viernes, 28 de febrero de 2014

Juego de niños

Papá está ebrio otra vez. Comenzó a beber antes del partido de fútbol. Su equipo perdió y siente que debe desquitarse con el mundo a su alrededor. La primera en recibir uno de sus golpes, es mi madre. Trataba de detenerlo en su paso al cuarto de mi hermana. Mi padre se vuelve una bestia ciega cuando bebe. Destruye todo a su paso. Mamá no termina de reponerse de un moretón, cuando papá ya le ha hecho otro nuevo.

Perdido de borracho, como siempre, trató de convencer a mi mamá de tener sexo. Ella lo rechazó en toda ocasión, recordándole su estado de ebriedad. Papá no entendía razones, la jalaba, intentaba romperle el vestido. Se sentía con el derecho de poseerla. Ella gritaba que la soltara, que la dejara en paz. Él, cansado de pelar con ella, se dirigió al cuarto de mi hermana, donde ella dibujaba. Papá cerró la puerta por dentro. Nadie vio lo que le hizo. Nadie pudo ayudarla. Mamá golpea la puerta, suplicando que la deje en paz. Lo único que se escucha del cuarto de mi hermana, son sus gritos de dolor. Sus súplicas. La voz de mi padre que se alza para decirle que se calle, que se esté quieta. Mi madre me grita que la ayude a abrir la puerta. No puedo moverme. Todo lo que escucho eran los gritos de mi hermano en la cuna, los gritos de mi madre. Los gritos de todos. Corro hacia la puerta, hacia la calle. No me importa nada, solo salir de ahí. Alejarme de todo eso. Tengo que hacerlo.

Corro calle arriba, hacia las vías del tren. Los vecinos me ven con expresiones despectivas. A nadie le gusta nuestra familia. Continuo corriendo y llego a las vías, y sigo corriendo más, más lejos. Donde no me alcance mi padre, donde no pueda escuchar los gritos de dolor de mi hermana, de mi hermano, de mi madre. Lejos de toda esa suciedad e inmundicia. Lejos de mí mismo.

Cuando llego a la cabina, estoy sin aliento. Entro por el hueco de la puerta. Hay mantas y un par de latas de atún vacías. Algún vagabundo debió pasar la noche dentro. Me tumbo en el suelo, reviviendo en mi mente lo que pasaría a continuación en casa. Más gritos, más golpes. Suelo venir aquí a refugiarme. Nadie me molesta.

No tengo amigos. Hay más niños en mi calle, pero sus padres no los dejan juntarse conmigo. Creen que no soy una buena influencia. Los detesto a todos. Siempre burlándose de que no tenga una bicicleta como ellos. O que mis ropas no sean nuevas. Al diablo con eso. Al diablo con su felicidad.


En una ocasión, uno de los vecinos se estaba quejando con el velador sobre mi familia. Llamándonos horrendos e indeseables. Cuando me vio, y sin importarle que pudiera escucharlo, me llamó salvaje. Esa noche rapté a su perro y dejé su cuerpo desmembrado en su cochera. Desde entonces no volví a escucharlo hablar mal de nosotros. Y siempre que me ve, se apresura a entrar a su casa. Sabe que no le conviene meterse conmigo.

A veces me imagino cómo sería tener una familia como las de mis vecinos o mis compañeros del colegio. Con padres que no les gritan o los golpean. Les compran cosas, los invitan a comer. Padres amorosos que no los humillan, ni los llaman estúpidos. Sus madres se preocupan, los protegen, no permitirían que alguien los lastimara. Una vida armoniosa. Tranquila y sin violencia, sin necesidad de dolor.

El sol comienza a meterse. Otro día que casi termina. Tendré que esperar un par de horas antes de volver a casa. Debo esperar a que caiga dormido, cuando ya no puede lastimarme. Salgo de la cabina y me siento sobre un tronco viejo a ver las estrellas. Aún no oscurece por completo y solo unas cuantas alcanzan a divisarse. Hace frío.


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Hoy atrapé a un ratón. Desde hace dos noches había puesto la trampa detrás de la estufa, esperando que el muy infeliz cayera. Es de esas trampas con un pegamento que hace que les sea imposible escapar. Es fascinante ver cuánto luchan por liberarse. Sus chillidos desesperados, como plegarias, me hace estremecer de emoción.

