lunes, 29 de octubre de 2012

El Buen Fin. Episodio tres, "¡Desquiciada liquidación de mercancía, aproveche ahora!"

Tercer episodio, "¡Desquiciada liquidación de mercancía, aproveche ahora!"


Mañana del 26/10/2012

Me despertó el espantoso silencio que colmaba a la ciudad. Eran apenas las 7 de la mañana y todo se encontraba en silencio. La mortecina luz blanca entraba por mi ventana, el cielo estaba gris y se podía oler la humedad en el aire. No sentía más sueño y tenía la mente clara. Traté de no pensar en nada, de mantener esa serenidad que acudía a mí en un día que resultaría espantoso. La apacibilidad que reinaba tanto en la casa como en las calles me causaba escalofríos. Quizás siempre sería así de ahora en adelante. Silencioso. Cerré los ojos. Comenzó el irregular golpeteo de las gotas de lluvia en la lámina que formaba un techo para el patio interior. Primero débil e indecisa, luego fuerte, se descargó la lluvia sobre Guanajuato. Por todas partes se lavaría la inmundicia, la sangre, la mierda que había por toda la ciudad. Lavaría a esos seres. Tomé el ipod y busqué al buen Ludwig Van, en momentos en los que me siento triste, esta pieza me salva el pellejo. Me coloqué los audífonos y subí el volumen al máximo. Me puse en pie, tomé un cigarrillo de la cajetilla, el encendedor y el hitter y me dirigí a la ventana. La lluvia caía rencorosa sobre la tierra. Llegaba hasta mi ventana y me mojaba los pies. Fumé, tres o cuatro veces, sintiendo mi cuerpo y mi mente relajóndose, dejándose pasear por la música como una fibra de polvo en el viento. Tomé el cigarrillo entre mis labios y lo encendí con una danzarina llama del encendedor, calé lento y profundo, dejando que el humo se paseara con delicadeza hasta mis pulmones, luego exhalé. Miraba el cielo gris, como el humo. Al estar observando la luz blanca supe que no sería un buen día. Fran abrió la ventana de su cuarto, que también daba al patio interior, me vio ahí donde estaba, ausente, meditabundo, señaló al cielo y decía algo muy alterado. Tardé un momento, pero me terminé quitando los audífonos.

-¿¡Escuchas eso, lo escuchas!?, preguntó excitado.
En efecto, en el cielo se escuchaba un espantoso ruido que ya había escuchado con anterioridad y que me hacía estremecer hasta los huesos. La primera vez que lo escuché fue en León, cuando vivía en el quinto piso de un edificio de apartamentos. Es difícil de explicar, suena como si una estructura metálica gigante se estuviera poniendo en movimiento. También como esa vez se me erizó la piel y se me llenaron los ojos de lágrimas. Nos mantuvimos en silencio hasta que el sonido desapareció por completo, para ello debieron pasar al menos quince minutos. Cuando terminé volteé a ver y Fran y me percaté de que tanto él como yo teníamos una expresión de desamparo en el rostro.

-Otra vez ese ruido... dije en voz baja.
¿Por qué se estará escuchan...

Fran no terminó de decir la frase cuando los gritos de una mujer llegaron a nuestros oídos. Tovar también los había escuchado y ya estaba viendo él por la ventana que daba al callejón. “¡Vamos para arriba!,” les dije. Salimos corriendo hacia la azotea lo más rápido que pudimos. Los gritos seguían escuchándose, provenían de la vecindad. En una de las partes altas y más alejadas de la vecindad, una mujer y su niña peleaban por contener una barricada que habían hecho en el acceso hacia su patio. Había tres consumidores tratando de hacerse paso hacia sus presas, y se podían ver a los demás caminando en su dirección. Hubo un momento, un leve vacileo en la señora al mirar a su hija que permitió que la defensa se rompiera y una de esas cosas la mordiera en el brazo. Los gritos de dolor de la señora, así como los gritos histéricos de la niña me perforaban los oídos. Estábamos ahí de pie, pegados a la reja observando, escuchando, sin poder hacer nada. La niña gritaba “mami, mami”, una y otra vez, y la madre gritaba de dolor mientras su brazo se desangrada y esa cosa se prensaba más y más, luego otro que la jaló y logró morderla en el hombro. Ya todo estaba perdido, no había nada que pudiéramos hacer. Tardó tan sólo un momento, unos minutos en que la señora había caído al suelo y se convulsionaba como histérica, los consumidores la dejaron en paz y buscaban entrar para comer ahora de la niña, ésta se mantenía en el suelo, de rodillas a un lado de su madre, llorando incontenible. De pronto cesaron las convulsiones, la señora se incorporó y se arrojó sobre la niña, mordiendo su cuello una y otra vez hasta que la criatura dejó de moverse. No hace falta decir que ninguno de los tres tenía algo por decir. La escena había sido desastrosa para nuestros ánimos. Cuando la madre y la niña se pusieron en pie y comenzaron a rondar como el resto de los consumidores, bajamos la mirada y nos dirigimos al comedor. El espectáculo había terminado.

