Todos en El
Paso saben que no hay vaquero más temido y respetado que Roberto Santillán
Molina, la mano más rápida de todo El Paso y sus alrededores. O el Incómodo
Robe, como lo llaman sus amigos. ¿Amigos?, esos papanatas no merecen ese título
y quién mejor para saberlo, que Robe. No son más que sus compañeros y rivales
de juego. Ellos cuatro, siempre los ladrones; Roberto, el héroe, la
representación en vida del Llanero Solitario, junto con su fiel corcel, Silver.
Daniel y
Lalo, conforman a los bandidos: los “Mantas Malditas”, en honor a aquella noche
en la que, acampando, asustaron a Roberto con mantas haciéndole creer que
eran fantasmas. Roberto nunca olvidaría la gravedad de esa humillación. Y no
sólo la humillación por el terror que le causaron, porque todavía después del
susto, los canallas lo agarraron a patadas. Pero Roberto tenía un plan para
vengarse la próxima vez que jugaran a los vaqueros…
Usa un
sombrero ladeado, dejando un solo ojo al descubierto; jeans ajustados, atados a
su cintura por piel de serpiente y una hebilla de plata con dos toros chocando
cuernos; botas de piel de avestruz, y camisa azul de manga larga a cuadros.
Robe, el temido por los malhechores de El paso.
Se encuentra
tomando un descanso en una habitación del hostal La Republicana, trazando su
próxima táctica para atrapar a los Mantas Malditas. Esta vez no se le
escaparían, los tendría en sus manos. Se incorpora y mira a su alrededor con
desconfianza, debe ser cauteloso y no bajar la guardia. A tipos como esos les
gusta sorprenderte mientras tomas la siesta o cuando te encuentras almorzando.
Pese a ser él mismo quien era, no podía dudar de un ataque en su contra. Pero
sabía que no había más por temer, tomó un cigarrillo y lo puso en su boca. Era
hora de ir a la habitación contigua y buscar en las cosas de Papá algo que lo
ayudase a vencer a los otros chicos. Se detuvo un momento a pensar: él nunca
les había hecho nada malo en realidad, pero ellos no dejaban de molestarlo y
hacerlo perder siempre sólo por ser menor por dos años. “Si soy más listo que
ellos”, se decía Roberto. Entró a la habitación de Papá, dirigiéndose al
armario. Abrió la puerta y deslizó una silla hasta la entrada del clóset,
esperando alcanzar sitios más altos. Como todo niño, Roberto sabe que las cosas
valiosas siempre son guardadas en las alturas, como las princesas de los
cuentos. Ahí vio lo que buscaba: la caja de recuerdos de Papá.
La tomó con
cuidado, pues era pesada. Fría como las noches de invierno, reposaba muerta
sobre sus manos. Nunca había tenido una de metal en sus manos, una real.
Deslizó el cargador para checar las municiones. Una sola bala. Quizás no necesitaría
más que eso para amedrentarlos, pues ya no era sólo el pequeño Roberto contra
los larguiruchos de sus amigos; no, ahora era Robe El Incómodo contra los
Mantas Malditas.
Una
oportunidad así no debe ser desaprovechada, tomó el revólver y se dirigió al
espejo. Tenía que posar y verse como el vaquero que era. ¡Papá tendría que
verlo, estaría orgulloso! Pronto, recordó una escena de una vieja película, en
la que dos vaqueros decidían quién se quedaría con la hermosa dama. Pero no se
batirían a duelo, no, jugarían a la ruleta rusa. Robe entró en papel. De pronto
ya no era un niño de ocho años vestido de vaquero; y su reflejo no era él
mismo, sino alguien más. El juego comenzó.
-
Roberto, es padre
soltero. Dos años después de iniciada la relación, muere dando a luz, Sofía
Molina Herrera, siendo declarada muerta a las veintitrés horas con trece
minutos, el trece de Febrero del dos mil cuatro. Dejando en vida una criatura,
y a un hombre dolido e inexperto en paternidad.