Tengo algo especial preparado para este. Lo traje desde mi casa a la cabina. A unos metros de esta, hay un inmenso hormiguero. Puse la trampa con el ratón en el suelo y me quité la mochila. Tomé al ratón, y cuidando de que las hormigas no se subieran a mis pies, caminé al centro del hormiguero, dando pequeños saltos. Puse al ratón sobre el agujero y corrí a un lado de mi mochila, donde no llegan las hormigas. El ratón chilla y se retuerce a medida que las hormigas trepan a donde está. Lo muerden enfurecidas. No paran de atacarlo. El roedor no para de chillar. Es todo un espectáculo. Tras unos minutos, el ratón dejó de luchar. Está completamente cubierto por ellas. Saco una botella de alcohol etílico de mi mochila, camino hasta donde está, y se lo echo encima. Pensaba que ya había muerto, pero comenzó a moverse de nuevo. Saco un paquete de cerillos de mi pantalón. Observo unos segundos más el sufrimiento del ratón. Me regocijo al pensar en lo que vendrá. Vuelve a quedarse quieto, enciendo un cerillo y lo arrojo hacia el ratón, errando. Enciendo un segundo que sí da en el blanco. El ratón chilla mientras la llama crece, quemando su pelaje, su cola. Las hormigas crispan con las llamas. Cuán divertido es. Las llamas cubren al ratón por completo. El humo apesta el lugar. Plástico y ratón. La rata se contrae de dolor. Ya no chilla. Sus movimientos perdieron vida. El fuego sigue danzando sobre la rata. Victorioso, destructivo. Quería brincar y danzar junto con la flama, pero no quería perderla de vista. Me senté a observar cómo se consumía. Hasta que la última llama perdió la vida y mi deleite decayó.

Después, con ayuda de un palo, quité los restos del hormiguero. Pensé en repetir esta rutina unas cuantas veces más. Quizás utilizar a un perro o un gato. Entre más grande sea, más chillará de dolor. La idea me entusiasmó demasiado. Hay tantas cosas que quiero hacer, y ya me he cansado de jugar con animales muertos. Huelen muy mal. Quizás para la próxima utilice el gato de Jessica, mi vecina. Tiene la misma edad que yo. Como son nuestros vecinos de junto, ellos escuchan todo lo que sucede en casa. Por eso es que tiene prohibido hablarme. Su madre teme que le vaya a hacer daño.

A veces me gusta ver a Jessica mientras se cambia. Ella no lo sabe, pero desde mi habitación se alcanza a ver su cuarto. Siempre la observo desde la oscuridad. Dejo mi luz apagada para que piense que no hay nadie. Para que no sospeche que la miro al desnudarse y ponerse el pijama. Suelo masturbarme siempre que la veo. Me gustaría poder hablarle, ser su amigo, pero sé que eso no será posible. Ella, la inalcanzable.

Ella no es a la única que miro. A veces me escabullo por entre los jardines y observo a la señora Rodríguez. El otro día logré ver sus senos antes de que se percatara de que la observaba. Ahora usa otro tipo de cortinas, unas que no permiten que la mire. Pero las ocasiones cuando la deja abierta y puedo verla aunque sea en ropa interior, valen oro. Fuera de ellas dos no hay mucho que ver. Otros tienen reja al rededor de sus casas y no puedo entrar a mirar.

Recuerdo cuando la señora Rodríguez fue a quejarse con mi papá de que yo la veía. Fue un desastre. El maldito cerdo me golpeó con un palo por media hora. Escupiendo con su inmunda boca que yo no debí de haber nacido. Que era mejor que mi madre me hubiera abortado. No sabe cómo fue que accedió a que yo viniera con ella cuando la obligó a dejar de prostituirse. Porque eso es lo que hacía mi mamá antes de viviéramos con él. Se vendía a los hombres por dinero para alimentarme a mí. ¿Y qué hacía yo con la oportunidad de vivir? Ser un maldito mirón. Al quedar inconsciente, mi mamá lo detuvo, de otro modo me hubiera matado. Cuando me llevó al hospital, días después, por un brazo roto, mi madre mintió diciendo que me caí por las escaleras. Yo quería contarle al doctor que el cerdo de mi padre fue el que me lo había ocasionado. Pero mamá me calló. 'Si no quieres que nos mate, no nos causes problemas.'

Detesto a mi familia. Hay noches en las que sueño con prenderle fuego a la casa, dejándolos a todos adentro. Que se consuman como las ratas que son. Todos y cada uno de ellos. El pequeño con mayor motivo. Matarlo a él sería un acto de piedad. Así no tendrá que crecer en este asqueroso mundo. No tendrá que vivir bajo el mismo techo de ese cerdo abusivo. No crecerá escuchando que es un estúpido, un aborto. Pienso en todo esto al estar en cama. Mi hermana duerme en el cuarto de enfrente. Es dos años menor que yo. Mi hermano menor, de un año, duerme en el cuarto de mis padres. La casa de encuentra en completo silencio. Solo así es que me gusta estar aquí. Cuando nadie llora y no hay gritos, ni golpes. Cuando todo parece estar muerto.