-Ahora es cuando tenemos qué decidir qué hacer, les dije, tanto con los cuerpos de Carlos y Geraldine y sobre si nos quedamos aquí o nos movemos.
-Creo que deberíamos quedarnos aquí, dijo Fran.
-¿Pero cómo quedarnos aquí?, preguntó Tovar, yo tengo que ir a Celaya, saber si mi mamá y mi familia se encuentran bien.
-Tovar, ya viste lo que pasó allá afuera, si eso está sucediendo aquí, puedes estar seguro de que está sucediendo en otras partes. ¿Y cómo es que piensas llegar a Celaya con toda la ciudad infestada por esas cosas? Tan sólo te encontrarías en un grave problema llegando a la calle principal.
Fran miraba con severidad a Tovar, éste bajó la mirada y calló.
-Digo que nos quedemos aquí, creo que con la comida que tenemos podemos durar unos días más. Después podríamos ir a conseguir comida a las tiendas que están en el otro callejón, al menos hasta que nos mentalicemos por completo de la situación, terminó por decir Fran.
-Creo que es lo mejor, no podemos arriesgarnos a salir por nuestra cuenta sin antes estar preparados para lo que vamos a hacer. Tenemos que ser conscientes o de lo contrario moriremos. ¿Tú crees que no nos gustaría saber si nuestra familia está bien? Pero ese no es un lujo del cual podamos disfrutar ahora. Los teléfonos están muertos, el internet no parece funcionar, afortunadamente aún hay luz y agua, por lo cual no sufriremos del todo hasta que todo se paralice. Y tenemos que llevar los cuerpos al cuarto de arriba, creo que será mejor utilizar su cuarto como punto para echar ojo al callejón. Supongo que lo haremos Fran y yo. Si quieres puedes regresar a la cama, Tovar, por ahora no hay nada qué hacer. ¿Me ayudas, Fran?

Dejamos a Tovar en el comedor. Llegamos al cuarto de Geral y Carlos, olía espantoso. Nos decidimos a cubir primero a Geral, Fran la tomó por las piernas y yo por los brazos. No creo que podré olvidar sentir su cuerpo tan pesado y laxo, balanceándose de un lado a otro a medida que avanzábamos por la estrecha escalera metálica que lleva a la azotea. La puerta se encontraba abierta. Antes de que esto pasara, recuerdo que tenían pensado irse a vivir a ese cuarto; Geral tenía pensado diseñarlo a su gusto por parte de una tarea de la escuela. La dejamos a la mitad de la habitación, con las manos sobre el estómago y los ojos cerrados. Ahora a traer a carlos. Lo tomamos en la misma forma que a Gera, Fran tomando las piernas y yo los brazos, podía observar la herida en su ojo tan sólo bajar la mirada. El trayecto al otro cuarto fue todo un suplicio. Los acomodamos uno al lado del otro en la misma posición y los cubrimos con una manta. Nos dejamos caer en el suelo, recargándonos en la pared. Exhaustos. No pudimos evitar llorar al sentir por completo el peso de nuestra realidad.

sábado, 27 de octubre de 2012

El Buen Fin. Episodio dos, "Toda merma debe ser desechada"

Segundo episodio,  "Toda merma debe ser desechada"


Noche del día 25/10/2012.