Roberto mira el reloj
de su computadora. Sólo unos instantes para terminar su turno en la oficina y
poder marchar a casa. Llevaría a Robe a cenar a McDonald’s o a algún lugar así.
Hoy es su cumpleaños. Roberto, habiendo hecho un estudio sobre las múltiples
opciones de regalo para su hijo, se decidió a comprarle una pistola de agua.
Sabe que su hijo adora al Llanero Solitario, al Bueno, y hasta al Malo.
Desde que Robe
era más pequeño mostró interés por los vaqueros y el Viejo Oeste. Solía
recostarse sobre el estómago de su padre y observar maravillado los episodios
del Llanero, y toda película western que pasaran por televisión.
Dan las
ocho y al fin decide irse a casa, guarda los documentos que se encontraba
estudiando y cierra su laptop; toma su saco y sale de su oficina dándole las
buenas noches a la secretaria. Camina a su automóvil, una Silverado roja. Sube en ella y prende el estéreo. Gorillaz ataca
con un sabroso beat, “Kids with guns, kid
with guns...”.
Llega a
casa y encuentra una nota sobre el tapete de la entrada. Es de los amigos de
Robe, le reclaman que no hiciera caso de sus llamados para ir a jugar. “Qué
raro”, piensa Roberto. Abre la puerta principal y entra en la casa. Sólo se
escucha el sonido de la T.V encendida. Va al cuarto de tele y la apaga. La casa
entera se encuentra silenciosa y oscura. No hay ni una sola luz encendida.
“Debe haberse marchado a dormir”, pensó. Sube las escaleras que conducen a la
planta alta, esperando encontrar a su hijo durmiendo en su habitación.
-
Todos en
Los Azufres, cantina de mala muerte, esperaban ver por terminada la afrenta
entre El Incómodo Robe y Robbie Scum. El premio: Marianne, la mesera del bar.
Era simple, Robe la amaba y no iba a permitir que cayera en manos de un
desalmado como Robbie. Ya llevaban siete rondas y aún nada. La bala se negaba a
cegar vidas. Ahora era el turno de Robe. Tenía los nervios crispados, “ésta
podría ser la última gota de saliva que trague”, pensó. Jala el gatillo y sólo
se escucha un click vacío. Da un respiro, la suerte continúa sonriéndole.
Toca el
turno a Robbie, que le arranca el arma de las manos y hace girar el cargador de
forma veloz, y antes de que este dejara de girar, aprieta el gatillo. Nada. La
pobre Marianne no pudo soportar más y cayó desmayada sobre el suelo. Genaro, el
barman de la cantina la levantó y puso en una silla. No podía permitir que eso
distrajera a nuestro héroe.
-Espero
estés listo para perder, Robbie. Esta noche Marianne partirá conmigo y nos
casaremos en la capilla del pueblo, mientras tú estarás seis pies bajo suelo,
como el gusano que eres. –Dijo Robe, armándose de seguridad y valentía.
-Ya veremos
quién es el que ríe al último, canalla.- Respondió Robbie.
Robe toma
el revólver y hace girar el carrusel. Ante sus ojos, espera a que éste se
detenga antes de ponerlo justo en la sien y presionar el gatillo. Cierra los
ojos, pidiendo a Dios lo ayude a obtener la victoria y terminar de una vez con
el duelo. Click. Uf, de nuevo la suerte está con él. Ahora le pasa el arma a su
rival, esperando que todo termine, está exhausto y no cree poder soportar por
más tiempo la tensión. Robbie bebe de un trago el tequila que tiene a su lado y
gira el tambor.
Todos en
Los Azufres quedaron azorados, viendo como el héroe se llevaba la victoria a
los hombros. Ese último click; ese último estallido terminó con Robbie. La
había salvado. Marianne salió a su encuentro, lo besó y le dio la despedida: te
encontraré del otro lado del espejo –le dijo en un susurro-.