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He capturado al gato de Jessica. Su nombre es Michel. Michel el gato. Lo quiere mucho. Es su mejor amigo. Lo llevo dentro de un saco. Fue difícil hacer que se quedara quieto, pero con unos golpes contra la pared, quedó flojito y apenas y hace ruido. Lo llevo camino a la cabina. El sol vigila desde lo alto. No hay nadie en las cercanías. Hace dos horas pasó el último tren. A veces hay trabajadores del tren rondando las vías en búsqueda de indigentes. También me escondo de ellos. Si supieran que alguien entra a la cabina, podrían sellarla y perdería mi lugar. Cargo mi resortera conmigo. Me he vuelto muy bueno. Puedo atinarle a un objetivo a diez pies de distancia. Incluso he llegado a darle a más de un pájaro. Algunos chocan contra los cables y explotan sin dejar nada. Es hilarante.

Al llegar a la cabina veo que alguien ha estado de nuevo en ella. Hay unas cuantas monedas y bolsas de sándwiches. No importa. Cuelgo el saco con el gato de una de las esquinas de la cabina. Lo toco con un palo para despertarlo. Los golpes que le di no fueron suficientes para matarlo. Algo comenzó a moverse dentro del saco. Volvía a la vida. 'Ptss, ptss, Michel... despierta... despierta, Michel...' Comenzó a maullar nuevamente, intentando descifrar dónde es que se encuentra. 'Vamos, gatito, gatito. Despierta, gatito, gatito.' Me alejo quince pasos del saco. Doy media vuelta y saco mi resortera. Hoy probaré mi tino con algo vivo.

Tras diez tiros en los que solo le di al saco dos veces, decidí que lo mejor era hacerlo desde más cerca. A siete pasos puedo darle perfectamente. Puedo imaginarlo dentro de la bolsa, buscando escapar en vano. Sin poder evitar los proyectiles que lo asedian. Mi puntería es infalible. Comienzo a ver manchas de sangre en la parte baja del saco. 'Vamos, gatito. No te mueras aún. Quiero lastimarte un poco más.' Cansado de que ya no se mueva, tomo un palo y le doy golpecitos a la base del saco. No hay respuesta. Tomo el palo con ambas manos y comienzo a golpear la bolsa como se golpea una piñata: con los ojos cerrados, intentando golpear el blanco hasta que salgan los dulces. Quince, veinte veces lo golpeo. La sangre gotea del saco ensangrentado. El palo mismo se tiñó de rojo.

Descuelgo el saco y lo abro para ver el producto de mi tarde. Tiene el cráneo partido y sus sesos están regados en todo el interior, junto con sus tripas y demás órganos. Apenas se nota que su color de pelo es blanco. Me llevo el saco lejos de la cabina y vacío su interior en un hoyo que había hecho con anterioridad. Está hecho un lío. Tiene un ojo de fuera que le da un aspecto totalmente cómico. Río un poco y paseo sus restos por todo el hoyo, con ayuda del palo. Regando su sangre por todo el suelo. Entonces, tengo una fantástica idea para antes de enterrarlo. Saco una navaja del bolsillo trasero de mi pantalón. Una vieja navaja suiza que le robé al infeliz de mi padre. Tomo al gato por una oreja, levantándolo hasta la altura de mi cara. Lo tomo por el cuello y comienzo a cortar su cabeza. Me manché las manos de sangre, pero no hay problema. Tras cortarla, la pongo sobre una roca y tapo el agujero. Después, busco una vara larga y resistente.  Encuentro una que satisface mis necesidades y la clavo sobre la tumba de Michel. Tomo la cabeza de Michel y la ensarto en el otro extremo de la vara. Es una buena tumba. Ese día regresé a casa sintiéndome satisfecho. Hasta feliz.


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Cuando llego a casa, todos me esperan en la sala. Papá, mamá, mi hermana y mi hermano. Me miran muy seriamente. Al preguntarles qué pasa, me responden que me siente, mi padre quiere decir algo. Camino hacia mi lugar en el sillón, mi padre busca acariciarme la cabeza, pero yo me hago un lado con asco. Me siento y mi madre vuelve a anunciar que mi padre tiene algo por decir. Entonces no puedo creer lo que sucede. Mi padre se pone de rodillas y nos pide perdón. De la nada, se muestra arrepentido por las borracheras, por los golpes y los insultos. Toma uno de los pies de mi hermana, y le pide lo perdone, fue el alcohol el que lo hizo hacerlo. Pero ya no más. Dijo dejar al alcohol y dedicarse a nosotros, a su familia. Nos dice que nos ama, que las cosas no volverán a ser como antes.

