miércoles, 29 de mayo de 2013

Random #1

Podía escuchar a la máquina encendiéndose, cobrando vida. Traladraba mis oídos con su metálico rugir. Estaba ahí, y yo en sus fauces.

miércoles, 6 de marzo de 2013

El Buen Fin. Episodio cuatro, "¡No se deje engañar por la competencia, tenemos la mejor oferta para usted, compre ahora!"


Cuarto episodio, "¡No se deje engañar por la competencia, tenemos la mejor oferta para usted, compre ahora!"


Tarde del 26/10/2012

Comienzo a preguntarme si todo lo que hago tiene algún sentido, incluso continuar con esta bitácora. He perdido todos los ánimos, toda esperanza de continuar. ¿Qué caso tendría? Ahora todo parece una enorme y gran burla. Fran y yo nos hemos sumergido en una “pequeña” depresión y Tovar no sé cuándo estallará. Todo lo que hace es subir, caminar en su cuarto de un lado a otro, volver a bajar, sentarse en la mesa, luego pararse y repetir todo una vez más, es de locos. Fran y yo estamos sumergidos en una bruma que, supongo si alguien mirase sobre nosotros, podría verse flotando sobre nuestras cabezas, volviéndose cada vez más densa. Quizás ambos estuviésemos pensando en lo mismo, pero era imposible saberlo, no quería romper el silencio que Fran mantenía, ni él el mío, supongo. Prendíamos un cigarrillo tras otro, haciéndonos una leve seña con la mano para pasarlo. Fue hasta entonces, habiendo apagado el último cigarrillo que nos quedaba, que Fran habló.

-¿Aún tienes marihuana?
-Sí, afortunadamente nos encargamos de comprar un poco la semana pasada.
-Bien, ¿me podrías regalar un poco?
-Sólo si después me dices lo que has estado pensando, probablemente nos hayamos cruzado en el camino.
-Va, me parece.

Subí a mi cuarto por la marihuana, pasando por donde estaba Tovar. Se había alaciado el cabello o algo así y miraba por la ventana hacia el callejón. Era en verdad tristísimo. Cogí la magia y una cajetilla de cigarros que estaba a medio terminarse y volví al comedor. Fran regresaba de servirse un vaso con agua en la cocina, se sentó, sacó un cigarrillo de la caja y comenzó a jugar con él, pasándoselo entre los dedos o golpeándolo por el filtro. Yo tomé uno y comencé a sacarle el tabaco.

-¿No la fumaremos en la pipa?
-No, me parece que esta situación amerita que hablemos estando relajados, y que tomemos decisiones igual.
-Jaja, ¿mejor drogados a tensos?
-Así es, al menos por el momento, ya sabes, la marihuana no es eterna.

Reímos y yo continué preparando el cigarrillo de marihuana. No tardé cinco minutos en terminarlo y se lo pasé a Fran para que lo encendiera. Lo fumamos en silencio hasta que se hubo consumido por completo. Fran me miraba con los ojos rojos y entrecerrados.
-No mames, me puse hasta el culo.
-Yo también, dijo Fran.
-Je, entonces... ¿ya me dirás qué estabas pensando?
-Pues... pensaba que tenemos que encontrar la forma de conseguir víveres, la comida puede durarnos cuando mucho unos cuatro días, pero se está terminando el agua de la garrafa.
-Sí, pensaba lo mismo, quizás podríamos ir a la tienda y conseguir lo que necesitemos.
-¿Pero no estará quizás, cerrada la puerta de la entrada?
-Es probable, por eso creo que quizás por el techo podamos llegar.
-¿A qué te refieres?
-Pues verás, ya hace tiempo que me había topado a la señora de la tienda recogiendo su ropa una de las tardes en que yo me encontraba lavando, y me puse a pensar que cualquiera se puede meter en la casa del vecino por medio de los techos, la mayoría quedan al nivel, y si tenemos suerte, podremos conseguir las cosas de la tienda de la señora.
-Lo más seguro es que sí se pueda.
-Aunque si están con vida puede que nos metamos en un lío, y si están ahí dentro como consumidores, también. De cualquier modo será arriesgado.