Todo parece indicar que las ideas fatalistas que teníamos al respecto, eran realidad. Esas cosas, o “consumidores”, como comenzamos a llamarles Fran y yo, están en todos lados. Parece que la enfermedad se propagó en tan sólo unas horas aquí en Guanajuato capital. La alta concentración de gente en el centro, y el tamaño diminuto de la ciudad, fueron quizás factores determinantes para que la infección corriese rápidamente. Esta tarde hemos salido a la terraza a observar mejor el panorama. La vecindad de enfrente estaba llena de consumidores, no parecía que hubiera sobrevivientes. En el callejón había unos cuantos deambulando torpemente, sin tener un rumbo fijo. A veces chocaban entre ellos y causaban alboroto hasta darse cuenta de que contra el que habían chocado, era otro idiota como ellos. Tal parece que son ciegos. Hoy que salimos al exterior de la casa, pudimos escuchar gritos de terror proviniendo del centro de la ciudad, era espantoso, creo que hasta ese momento no me había percatado por completo de la situación. Resultaba exactamente igual que en las tantas películas y series que había visto al respecto, y si estaba sucediendo lo que creíamos pensar que estaba pasando, lo importante era ponernos a salvo.


-¿Qué haremos, entonces?, pregunté.
-¿Sobre Carlos o con el potencial problema que hay afuera?
-Pff... con ambos supongo, pero primero hay que decidir si tenemos que matar a Carlos o si lo dejamos como está, y luego ver qué haremos con sus cuerpos...
-¿Pero de qué están hablando?, ¿matar a Carlos?, ¿¡alquien quiere decirme qué está pasando!?
-Tranquilízate, Tovar... no es bueno gritar, dije, harás que nos escuchen los consumidores de las azoteas...
Fran y yo nos miramos durante un momento, completamente serios, teníamos que hacer un dictamen de la situación.
-¿Quieres decirlo tú o lo digo yo?
Fran guardó silencio, meditando.
-Tovar, dijo, lo que tienes que entender es que esas cosas ya no son humanos. Son más bien algo como zombies.
-¿Pero cómo es eso posible?
-No podemos saberlo aún, pero quizás todo el cine, literatura y videojuegos eran una alerta sobre lo que vendría.
-¡No es posible, no es posible!, gritó Tovar en un tonó en extremo dramático.
Corrí hacia la vista que teníamos del callejón y los vi, acercándose en dirección a la casa, al menos seis de ellos., dos consumidores que estaban en el techo a tres casas de distancia, voltearon en nuestra dirección, dudosos.
-Tovar, tienes que guardar silencio o hablar en voz baja, no queremos que esas cosas intenten entrar a la casa. No podríamos con ellas, ¿entiendes?, dije.
-Pero no entiendo nada, debo hablar con mi mamá ahora mismo...
Corrió hacia el recibidor, en busca del teléfono.
-Pero si no me equivoco, no ha habido teléfono ni internet por los pasados dos días, ¿no es así?, pregunté.
-Ahora que lo pienso, ¿cómo nos vamos a enterar de si nuestras familias siguen bien?
-No lo sé, ahora que hago memoria, no he recibido ni una sola llamada en estos últimos días, lo cual, si sabemos que la única que me llama es mi madre, resulta bastante extraño.
-Pero si aquí está así, lo más probable es que en el resto de las ciudades esté pasando lo mismo.
-Y sin cómo enterarnos, esto está de la chingada. Vayamos a asegurar la puerta principal, no quiero que por un arranque de Tovar, los consumidores entren a la casa y terminemos siendo uno de ellos.

Bajamos y acomodamos los sillones de la sala a modo de barricada en la puerta, de ese modo ni aunque formaran una pequeña turba, lograrían entrar. Tovar estaba sentado en una esquina de la cocina, seguía intentando comunicarse con su familia. Lo dejamos ser y continuamos encargándonos de la situación. Ahora quedaba otra cuestión importante a discutir, ¿qué utilizaríamos como arma? Para no decepcionarnos tan rápido, y prolongar la sorpresa de nuestro bajo poder de ataque, cada uno se puso a buscar por su cuenta y llevar a la mesa del comedor las armas que hubiera encontrado. Fran bajó con un cortinero y un martillo, yo, con una plancha y un cuchillo. Al parecer no eran tan malas armas, pero aún siendo combate cuerpo a cuerpo, me sentiría seguro si tuviera que atacarlos desde una distancia más prudente, como por ejemplo con un bate de béisbol, así al menos me sentiría un poco más seguro y cómodo. Pero ni de dónde sacarlo, por el momento me tendría que acomodar con cualquiera de las otras armas. Fran se decidió por el martillo y yo por tomar la plancha en una mano, como escudo y el cuchillo en la otra, como todo un caballero, ja. Al comentarle esto último a Fran, reímos un poco por lo idiota que era.