Yo no puedo creer una sola palabra de lo que está diciendo. Rompe a llorar, me mira suplicante. Lo único que me hace pensar es en cuántas veces le pedí que dejara de golpearme y no lo hizo. En todas las veces que me humilló cuando descubría que había orinado la cama. Mi madre llora con él. Nos mira sonriente, pensando que nos pondríamos a saltar de felicidad. Estúpida. Yo no creo lo que papá dice. Sería imprudente hacerlo. Mi hermana lo mira recelosa. Jamás le perdonará lo que le hizo, estoy seguro. Ella sabe tan bien como yo que no podemos caer en su juego. Porque saldremos perdiendo más de que ya he hemos perdido. 'Cada día una nueva paliza.' Ese es el lema de la casa. La única que parece pensar que todo cambiará, es mi madre. Lo hace cada que mi padre le promete que dejará la bebida y no nos golpeará más. Es una idiota.

Mi padre nos mira esperando a que corramos a sus brazos. Ni mi hermana ni yo decimos una palabra. Entonces se pone serio, mirándonos de uno al otro. '¿No dirán nada?', pregunta el bobalicón. 'Muy bien, como quieran', se pone de pie y sale de la sala, hacia su habitación. Mi madre nos mira reprochándonos nuestra actitud. Nos quedamos mi hermana y yo el aquel sofá. Entonces siento un tacto cálido rodeando mi mano. Mi hermana me mira con los ojos llorosos. Me toma de la mano. Me siento raro y me desprendo de ella, poniéndome de pie. '¿Me darías un abrazo?', pregunta. La miro con asco y le digo que no sea estúpida.

Tengo que salir de aquí. Voy a mi cuarto y cierro la puerta con seguro. No quiero que nadie me vea. Me acuesto en la cama. La tela se siente áspera a causa de los orines. No puedo dejar de mojar la cama. No sé por qué. No he querido decirle a mamá que volví a hacerlo. El maldito de mi padre podría golpearme nuevamente, ahora que tiene un motivo además de que no me creí su mierda. Me siento sumamente triste, solo. Un sentimiento de desesperanza comienza a crecer dentro de mí, en la boca de mi estómago. Se va expandiendo hasta que me ha infectado. Abrazo la almohada con fuerza. La muerdo para ahogar un grito de pánico. Mis ojos se llenan de lágrimas. Quiero que se detenga, necesito que se detenga. Me sumerjo más en esa oscuridad. Estoy solo y nadie puede ayudarme. Estoy solo y nadie vendrá a salvarme.


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Desde hace dos días, Jessica ha estado preguntando a todos en el vecindario por su gato. A todos menos a mí. Lo cual me molesta bastante. Pensé que sería la oportunidad perfecta para charlar con ella. No le diría que yo sé qué le pasó a su gato. Claro que no. Podría asustarse y no volverme a hablar. A mi casa no se acerca. El otro día pensé que se animaría a preguntarme. Se me quedó viendo, dudando. Yo giré y le sonreí. Por algún motivo se asustó y entró corriendo a su casa. Esa noche me masturbé mientras se quitaba el uniforme del colegio. Tardó media hora antes de que cerrara las cortinas. Incluso la vi danzar. Qué alegre se veía.

No puedo creer que no sea capaz de hablar conmigo. ¿Acaso doy tanto miedo como el que parecen tener? No les haría maldades si no me hicieran caras o me juzgaran de "salvaje". Por eso lo hago, porque eso es lo que un salvaje haría. En ocasiones, disfruto verlos escandalizarse cuando descubren un animal muerto dentro de un círculo de sal en su tapete de bienvenida. Entonces me aguanto la risa hasta que entran horrorizados en sus casas. Yo les enseñaré a no meterse conmigo. A no menospreciarme. A no verme como si no quisieran que existiera.

Enciendo la luz de mi habitación y saco una revista pornográfica de debajo de mi colchón. Se la robé a mi padre. Tiene toda una colección de ellas. Algunas más violentas que otras. También tiene cintas, las he visto. Pero no puedo reproducirlas en la videocasetera o lo sabrá. En esta revista aparecen mujeres amarradas de diversas formas. Me pregunto si será muy difícil hacer todos esos nudos. Creo que podría intentar algunos con un perro. O mejor...