Estábamos por fin los tres en el techo, cada uno llevaba una mochila o maleta donde meter las cosas, y su respectiva arma. El sol azotaba contras nuestras frentes. Una débil gota de sudor me cruzó por la frente. Nos tomamos un momento para mentalizarnos y comenzamos la marcha con los nervios en la punta, Fran y yo aún estábamos drogados y seguro él también se sentía aún más nervioso de lo habitual. Tengo las manos tensas y no paran de sudarme. Maldito sol, y pensar que había amanecido nublado e incluso había llovido. Ahora hace un calor infernal. Quizás lo mejor sea verlo desde otra perspectiva, como si fuera un videojuego, volverlo todo más irreal de lo que ya es. Quizás así no sería tan traumático.

Saltamos de un techo a otro con mucho sigilo. Tratando de hacer el menor ruido posible y no atraer a los consumidores que se llegaran a encontrar dentro de alguna casa. Todo estaba terriblemente silencioso. Los perros que solían ladrar todas las noches ahora estaban pudriéndose al sol, de ellos no quedaba gran cosa. Sólo los huesos y puñados de carne aquí y allá. Unas náuseas terribles se apoderaron de mí. Tendré que acostumbrarme a este panorama, a los olores, a los sonidos.

Llegamos al techo de la casa de la señora de la tienda sin muchos problemas. Los tres estábamos cubiertos en sudor, más por los nervios que por el calor. Dejamos las mochilas en el techo y echamos un ojo. No se veía movimiento alguno al interior de la casa. Nos miramos sin decir nada. Empuñé el cuchillo que llevaba y descendimos por las escaleras. Había macetas con plantas secas colgadas a lo largo de la pared de las escaleras. Bajo nuestros pies crujían las hojas ya muertas. Nuestros pasos eran cautos para evitar hacer el menor ruido. Descendimos a la planta baja sin problemas. No había rastro alguno de vida, ni siquiera se podía ver a los canes que poseían. Entré en el corredor donde estaba su tienda y todo estaba exactamente como seguramente lo había dejado la señora. No parecía faltar nada.

-Estamos de suerte, les dije, hay de todo.
-Creo que hay alguien en la cocina, dijo Tovar, está acostado en la mesa.
-Vamos a ver, dije.
-¿Hay alguien dentro?, dije en voz alta, esperando que el sonido de mi voz, o fuera escuchado por una persona, o por un escurridizo consumidor, en cuyo caso sería más sencillo confrontarlo de una vez, a tener que esperar a que nos salte por la retaguardia. En el callejón se escucharon algunos pasos, pero dentro de la casa no hubo ni un solo murmullo.

Subimos las escaleras que llevan a la cocina. Nos asomamos por la ventana y efectivamente, había alguien sobre la mesa, pero no era sólo uno, eran varios. Abrí la puerta con precaución y tras recibir un tufo terrible, pasamos a la habitación. La familia completa parecía estar ahí. Todos sentados al rededor de la mesa, con la cabeza recostada sobre sus manos. Los perros, un pastor alemán y un poodle, estaban recostados juntos a un lado de la señora. Todos llevaban las mangas arremangadas y bajo ellos, una superficie marrón que cubría gran parte de la mesa. Incluso estaba sobre sus pantalones y en el suelo. “¿Qué podrá ser?”, dije. “Mira ahí”, me señaló Fran. Había un cuchillo cubierto de sangre al lado del que parecía ser el esposo de la señora.
-Debieron haberse cortado las venas al enterarse de la noticia. Miren, cada uno lleva un rosario atado a la muñeca, murmuró Fran más hacia sí mismo.
-Ay, dios, vámonos de aquí, exclamó Tovar un tanto perturbado con la escena.
.Sí, vámonos de aquí, esto está muy freak... Terminé por decir yo, que estaba asqueado por el olor. Sin percatarme de ello, una idea se había sembrado en mi interior.

Subimos por las mochilas, haríamos el traslado de las cosas lo más rápido posible.
-Adelántense, yo los alcanzo en un momento, dijo Tovar, que estaba temblando y respirando de forma alterada.
-Está bien, cualquier cosa nos avisas, ¿vale?, dije.
-Sí, yo a-ahorita voy, murmuró entrecortadamente, nos daba la espalda a Fran y a mí, viendo hacia el ocaso. Muy dramática la imagen.

