miércoles, 7 de octubre de 2009

Sólo una cerveza más, por favor.

Creo que es la bebida, o el viaje que me crea la música. Cada vez que creo enamorarme de alguien y miro a otra mujer, me siento culpable. Como si por interesarme por una chica fuera una ofensa contra mi Helena. Me siento ridículo, estúpido.

La miro de reojo mientras escribo, noto cómo bosteza, me enternecen sus gestos. Quisiera conocerla, pero soy un maldito cobarde, un vouyerista que sólo se conforma con mirar, quizás por miedo a la negativa, al rechazo, por sentirme inferior a cada figura femenina que embriaga mi vista con sus movimientos, su risa, con su mirada que me esclaviza.

Es el último vaso que me sirvo, la cahuama se ha terminado, va siendo hora de partir, y yo, alma solitaria y vagabundante, siento entristecer. Siento su mirada que se escapa ante la mía. Mira al televisor, una película de frankenstein proyectándose. Quizás quiera hablarme, conocerme como yo a ella, pero nada de eso importa, ya que soy un cobarde y ella espera de mi un acercamiento. Quizás toda esta coquetería sea imaginación mía, quizás tenga un enamorado, y yo, loco idealista, me haga de imágenes irrisorias con tal de sentirme atractivo, interesante.

Camino al baño y me imagino cruzando palabras con esta ninfa que me ha cautivado. Mi orina hace ruido al estrellarse contra el mingitorio. Me digo: "tengo que escribir esto, no puedo dejar que se pierda". Cierro mi bragueta. Lavo mis manos. Mi imagen en el espejo del lavabo parece ridícula,(soy patético, me digo). Al salir del baño cruzo un saludo con el dueño del bar. Me siento en el sofá. Continúo escribiendo. Noto las miradas en mi, curiosas, intentando descifrar sobre qué escribo.

Me siento patético en mis lucubraciones alcohólicas. Me mira, amo su sonrisa, sus labios, sus ojos, su rostro. Me siento besarla, sentir su pasión. Noto la mirada de su compañero, he sido descubierto. Pagan la cuenta. Le da su vaso a su amigo para que termine con la bebida embriagante. Toman sus cosas y se levantan para marcharse. La veo marcharse junto a su grupo de amigos. Entristezco. Soy un cobarde, un maldito cobarde. Pido una última cerveza y sigo escribiendo al tiempo en que el mesero pone la botella solicitada sobre la mesa. "Sólo esto me faltaba, ponerme ebrio yo solo". Doy un trago, miro cómo limpian a mi alrededor comunicándome que la noche ha terminado. Prendo otro cigarro y me doy cuenta de que me he quedado solo. Pago mis bebidas y con un suspiro, desaparezco del lugar.