Mi familia cena en el comedor. Yo no quise cenar. No puedo tragarme la imagen de familia feliz que aparentan. Los escucho reír y los odio aún más. Me pongo de pie y corro a apagar la luz y volver a mi cama. Abrazo la almohada y miro al vacío, intentando descifrar mi estado de ánimo. No siento nada. Si acaso un deseo de destruirlo todo. De terminar con todo. Mis ojos se llenan de lágrimas. Lo mejor sería terminar con mi vida. Pero antes los llevaré a todos conmigo.

Mamá toca a mi puerta y pregunta si quiero cenar. Le digo que me deje en paz. No quiero ver a nadie. No quiero ver a ese alcohólico fingir que nos ama y nos quiere. No quiero verla a ella que se traga todo lo que el imbécil le dice. Estoy harto de todo, de todos.

Mañana es día de escuela. Mi uniforme cuelga limpio en la perilla de la puerta. Desearía no tener que ir al colegio. Desearía no tener que tratar con nadie. Todos me miran raro y ninguno me habla. Creen que soy una especie de raro. Durante los recesos, cuando se supone que debamos salir a jugar y tomar el almuerzo, yo me quedo en el salón leyendo. Soñando con vivir otra ida que no es la mía. Con tener amigos como los de mis historias.

Antes me juntaba con Martín. Un chico flacucho y con pinta de enfermo. No hablábamos mucho, pero creo que me entendía. Ambos éramos los rechazados del grupo, de la escuela. Ni los maestros nos querían. Yo tenía malas notas porque nunca prestaba atención en clase, él parecía ser un poco lento de aprendizaje. No era muy inteligente y solía tartamudear al hablar, pero gran parte del tiempo era callado y agradable. Solíamos pasar el receso entero sin hablar, a veces sólo lo hacíamos para intercambiar lo que llevábamos de almorzar. Sí, Martín era agradable. Creo que es lo más cercano que he tenido a un amigo.

A él fue al primero al que llevé a la cabina. Cuatro años atrás, cuando mi papá no bebía tanto y aún podía guardar las apariencias sobre su violento ser. Recuerdo que en esa época no estaba bebiendo. Incluso había comenzado a asistir a Alcohólicos Anónimos. Yo ya sabía que volvería a recaer. Desde que era pequeño lo recuerdo bebiendo, golpeando a mi madre, abusando de ella, dejando de beber, asistir a AA, prometer a mi madre no volver a tocarla de nuevo, dejar de beber... En fin, mi papá no bebía e invitar a un amigo no representaba mucha amenaza. La mamá de Martín lo cuidaba mucho. Al dejarnos en mi casa al salir de clases, le dijo que la llamara si quería irse, que se cuidara mucho, que no saliera a la calle y que en todo momento estuviéramos vigilados por mis padres, mañana pasaría temprano por él. No podía creerlo. Él solo agachó la cabeza, avergonzado. Ella le dijo que la mirara a los ojos cuando ella le hablaba y dijo un 'no sé qué haré contigo'. Nos volvió a recordar que nos cuidáramos y se fue hasta que entramos a mi casa.

Mi mamá se drogaba por esos días. Solía tomar muchas pastillas y permanecer dormida por horas. Gracias a que le había dicho que invitaría a un amigo, recordó preparar algo de comer. Mi hermana asiste a otra escuela y sale más tarde. Mi papá pasaría por ella. Encendí la estufa y calenté la sopa de verduras y las tortillas. Martín estaba asustado de que yo usara la estufa sin que algún adulto estuviera presente. Tenía miedo de que explotara. Le dije que ya lo había hecho cientos de veces. Él estaba aterrorizado. Su madre le había prohibido utilizar la estufa. Y no hablemos de jugar con fuego. Cuando terminé de calentar la comida, apagar la estufa, servirnos y que nada pasara, algo en él pareció cambiar. Me miraba como si fuera yo una clase de héroe. Dijo que él nunca ha prendido una estufa solo. No después de que su madre lo cachara prendiendo fuego a una de sus figuras de acción.

Me contó la escena que se llevaba acabo en el patio trasero de su casa, en los jardines. Me contó que tiene una veintena de figuras de acción. Todos ellos soldados. Los forma en equipos, por bandos. Los buenos, los malos. Lo contaba tan deprisa y con tanta emoción, que su tartamudeo se intensificó considerablemente. Jamás lo vi hablar tanto como ese día. En la aventura de sus muñecos, los malos habían capturado al capitán Saldívar en su base secreta. Torturándolo por diversión. Los buenos, formaron un escuadrón para recuperar a su capitán. Habían localizado la guarida de los perpetradores y se cargaron hasta los dientes en armas para salvar a su líder. Los villanos, comandados por un ex militar de apellido Lárregui, continuaron torturando al capitán hasta que descubrieron que serían atacados por sus rivales. En un acto de total villanía, Lárreguí ordenó a sus secuaces que quemaran vivo al capitán. Y lo habrían hecho, pero su mamá lo descubrió cuando le estaba quemando los pantalones al capitán. Lo contaba con un detalle que me dejó asombrado. Después de esa anécdota supe que nos entenderíamos muy bien.