Subimos a checar a Tovar, que se había encerrado en su cuarto. Se encontraba acostado en su cama, tapándose la cara con su almohada. Lo llamamos pero no respondió. Ahora la decisión recaía únicamente en nosotros. Fue difícil, pero decidimos que si Carlos no respondía como una persona normal, o hasta enferma pero consciente, le pondríamos fin a su miserable sino. Tras respirar profundamente varias veces y de tomar nuestra posición de pelea, abrimos la puerta de par en par. Carlos estaba de pie, frente a la ventana. “Carlos, si es que sigues siendo una persona, haz una seña o di algo que indique tal cosa”, dije. No hubo respuesta, de su boca sólo escapó un sonido gutural que le hacía sonar como un idiota. Miré a Fran y me dio la señal, me acerqué a él lentamente y con la plancha lo toqué por el hombro, él se volvió e intentó lanzárseme encima, pero lo detuve con la plancha, viéndolo a un paso de mí, intentando morderme, con su dentadura ensangrentada aún guardando trozos de carne, sus ojos blancos, como los de un ciego. Me dio tristeza verlo así y le encajé el cuchillo con todas mis fuerzas en su ojo derecho, retorciendo el cuchillo en el interior de su cráneo, sintiendo la sangre fría escurrir por mis dedos. Fue hasta que dejó de tomarme las ropas con sus brazos y cayó al suelo, que me alejé de él y traté de controlarme. No paraba de respirar aceleradamente. Mi cuerpo temblando por la adrenalina y la sensación de cómo retorcía su cerebro con el cuchillo grabada en mi piel.


Me quedé ahí de pie por algunos minutos. No expresó dolor o sorpresa o nada, ni tampoco hizo ningún sonido de sufrimiento o lo menos parecido, sólo exhalaba mientras que intentaba morderme. Ya no son humanos, eso me quedó claro. Y si Carlos se había transformado en una de estas cosas, significaba que con ser mordido ya te podías dar por muerto. Comencé a preocuparme en verdad. Fran me tomó el hombro y me preguntó si estaba bien. Le dije que sí y volteamos a ver a Geraldine. Estaba en la cama, con una expresión de espanto e impotencia. Supongo que sucedió cuando estaban dormidos, él se transformó en un consumidor y la mordió justo en la garganta. Fue por eso que no escuchamos gritos. El cuerpo de Geraldine permanecía inmóvil, al parecer no se transformó.

-No mames, no mames, ¿te das cuenta de lo que está pasando?, dijo Fran.
-Sí, me da terror de sólo pensarlo.
-¿Y ahora qué haremos?, no hay teléfonos, no hay internet, ¡estamos jodidos!
-Creo que tienes razón, lo único que podemos hacer ahora es emplear lo que hemos aprendido y sobrevivir. Ya habrá tiempo para intentar contactar a los demás, si es que la han librado.

Al sabernos conscientes de lo que estaba pasando, lo mejor era mantenernos concentrados en nuestra tarea primera, subir los cuerpos de Geraldine y Carlos al cuarto de la azotea y hacerles una ceremonia o algo parecido; luego, intentar contactar a nuestras amistades en la ciudad, pero para ello necesitaríamos unos días de planeación. Dejamos programada la creación de nuestro mentado plan para el día de mañana. Por hoy fumamos algo de marihuana y fuimos a dormir, mañana sería otro día.

jueves, 25 de octubre de 2012

El Buen Fin. Episodio uno, "Cuerpos al dos por uno"


Capítulo I

Día 1


25/10/2012

Pienso que llevar una bitácora sobre lo sucedido me ayudará a mantener la mente clara. Que con poder contar lo sucedido lo vaya asimilando con mayor sencillez. Porque... si no lo logro... estoy seguro de que perderé la cabeza. Tal vez sea inútil, pero debo mantener un registro de esto. No sé para quién, o si alguna vez alguien lo llegará a leer, pero he decidido no pensar en eso, sea como sea, no quiero que mi vida quede sin constancia alguna. Y menos cuando el final se avecina, cuando repta fuera de nuestro hogar, esperando el momento en que caigas en sus fauces y entonces todo termine. Si tan sólo fuera así...