Fran y yo bajamos casi corriendo, teníamos que apurarnos a regresar antes de que anocheciera o podríamos tener problemas. Siempre se es más vulnerable en la noche, y especialmente cuando esas cosas no necesitan ver para encontrarlo a uno. Llenamos las mochilas de alimentos enlatados, pan dulce, frituras y todo cuanto en ese momento nos pareció indispensable debido al monchis. Estando en el patio, antes de irnos, le pedí a Fran que me acompañara al interior de la casa. Como ya estaba oscureciendo, el interior de la casa se encontraba en penumbra. Entramos de nuevo por la cocina. Ver los cuerpos sobre la mesa en tal oscuridad, era de lo más terrorífico. Ya estaban muertos, sí, pero a uno le viene a la memoria aquel temor infantil hacia la oscuridad, a las figuras que esconde tras su velo.

-Me estoy cagando del miedo, dije.
-Yo también, ¿qué venimos a buscar aquí?
-Tú sígueme, pero primero hay que checar que funcione la luz. Encontré el interruptor del otro lado de la cocina, a un lado del refrigerador. Lo presioné y la luz me cegó por un momento. Diablos, con la luz encendida, ver a la trágica familia que se quitó la vida junto con sus mascotas, resulta muy deprimente.

-Sígueme, le dije. Había dos puertas en la cocina además de la que nosotros utilizamos para entrar. Abrí la que quedaba a mi derecha con los nervios crispados. Era un cliché clásico el abrir una puerta y que un monstruo apareciera de la nada y ¡bam!, estás perdido. La abrí por completo y retrocedí inmediatamente, a la espera de cualquier cosa que pudiera surgir de las tinieblas. Fran estaba detrás de la mesa, en posición de ataque. Esperamos cerca de un minuto sin movernos, pero no pasó nada. Nos miramos y avanzamos hacia la puerta. Con la mano que tenía libre busqué el interruptor en las paredes y lo encendí. Era el comedor. Había una mesa de madera, grande y de apariencia vieja, ocho sillas, un cuadro horrendo de unos niños jugando en una pradera con un perro terrier, que le daba un toque muy kitsch a la habitación. Y por supuesto, un minibar.

-Esto era lo que estaba buscando, le dije a Fran con una sonrisa.
-¿Nos llevaremos alcohol?, me dijo algo sorprendido.
-Se me antoja hacer una pequeña fiesta, como una bienvenida a lo que es el nuevo mundo, dije solemnemente.
-Jaja, embrace the apocalypse?
-Exacto.


Tomamos bolsas para el mandado que estaban en la cocina y las llenamos de alcohol, luego volvimos al refrigerador de la tienda y tomamos las debidas bebidas para preparar el menjurje  Teniendo todo lo necesario sobre nuestros hombros, escuchamos los espeluznantes gritos de Tovar. “¡Fran, John, ayúdenme!” Nos miramos y dejamos todo en el suelo, corriendo lo más rápido que podíamos hacia la azotea. Cuando llegamos Tovar ya no estaba ahí. “¡Rápido, vengan!”, gritaba. Corrimos por los techos hacia nuestra casa, cuando llegamos le grité: “¿¡Tovar, dónde estás!?”, “¡En el callejón, rápido!” Solté un “puta madre” y corrí a la reja desde donde se veía el callejón. Los consumidores tenían rodeado a Tovar, que los mantenía a raya con una escoba. Llevaba consigo su maleta. Gracias a sus berridos, más consumidores subían por el callejón. Les atrae que su alimento chille de terror.

-¿Qué haremos?, preguntó Fran.
-No lo sé, no podemos contra tantos. Cuando menos debe haber una veintena ahí abajo, más los que están subiendo por el callejón.
-¡Hagan algo, me van a comer!, gritaba Tovar.
-Mierda, dijimos nosotros.