Mi hermana y mi papá llegaron cuando nosotros terminamos de comer. Mi papá lo saludó cordialmente y me dio veinte pesos para que nos compráramos algo en la tienda. Le di las gracias y le dije a Martín que fuéramos a la tienda. Él preguntó extrañado si mi papá no nos acompañaría. Le dije que no, que la tienda estaba en la esquina. Su pregunta me era ridícula. Cuando íbamos por la calle, no dejaba de mirar en toda dirección, atemorizado. No entendí cómo es que alguien que imaginaba todas esas historias en su cabeza, estaría asustado al caminar por la calle. Recordé a su madre y todo pareció encajar. Compramos una soda para cada uno y unas papitas.

Caminábamos de regreso a casa. Una idea me rondaba en la cabeza en cuanto me contó que iba a quemar a uno de sus muñecos. Le dije que no teníamos por qué regresar a casa tan pronto. Tenía algo que enseñarle. A él le interesó la idea, pero al ver que nos acercábamos a las vías del tren, comenzó a ponerse muy nervioso. Me dijo que no deberíamos de ir hacia allá. Alguien podría  hacernos daño. Le dije que no temiera. Iba conmigo y esos eran mis territorios. Cuando llegamos a las vías y vio que aún faltaba más por caminar, me dijo que mejor deberíamos volver. Le dije que solo teníamos que caminar un poco más. Lo que necesitaba mostrarle era importarte para mí. Esto pareció relajarlo un poco. Era cierto, era importante para mí. Nunca había tenido algo como un amigo, no hasta que él entró a la escuela. A los dos nos repudiaba el resto del grupo. Siempre nos excluían y hacían menos. Se burlaban de él hasta que yo lo defendí. Ellos no querían meterse conmigo, sabían que yo podía llegar a ser violento. Era cierto. Solía pelear mucho en esos días. Nunca me ha agradado que me pisoteen. Y si no le doy el gusto de agachar la cabeza a mi padre, tampoco se los daré a ellos. Por eso lo defendí. No podía dejar que le hicieran eso a alguien más.

No le dije a dónde íbamos, ni cuanto faltaba. Él caminaba mirando sobre su hombro de vez en cuando. Cuando estábamos más cerca, señalé la cabina y le dije que ahí es a donde iríamos. El saber que ya estábamos cerca lo tranquilizó. Yo estaba feliz de poder compartir mi lugar con alguien más. Con un amigo. Le dije que cuando era más pequeño descubrí la cabina. Que ahí iba a estar solo. Me preguntó por qué me gustaba estar solo. Me tomó un momento responder. No sabía qué tanto podía contarle. Le dije que las cosas no siempre eran agradables en mi casa, no tenía amigos en mi cuadra y aprendí a divertirme por mi cuenta. Cuando me dijo que mi papá aparecía buena persona, comencé a reír frenéticamente. Él me miraba extrañado, sin saber el motivo de mi risa. La ira me hizo contarle qué tan buena persona era mi padre en realidad. De las noches de borrachera en que regresa a casa y viola a mi madre. De cómo me golpeaba al descubrir que había mojado la cama, de las palizas que me dolían por semanas. Estallé en un llanto lastimoso que no me había permitido en mucho tiempo. Estábamos sentados dentro de la cabina. Hacía calor. Él se acercó a mí y me rodeó con un brazo. Sin decir una palabra.

Después de eso le mostré uno de mis pasatiempos: abrir animales muertos. Se sorprendió mucho al escucharme hablar de los animales que había abierto y cómo jugaba con sus interiores. 'Mamá jamás me dejaría hacer eso', dijo. Le dije que claro que no. Si mi madre prestara más atención a lo que hago, tampoco me dejaría. Pero como se la pasa drogada, ni cómo se entere. Martín me mira con asombro nuevamente. Comienza a hablarme de su madre. De cuánto lo cuida y no le deja hacer nada. Solo podía salir de su casa acompañado de alguien grande. No lo dejaba subirse a las atracciones de la feria por considerarlas peligrosas, y cuando iban al mar, no podía acercarse al agua sin su supervisión. Me contó como unos niños, que también se hospedaban en el hotel, le hicieron burla, llamándolo "el tartamudo de mamá". Después de eso no quería salir del cuarto del hotel. Por temor a encontrarlos y que siguieran molestándolo.

