiéndome, entregándome fiel y voluntariamente a la oscuridad de tu profundidad. Y al llegar al fondo, dormir, y conservarme así para toda la eternidad, encerrado en ti, vulnerable por ti, y amándote a ti.