Eran aproximadamente las once de la noche del día anterior. Me encontraba en pijama, tirado en la cama con un cansancio terrible. Había fumado mucha marihuana y me había abatido por completo. Tenía el ipod a un lado con los audífonos conectados, reproduciendo algo al azar. No le prestaba atención. Tovar, mi compañero de cuarto, ya se encontraba dormido y roncando ruidosamente. Además de mi música, llegaba a mis oídos la música que tenían Geraldine y Carlos en su cuarto. Sonaba violenta, animada. Aunque un resorte del colchón se me clavaba en la espalda, y a cada momento era más insoportable la molestia, seguía sin cambiar de posición. Un grito se escuchó fuera de la casa. Pensarán que eso era extraño, pero viviendo frente a una vecindad donde toda la gente se comunica a gritos, escuchar algo así formaba parte de lo cotidiano. Luego el sonido de la puerta principal cerrándose con violencia, pasos rápidos subiendo por la escalera, la música liberada, descargando toda su fuerza, escapando por la puerta abierta del cuarto de Geraldine, luego un portazo. La música sofocada.

Estaba helado, preguntándome qué diablos había pasado. Apagué mi ipod para poder escuchar mejor. Trataba de decidirme sobre ir preguntar si todo estaba bien. Luego la música se detuvo por completo, se abrió la puerta y escuché a Geraldine que decía algo en un tono de voz alterado, nervioso, algo como: “es que no se detiene, ya voy, ya voy”; se dirigió al baño e hizo algo allí; Carlos se quejaba con fuerza; Geraldine que regresa al cuarto creando un silencio abominable.

Estaba completamente desconcertado. “Fran”, susurré. “Mande”, me susurró de vuelta. Fran habita en el cuarto contiguo al mío, pero sólo una puerta falsa separa nuestros cuartos y podemos escucharnos con claridad.
-¿Escuchaste eso?, pregunté.
-Sí, ¿qué crees que haya pasado, sonaba a que estaban peleando o algo así, no?
-Sí, pero quién sabe qué pasó, ahora ya ni se escucha nada.
-¿Crees que debiéramos ir a preguntarles qué pasó?
-Sí, mejor vamos.

Me puse de pie y me calcé las chanclas. Tovar seguía roncando, al parecer este muchacho no se despierta con nada. Pasé por su habitación y abrí la puerta tratando de hacer el menor ruido posible. Caminé hacia la puerta de Geraldine, Fran llegaba también. Hicimos una seña con la vista y toqué tres veces a la puerta. Se escucharon unos pasos y Geraldine abrió la puerta. Estaba alterada.

-¿Todo bien?, pregunté.
-Mmm... sí, nomás que pasó algo, ahorita les cuento, ¿está bien?
-Sí, dijimos Fran y yo.
-Compré un six de cervezas, pero creo que ya no nos lo tomaremos, dáselos, Gera.- dijo Carlos, que parecía estar acostado sobre la cama. Su habitación se encontraba en penumbra.

Geraldine tomó la bolsa con las cervezas y nos las entregó, luego nos hizo una seña como de ahorita hablamos y cerró la puerta. Fran y yo, con cervezas en mano, decidimos bajar a beberlas.

-No mames, ¿qué crees que haya pasado?, pregunté un tanto emocionado.
-No sé, ¿pero escuchaste el grito que se escuchó en el callejón antes de que entrara en la casa?, quién sabe qué habrá pasado... dijo Fran, abriendo su cerveza.

En eso bajó Gera y se sentó en una silla entre Fran y yo. Me preguntó si tenía un cigarro, se los pasé y le ayudé a encenderlo. Tras exhalar la primera bocanada de humo, nos miró a ambos, bajó la mirada y volvió a calar el cigarro.