Continuamos hablando por cuestión de un par de horas. El sol caía. El aire se volvió más fresco. Me sentía feliz. Al fin había encontrado un amigo.


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Papá está en casa. Veo su coche estacionado en la calle. Mi paso es lento, no llevo prisa. Hoy me fugué de clases. Teníamos un examen de matemáticas para el cual no había estudiado. Era la verdad, no sabía nada. Decidí que lo mejor era pasar el tiempo muerto en otro lugar, así que me fui a una plaza comercial que queda cerca de mi escuela. De cualquier modo reprobaría el examen, la profesora me detesta. Un extraño sentimiento se comenzó a acumular en mis extremidades y en la boca del estómago a medida que me acerco a casa. El aire se vuelve denso, mi cuerpo se siente pesado. El presentimiento de que algo malo está por suceder se hace más fuerte. Antes de entrar escucho gritos. Es mi padre quien grita. Abro la puerta intentando no hacer ruido y me asomo al interior. No hay nadie en la sala, la cocina también parece desierta. Entro y voy directo hacia mi cuarto. Quizás pueda encerrarme dentro y hacerle creer que no he llegado.




Mis pasos son sigilosos y veloces, no sabe que ya llegué. Al entrar a mi cuarto me quedo congelado. Mi padre está sentado en la cama con una cerveza en una mano, y en la otra mis sábanas orinadas. Le da un trago a la cerveza y me mira sin decir nada. Tiene los ojos rojos, como si hubiera estado llorando. Apesta a alcohol. Hay un momento de tensión en el cual no sé qué hacer. Doy un paso hacia atrás, preparado para emprender la huída.

'¿Sabes dónde está tu madre?' Da otro trago a la cerveza, mira las sábanas y me mira a mí.

'Pensé que estaría aquí.' Parece tranquilo, pero no puedo confiarme.

'Pues no está aquí. Se ha ido. La muy perra se largó. Se llevó a tu hermana y a tu hermano.' Da otro trago a la cerveza. Su expresión es amarga, de disgusto. No digo nada. No tengo nada por decir. 'Y si tú estás aquí, significa que ni ella te quiso. Se lleva a mis niños y me deja a su bastardo. ¡Maldita puta!' Arroja la botella contra la pared. Tiro mi mochila y corro lo más rápido que puedo hacia la puerta. Debo salir de aquí. Él me toma por un brazo y me golpea en el estómago. Caigo al suelo intentando respirar. Estoy de rodillas, viendo un hilo de saliva caer al suelo. Levanto la cabeza para verlo a los ojos y me da un puñetazo en el rostro. 'No te atrevas a verme a los ojos, maldito bastardo.'

Comienza a patearme en el suelo. Diciendo incoherencias a causa de la borrachera. Se desquita conmigo a falta de mi madre, de alguien más. Recibo uno a uno de sus golpes. Reteniendo el deseo de llorar. Respira agitado, molerme a golpes lo dejó fatigado. 'Ahora vuelvo, voy por otra cerveza. Cuando regrese vamos a hablar de tu maldita costumbre de orinarte en la cama. Veremos si aprendes a no hacerlo después de la golpiza que te daré, maldito engendro.' Me duele todo el cuerpo. Me pongo en pie con mucho esfuerzo, conteniendo las lágrimas, el odio, todo mi rencor. Como puedo corro hacia la puerta de la entrada. Escuchándolo gritar, venir tras de mí como una bestia implacable. Ya estoy en la calle. '¿¡A dónde crees que vas!?' Lo escucho gritar pero no me detengo. No debo detenerme por nada. Algunos de los vecinos están en la esquina de la calle, Jessica con ellos. Me ven pasar a medio trote, corriendo precariamente por el entumecimiento en los músculos. Me ven llorar, correr en pánico. Todos me miran preguntándose qué es lo que me habrá pasado. Entonces mi padre vuelve a gritar y comprenden de qué va todo.

