Mañana
del 26/10/2012
Me
despertó el espantoso silencio que colmaba a la ciudad. Eran apenas
las 7 de la mañana y todo se encontraba en silencio. La mortecina
luz blanca entraba por mi ventana, el cielo estaba gris y se podía
oler la humedad en el aire. No sentía más sueño y tenía la mente
clara. Traté de no pensar en nada, de mantener esa serenidad que
acudía a mí en un día que resultaría espantoso. La apacibilidad
que reinaba tanto en la casa como en las calles me causaba
escalofríos. Quizás siempre sería así de ahora en adelante.
Silencioso. Cerré los ojos. Comenzó el irregular golpeteo de las
gotas de lluvia en la lámina que formaba un techo para el patio
interior. Primero débil e indecisa, luego fuerte, se descargó la
lluvia sobre Guanajuato. Por todas partes se lavaría la inmundicia,
la sangre, la mierda que había por toda la ciudad. Lavaría a esos
seres. Tomé el ipod y busqué al buen Ludwig Van, en momentos en los
que me siento triste, esta pieza me salva el pellejo. Me coloqué los
audífonos y subí el volumen al máximo. Me puse en pie, tomé un
cigarrillo de la cajetilla, el encendedor y el hitter y me dirigí a
la ventana. La lluvia caía rencorosa sobre la tierra. Llegaba hasta
mi ventana y me mojaba los pies. Fumé, tres o cuatro veces,
sintiendo mi cuerpo y mi mente relajóndose, dejándose pasear por la
música como una fibra de polvo en el viento. Tomé el cigarrillo
entre mis labios y lo encendí con una danzarina llama del
encendedor, calé lento y profundo, dejando que el humo se paseara
con delicadeza hasta mis pulmones, luego exhalé. Miraba el cielo
gris, como el humo. Al estar observando la luz blanca supe que no
sería un buen día. Fran abrió la ventana de su cuarto, que también
daba al patio interior, me vio ahí donde estaba, ausente,
meditabundo, señaló al cielo y decía algo muy alterado. Tardé un
momento, pero me terminé quitando los audífonos.
-¿¡Escuchas
eso, lo escuchas!?, preguntó excitado.
En
efecto, en el cielo se escuchaba un espantoso ruido que ya había
escuchado con anterioridad y que me hacía estremecer hasta los
huesos. La primera vez que lo escuché fue en León, cuando vivía
en el quinto piso de un edificio de apartamentos. Es difícil de
explicar, suena como si una estructura metálica gigante se estuviera
poniendo en movimiento. También como esa vez se me erizó la piel y
se me llenaron los ojos de lágrimas. Nos mantuvimos en silencio
hasta que el sonido desapareció por completo, para ello debieron
pasar al menos quince minutos. Cuando terminé volteé a ver y Fran y
me percaté de que tanto él como yo teníamos una expresión de
desamparo en el rostro.
-Otra
vez ese ruido... dije en voz baja.
¿Por
qué se estará escuchan...
Fran
no terminó de decir la frase cuando los gritos de una mujer llegaron
a nuestros oídos. Tovar también los había escuchado y ya estaba
viendo él por la ventana que daba al callejón. “¡Vamos para
arriba!,” les dije. Salimos corriendo hacia la azotea lo más
rápido que pudimos. Los gritos seguían escuchándose, provenían de
la vecindad. En una de las partes altas y más alejadas de la
vecindad, una mujer y su niña peleaban por contener una barricada
que habían hecho en el acceso hacia su patio. Había tres
consumidores tratando de hacerse paso hacia sus presas, y se podían
ver a los demás caminando en su dirección. Hubo un momento, un leve
vacileo en la señora al mirar a su hija que permitió que la defensa
se rompiera y una de esas cosas la mordiera en el brazo. Los gritos
de dolor de la señora, así como los gritos histéricos de la niña
me perforaban los oídos. Estábamos ahí de pie, pegados a la reja
observando, escuchando, sin poder hacer nada. La niña gritaba “mami,
mami”, una y otra vez, y la madre gritaba de dolor mientras su
brazo se desangrada y esa cosa se prensaba más y más, luego otro
que la jaló y logró morderla en el hombro. Ya todo estaba perdido,
no había nada que pudiéramos hacer. Tardó tan sólo un momento,
unos minutos en que la señora había caído al suelo y se
convulsionaba como histérica, los consumidores la dejaron en paz y
buscaban entrar para comer ahora de la niña, ésta se mantenía en
el suelo, de rodillas a un lado de su madre, llorando incontenible.