-Un morrito de la vecindad mordió a Carlos en el brazo, y bien culero... dijo Gera.
-¿Pero cómo estuvo el pedo, neta lo mordió?, pregunté.
-Pues sí, dijo Charlie que venía subiendo con la bolsa en la mano, y que al llegar a la entrada al callejón vio a un niño fuera de la reja de la vecindad que estaba cerrada. Y que él siguió subiendo, y que cuando estaba cerca del niño, éste se le lanzó y lo mordió en el brazo, Charlie lo golpeó y el niño se quedó tirado en el suelo. Ya luego entró, pero sí, no mames, tiene una mordida bien culera, incluso sangró un chingo. Tengo toda la colcha llena de sangre. Mañana en la mañana iremos al hospital.
Fran y yo nos manteníamos en silencio. Creo que no teníamos nada que decir.
-Pues si quieren que mañana los acompañemos, nos dices, ¿vale?, dijo Fran.
-Sí, gracias. Bueno, volveré arriba, buenas noches.
-Buenas noches, que descansen, respondimos a coro.
La escuchamos subir las escaleras y entrar en su habitación. Luego nos miramos con ganas incontenibles de hablar al respecto.
-Una mordida... ¿no crees que eso es un tanto extraño, incluso para los niños del callejón?, dijo Fran con una sonrisa en el rostro.
-Sí, me parece muy extraño, y creo que podremos divertirnos haciendo especulaciones absurdas al respecto, ya que, bueno, una mordida dada con gran fuerza como para hacerte sangrar, y dada por un niño, es algo muy interesante., dije emocionado.
-No mames, imagínate que fuera un zombie... dijo Fran.
-Estaría bien cabrón, además, imagínate que esa madre hubiera comenzado en la vecindad.
-Sí, con todos convertidos en zombies.
-No me imagino cómo andaría la viejita en caso de que se convirtiera en zombie, jaja, creo que sería de las primeras en morir, reímos.

Continuamos hablando un rato más hasta que se terminaron las cervezas. Fran había conseguido un programa de computadora en el cual podríamos hacer animaciones diversas. La idea nos emocionaba, poder hacer tonterías con nuestra imaginación, quizás hasta crear un nuevo movimiento artístico. Las posibilidades eran ilimitadas. Recogimos la basura y marchamos a dormir. Yo llegué a mi cuarto y me puse los audífonos, dejando correr todo el Dark side of the moon, de Pink Floyd.



Cuando desperté era ya de día, las cortinas contenían al malévolo sol que quería quemarlo todo. Revisé la hora en el ipod y la sorpresa que me llevé al ver que era la una de la tarde. Demonios, no podía evitarlo, terminaba durmiéndome muy tarde y despertando siempre a la mitad del día. Ni modo. Me quité los audífonos y me calcé las chanclas. Necesitaba orinar con urgencia. Tovar estaba sentado sobre su cama, haciendo lo que suponía una piñata, lo saludé y corrí hacia el baño. Tras salir, me encontré con Fran, que acababa de llegar de la escuela. Regresé a mi cuarto y me puse un pantalón para bajar a comer. Tomé la computadora y bajé. Fran bajó al poco rato. Comimos juntos. Encendimos un cigarrillo y platicamos sobre la noche anterior y me comentó que él no los había escuchado salir de su cuarto en todo el día. Decidimos ir a preguntar qué sucedía.

Estábamos frente a su puerta, sin decidirnos a tocar. Dentro se escuchaba movimiento, alguien caminaba de un lado a otro de la habitación y jadeaba pausadamente. Fran y yo nos miramos con preocupación. Toqué y abrí la puerta. Carlos, llamé, y lo vi caminando, encorvado, volteando lentamente a verme. Tenía sangre al rededor de la boca y sobre la playera que usaba. Nos miraba fijamente a Fran y a mí con los ojos en blanco. Volteé hacia su cama y Geraldine estaba tendida con una horrible herida en el cuello, había mucha sangre y no se movía, de pronto Carlos se precipitó hacia nosotros con la boca abierta y llena de sangre, sin conciencia aparente. Mi única reacción fue gritar y cerrar la puerta lo más pronto que pude. Dentro se escuchaba a Carlos golpear la puerta, pero sin tocar la perilla o intentarla abrir siquiera. Fran y yo estábamos aterrados, tirando de la perilla en caso de que quisiera abrir la puerta. Salió tovar y nos preguntó que qué pasaba. Fran le contó lo sucedido y entonces caimos en cuenta de que estábamos en un terrible aprieto. Los tres nos encontrábamos aterrorizados y sin saber qué hacer. Una idea circulaba por mi mente, y seguro que Fran también pensaba lo mismo. Pero suponer que algo así era real, que estaba sucediendo, parecía perder los estribos con la cordura. Tras un rato en que los tres nos encontrábamos en silencio, absortos en nuestros propios pensamientos, Carlos dejó de batallar con la puerta y pareció ponerse a deambular una vez más por su habitación. Entonces bajamos y nos mantuvimos en silencio, sentados al rededor de la mesa con la cabeza a punto de explotar.