Corro tan rápido como puedo. Me estoy derrumbando por dentro. Me falta el aire. No puedo detenerme. Mi sangre hierve. Mi mente se evapora. Siento todo este odio, temor, angustia y soledad. Me derrumbo por dentro. No tengo a dónde más ir. Mi mente se disuelve en una vorágine de imágenes y sensaciones. Llego a la cabina y me refugio en su interior. Aquí no podrá encontrarme. aquí no podrá alcanzarme. Lloro y no paro de llorar. Golpeo las paredes metálicas para sacar un poco de la rabia que siento. Me siento más solo que nunca. No tengo lazos con nadie, a nadie le importo. Soy solo una mancha que hay que eliminar, un insecto al cual aplastar. Me tiro en el suelo y me envuelvo con las mantas que estaban ahí. Me duele el cuerpo a cada sollozo. Estoy molido. Mi boca sabe a sangre, casi me tira los dientes.
Es de día y el sol golpea a la tierra, inclemente, pero para mí no existen más que tinieblas. El oscuro vacío donde no existe sentido alguno. Donde nada es, donde todo carece de importancia. Escucho que alguien me llama. Alguien se esfuerza en quererme traer a esta sucia y roída realidad. No es mi padre quien me llama. Tampoco es mi madre o mi hermana. Esta voz no la reconozco. Es femenina y dulce como el néctar. Se acerca cada vez más. Me pongo en posición fetal y me oculto bajo la manta. '¡Joaquín!', vuelve a llamar. ¿Quién podrá ser? Nadie daría nada por mí. ¿Por qué me buscan?

Escucho sus pisadas alrededor de la cabina. Percibo cómo se pone en puntillas para ver por las ventanas, buscándome. 'Joaquín, ¿estás bien?' Es Jessica, ahora reconozco su voz. No quiero responder, quiero que se marche. 'Joaquín, por favor, solo quiero ayudar.' Guardo silencio, no quiero que me vea así. 'Anda, responde o entro', amenaza. 'Déjame solo', digo de forma graciosa por las flemas en mi garganta. '¿Qué dijiste? No te escuché.' '¡Que me dejes solo!', grité. No necesito de su piedad, de su lástima. No soy un cachorro que haya sido atropellado, no necesito que me reconforten. 'Si no sales, entro por ti.' No se dará por vencida. Prefiero que me vea de pie, a que me vea en el suelo, como una sabandija. 'Está bien, ya salgo.' Me pongo de pie y arrojo la manta a una de las esquinas. Me arreglo un poco la ropa y el cabello y salgo de la cabina.

Veo la preocupación en su rostro. '¿Estás bien? Te vimos correr de tu casa y tu papá te estaba buscando.'

'¿Y a ti qué puede importarte alguien como yo?' Antes de este día ni siquiera me miraba, ¿y ahora quiere ayudarme?

'En realidad no te conozco, pero me preocupé al verte así. Pensé que te haría falta estar con alguien.' Insiste en verme a los ojos. Yo evito el contacto con su mirada. No quiero hablar sobre cómo me siento. No con ella.

'No deberías preocuparte por mí. Soy solo un salvaje, como piensan todos.'

'Yo no creo que seas un salvaje. Sí... haces cosas extrañas y tu familia es algo particular. Pero no creo que seas una mala persona.' Nuestras miradas se cruzan y por un momento siento la calidez de su alma. Me siento confundido, agobiado.

'No tienes idea de lo que estás hablando. No me conoces en lo más mínimo. Soy una mala persona. Soy terrible.' Intento recobrar mi temple, pero me siento molesto nuevamente. ¿Qué diablos le hace creer a esta estúpida que pueda hablar como si me conociera. Como si creyera que después de esto me abriré a ella y seremos amigos y la vida no será más que miel sobre hojuelas y sonrisas.

'Solo trato de ayudarte. Me parece que eres alguien muy solitario. No es bueno que alguien esté solo durante tanto tiempo.' Se acaricia las manos, nerviosa. Sin decidirse a poner una mano sobre mi hombro para confortarme. Se acerca un poco, puedo oler su aroma.


'Estoy solo porque me gusta. Estar con los demás solo trae problemas. Al final siempre estaremos solos.' Aprieto los puños, los ojos se me llenan de lágrimas. Ella toma rápidamente una de mis manos y me abraza. No lo esperaba. No puedo moverme. Todo da vueltas. Rompo en un llanto ruidoso, sacando de mi pecho todo lo que siento. Ella me rodea con los brazos mientras me susurra que todo estará bien, que puedo confiar en ella. Continúo llorando en su hombro por cuestión de un rato. La abrazo y siento su cuerpo caliente presionarse contra el mío. Me separo un poco de ella y le pregunto si alguien sabe que vino conmigo. Me responde que no. Me quedo prendido un rato más a ella. Aspiro el dulce aroma de su cabello, de su cuello. Me separo de ella y le digo que tengo algo qué mostrarle. Ella parece sorprendida. Me pregunta de qué se trata. 'Es sobre Michel', le respondo. Su rostro se ilumina. '¿Has visto a Michel? ¿Has visto a mi gatito?' Le digo que no diré nada. Tomo su mano y la llevo conmigo. Directo a Michel. Directo a su tumba.