De pronto cesaron las convulsiones, la señora se incorporó y se
arrojó sobre la niña, mordiendo su cuello una y otra vez hasta que
la criatura dejó de moverse. No hace falta decir que ninguno de los
tres tenía algo por decir. La escena había sido desastrosa para
nuestros ánimos. Cuando la madre y la niña se pusieron en pie y
comenzaron a rondar como el resto de los consumidores, bajamos la
mirada y nos dirigimos al comedor. El espectáculo había terminado.
-Ahora
es cuando tenemos qué decidir qué hacer, les dije, tanto con los
cuerpos de Carlos y Geraldine y sobre si nos quedamos aquí o nos
movemos.
-Creo
que deberíamos quedarnos aquí, dijo Fran.
-¿Pero
cómo quedarnos aquí?, preguntó Tovar, yo tengo que ir a Celaya,
saber si mi mamá y mi familia se encuentran bien.
-Tovar,
ya viste lo que pasó allá afuera, si eso está sucediendo aquí,
puedes estar seguro de que está sucediendo en otras partes. ¿Y cómo
es que piensas llegar a Celaya con toda la ciudad infestada por esas
cosas? Tan sólo te encontrarías en un grave problema llegando a la
calle principal.
Fran
miraba con severidad a Tovar, éste bajó la mirada y calló.
-Digo
que nos quedemos aquí, creo que con la comida que tenemos podemos
durar unos días más. Después podríamos ir a conseguir comida a
las tiendas que están en el otro callejón, al menos hasta que nos
mentalicemos por completo de la situación, terminó por decir Fran.
-Creo
que es lo mejor, no podemos arriesgarnos a salir por nuestra cuenta
sin antes estar preparados para lo que vamos a hacer. Tenemos que ser
conscientes o de lo contrario moriremos. ¿Tú crees que no nos
gustaría saber si nuestra familia está bien? Pero ese no es un lujo
del cual podamos disfrutar ahora. Los teléfonos están muertos, el
internet no parece funcionar, afortunadamente aún hay luz y agua,
por lo cual no sufriremos del todo hasta que todo se paralice. Y
tenemos que llevar los cuerpos al cuarto de arriba, creo que será
mejor utilizar su cuarto como punto para echar ojo al callejón.
Supongo que lo haremos Fran y yo. Si quieres puedes regresar a la
cama, Tovar, por ahora no hay nada qué hacer. ¿Me ayudas, Fran?
Dejamos
a Tovar en el comedor. Llegamos al cuarto de Geral y Carlos, olía
espantoso. Nos decidimos a cubir primero a Geral, Fran la tomó por
las piernas y yo por los brazos. No creo que podré olvidar sentir su
cuerpo tan pesado y laxo, balanceándose de un lado a otro a medida
que avanzábamos por la estrecha escalera metálica que lleva a la
azotea. La puerta se encontraba abierta. Antes de que esto pasara,
recuerdo que tenían pensado irse a vivir a ese cuarto; Geral tenía
pensado diseñarlo a su gusto por parte de una tarea de la escuela.
La dejamos a la mitad de la habitación, con las manos sobre el
estómago y los ojos cerrados. Ahora a traer a carlos. Lo tomamos en
la misma forma que a Gera, Fran tomando las piernas y yo los brazos,
podía observar la herida en su ojo tan sólo bajar la mirada. El
trayecto al otro cuarto fue todo un suplicio. Los acomodamos uno al
lado del otro en la misma posición y los cubrimos con una manta. Nos
dejamos caer en el suelo, recargándonos en la pared. Exhaustos. No
pudimos evitar llorar al sentir por completo el peso de nuestra
realidad.