Bajamos corriendo por las escaleras metálicas. Ya estando en el segundo piso detuve a Fran. Se escuchaban ruidos en la parte inferior de la casa. “Sólo falta que haya dejado la puerta abierta y entonces sí estamos jodidos”, le susurré a Fran. Bajamos los escalones para el segundo piso lentamente, asomando tan sólo la cabeza. En efecto, el muy descuidado de Tovar dejó la puerta abierta. Un consumidor iba saliendo de la sala, caminando en dirección al comedor, se detuvo y volteó a ver en dirección a la puerta, de donde provenían los gritos de nuestro compañero. Luego volteó en dirección nuestra olfateando, sus ojos blancos apuntaban a donde nos encontrábamos. Caminó lentamente hacia nosotros, sin decidirse aún por el olor que percibía. Topó con el primer descanso de la escalera y se cayó hacia adelante. Confundido, movía piernas y brazos para poder ponerse en pie nuevamente. En ese momento bajé haciendo el menor ruido posible y le encajé el cuchillo en el ojo derecho. Sentí el peso de su cuerpo convulsionarse  mientras retorcía la navaja al interior de sus sesos. Las convulsiones terminaron y su cuerpo cayó laxo. Saqué el cuchillo de su cráneo, sangre y otros líquidos, trozos de ojo y de cerebro resbalaban por mi mano. Maldito asco. Corrí y emparejé la puerta mientras Fran inspeccionaba el resto de la planta baja en busca de algún otro consumidor que haya entrado.

-No hay más, dice con la respiración agitada.
-No creo que podamos ayudarlo, dije, ven a ver esto. Fran se acercó a la puerta hasta ver lo que yo veía. Tovar estaba completamente rodeado por consumidores. Sus gritos eran apagados por el jadeo ferviente de esos seres. Morían de hambre y no podían esperar a ponerle mordida encima a su presa. De pronto los gritos de Tovar se hicieron más intensos, al parecer ya habían logrado morderlo, pues todos parecieron excitarse en demasía. Los que estaban lejos del bocado comenzaron a ponerse agresivos contra aquellos consumidores que estaban comiendo. Parecían estar peleando por el alimento. Tovar seguía gritando por auxilio y no había nada que nosotros pudiéramos hacer. Cerré la puerta y le pasé llave. Nos sentamos en el suelo y fumamos un cigarrillo en silencio, mientras que afuera esas cosas jadeaban de felicidad y regocijo.

sábado, 2 de marzo de 2013

Amores de carretera


Esperaba mi camión de ida a Irapuato. Me encontraba de pie a un costado de la carretera. Escuchaba a Nine Inch Nails para relajarme y hacerme a la idea de que viajar en camión no siempre es una experiencia deprimente. Podía ver cómo pasaban tráileres, camionetas y coches de todo tipo, pero mi camión no aparecía por ningún lado. Saqué un cigarrillo y lo encendí con muchos problemas, pues hacía un viento terrible y no encontraba la forma de encenderlo antes de que se apagara la llama. Finalmente lo logré, percatándome de que el resto de la gente que esperaba camión me observaba muy entretenida. Los odié inmensamente. Adopté una pose cool y me puse a buscar ese color verde tan característico que usan los camiones Metropolitano, dentro del caudal de automóviles que pasaban zumbando a mi lado. Al fin venía uno del color que estaba buscando. Quizás llegaría a Irapuato antes de que se ocultara el sol. Saqué el boleto de mi bolsillo y esperé sonriente a que llegara mi transporte. Cuando se encontraba a treinta metros, aproximadamente, vi que su destino era Guanajuato. Qué fiasco. El camión fue frenando y se detuvo frente a mí. Dado que no tenía nada mas que hacer, y aprovechando que usaba lentes de sol, me puse a observar a la gente sentada tras ventanillas. Mi cabeza apuntaba hacia el camino para que no se dieran cuenta de que los observaba. Comencé por las ventanillas de adelante... nadie interesante. Luego llegué al centro del camión, que quedaba justo frente a mí. Una chica de veintitantos años me observaba de arriba a abajo, luego miraba a los que subían al camión y regresaba la mirada a mí. Interesante, pensé. Mi cabeza no apuntaba hacia su dirección, así que ella no podía saber que la había cachado. Sin pensarlo, giré la cabeza en su dirección y le lancé una de las sonrisas más encantadoras que poseo. En su cara se dibujo el desconcierto. Volteó a ver a su acompañante y regresó la vista a mí, que continuaba sonriendo, como diciendo: "sí, nena, es a ti". Sin que me diera cuenta, ya habían terminado de subir los pasajeros. El camión cerró la puerta y avanzó.  No le perdí la vista de encima a la chica. Tampoco ella me dejó de mirar, girando sobre su asiento para seguirme observando mientras mi rostro sonriente se perdía en una nube de polvo y smog.